Parece absurdo exigirle fantasía a un equipo donde el más patadura puede dormir una pelota con el muslo después de un pase de 30 metros. Cuando está en su pico de inspiración, a Brasil hay que mirarlo a solas, con el televisor en mute y el cartel de No Molestar colgado en la puerta. Es uno de los pocos equipos del mundo al que solo provoca contemplar para vivir la experiencia del fútbol transformado en belleza.

Sin embargo, durante 82 minutos, los asistentes al Ras Abu Aboud lo vieron padecer como un condenado a la silla eléctrica. Sufría porque la solidez de la armadura suiza asomaba indestructible. En el primer tiempo Sow había acosado a Paquetá y Freuler y Rieder se habían encargado de Vinícius. El carril izquierdo quedó anulado y Richarlison penaba por la cancha buscando un pase decente. El juego brasileño no perdía su belleza, pero aparecía por ráfagas. Apenas generó una ocasión clara, muy poco para quien se sabe poderoso, muy mundano para una camiseta tan pesada como la verdeamarilla.

Sufría también por la ausencia de Neymar, el hombre que ordena e ilumina cuando todo se vuelve penumbra. Su decisión de quedarse en el hotel y no acompañar al equipo había provocado una pequeña tormenta en las redes. Más que el tobillo maltrecho, quizás era temor de que su impotenciase vea retratada en todos los celulares del mundo. Sabía que la iba a pasar mal. Quizás recordó lo ocurrido hace ocho años, cuando una criminal entrada del colombiano Zúñiga le arrebató Brasil su alma futbolística.

Sin Ney, los malabarismos de Richarlison y Rafinha eran puro fuego de artificio. En el segundo tiempo, Tité mandó a Rodrygo de bombero y empezó a hacer estragos por la banda zurda. Un gol anulado a Vinícius fue la alerta de lo que vendría después.

Y lo que vendría se resume en un nombre: Casemiro. Resumir su gol en un bombazo es una vulgaridad de esas que abundan en todos los sitios web. Los periodistas deportivos llamamos así a tantos goles que utilizar el calificativo en esta caso sería un acto de injusticia.

Es que obviaríamos que la jugada la inició Marquinhos, un todoterreno que nunca baja la cabeza. Que Vinícius la tomó cerca de la raya izquierda, se metió en paralelo al área grande y buscó a Rodrygo. Que este simuló irse sobre su izquierda, desconcertando a dos defensores, y metió el piecito derecho abajo para habilitar a Casemiro. Y que el comandante brasileño no metió la punta o le pegó con los pasadores, sino con el borde externo del botín derecho para darle fuerza y comba a un balón que Sommer solo pudo admirar mientras ingresaba a su arco. ¿Bombazo? Llamémoslo mejor un señor gol, uno de los mejores de lo que va la Copa del Mundo.

Desde el maldito partido con los colombianos en el Mundial del 2014, Brasil ha jugado 106 partidos. De ellos, Neymar estuvo ausente en 37, ganó 23 y perdió 7. Los números son demasiados fríos para medir la ausencia de un fantasista mayor como el delantero del PSG. Cuándo no está, el Scratch sufre. Hoy pudo disimularlo. Falta saber si le alcanzará para lo que viene.