¿Acaso hay una sola fecha? Los prontuarios que relatan cómo se jodió y se jode el Perú conforman una serie de muchas temporadas. La actual es una de las más densas, oscuras y accidentadas.
Antes de entrar en el relato, hagamos, como corresponde en las series, un resumen breve del argumento en lo que va del siglo.
El año dos mil cayó la dictadura de Fujimori-Montesinos. Su derrumbe reveló, con un detalle granular de porno dura, las iniquidades de su corrupción.
Se soñó, en esos meses de triunfo e ilusión (triunfo ilusorio al fin), que, por contraste, la democracia conquistada iba a ser robusta, clara, razonablemente virtuosa. Algunos hablaron de la “refundación de la república”.
En lugar de eso, la república resultó más refundida que refundada y, muy pronto, sus líderes la hicieron débil, precaria, corrupta e hipócrita… aunque también con virtudes que sobrevivieron las toxicidades de los liderazgos.
Las libertades políticas y sociales fueron más respetadas que en cualquier momento anterior. Hubo un crecimiento sostenido, descentralizado y versátil de la economía. Desorganizado, cartelizado e inequitativo, pero real. Favoreció, aunque en forma desigual, a toda la nación. Además, el país tuvo el período más largo de su historia de gobiernos democráticamente elegidos, sin fracturas golpistas de por medio.
Fueron los logros reales de un progreso poco limpio, conseguidos en medio de constante precariedad. Cada elección representó un peligro existencial para la democracia y esas danzas sobre el filo de la navaja fueron, en sí mismas, la evidencia de todo lo que faltaba para tener un buen gobierno.
Aún así, se logró evitar lo peor cada vez. Ello significó no solo resignarse al mal menor sino defenderlo con energía en las grandes movilizaciones que, cada cinco años, definieron los resultados y permitieron proseguir la marcha en la cornisa y decepcionar al abismo.
Creo que esas movilizaciones representaron los puntos más altos de esos tiempos. ¡Con qué energía, fuerza y entusiasmo la gente marchó y votó, cada vez, por líderes que no valían ni una fracción de ese entusiasmo! La gente no lo hizo por ellos sino por el ideal que defendía y contra el mal que buscaba precaver.
La temporada actual de cuándo y cómo se jodió el Perú empezó con las elecciones de 2016. Derrotada pero furiosa, la mayoría parlamentaria del fujimorismo y la ultraderecha se abocó a socavar al gobierno de Pedro Pablo Kuczynski (PPK), con el fin de derrocarlo.
Si PPK hubiera tenido una reacción temprana y enérgica, planteando sumarias y terminantes cuestiones de confianza al disputar la primera cabeza ministerial, el curso de los acontecimientos pudo haber sido diferente.
Pero el carácter medroso y manipulable de PPK; su entorno permeado por dobleces y traiciones, lo llevó a capitulaciones sucesivas, a derrotas en incómodas cuotas, que terminaron con su caída e inauguraron los tiempos de paulatina y creciente inestabilidad.
Fue entonces cuando los casos Lava Jato y Lava Juez sacaron a la luz las realidades secretas de las cleptocracias en acción, sumas y cuentas incluidas. Confundidos y desorganizados al comienzo, los cleptócratas lograron eventualmente armar contraofensivas basadas en la más descarada desinformación. La ultraderecha, buena parte de cuyos dirigentes estaban embarrados en esa corrupción (junto con parte de la izquierda también), fue la más agresiva en sus ofensivas basadas en estridentes mentiras.
No hubieran tenido ningún éxito, sin embargo, de no haberse abatido la peste sobre el Perú, cuyo terrible trauma fue potenciado por el mal manejo de la crisis, deshonestidades incluidas, que tuvo el gobierno de Vizcarra.
Las elecciones de 2021 fueron las del COVID-19 y sus resultados lo mostraron. Pedro Castillo solo hubiera podido ganarle a Keiko Fujimori y a ella le ganó.
De inmediato, sin solución de continuidad, empezó la guerra entre el heterogéneo grupo de supuesta izquierda que había llegado al poder, contra una coalición negativa sin precedentes. Esta incluyó a la gran mayoría del empresariado, a toda la prensa concentrada y otros satélites periodísticos, a la ultraderecha robustecida por el crecimiento mundial de una fuerte corriente autoritaria y antidemocrática, a una parte significativa del Estado y grupos de las clases medias que, otra vez, demostraron su vulnerabilidad a aquellos miedos atávicos que quizá surgieron cuando las huestes de Manco Inca rodearon Lima desde los cerros circundantes, en agosto de 1536. En esta ocasión, para acentuar la alarma, los indios que supuestamente iban a bajar de la sierra a invadir los barrios acomodados, no solo eran andinos sino también “comunistas”.
Fue, desde el comienzo, una guerra de esquizofrenias. Pedro Castillo nada tenía de comunista; y los dirigentes de Perú Libre ya habían mostrado, desde sus gobiernos regionales, una particular preferencia por la acumulación privada de dinero, especialmente a través de la apropiación de recursos públicos y el uso corrupto del poder.
Castillo y sus allegados más cercanos se lanzaron a bolsiquear (esa es la palabra) al Estado con una cutra ávida pero ramplona. La gran corrupción de los gobiernos anteriores y la de sus cómplices privados había sido, en la metáfora del robo, una cleptocracia de tiburones. Con el gobierno de Castillo entraron las pirañas, con mucha hambre e igual torpeza, que desde el comienzo fueron dejando la huella de sus robos. Fueron incompetentes hasta para eso. Pero sus enemigos, los de la coalición negativa, pintaron a esos cutreros que no paraban de tropezarse con sus propios pies, como si hubieran sido los mayores corruptos en la historia nacional; como si, a su lado, las grandes corrupciones durante el fujimorato; y los muy recientes casos Lava Jato y Lava Juez, en este siglo, fueran notas a pie de página, minucias olvidadas de la historia.
Si uno observa a varios de los que dirigieron la organizada y crecientemente metódica campaña para defenestrar a Castillo, verá que se trata de personas vinculadas con los casos Lava Jato o Lava Juez y otros delitos importantes, entonces los escenarios aparecen más claros. En no poca medida lo que se ha vivido ha sido la guerra de los tiburones contra las pirañas, con la participación auxiliar de una serie de aliados sin aletas.
La cobertura de la prensa concentrada recordó una y otra vez a los tabloides del montesinismo. Y eso sin tomar en cuenta a la prensa basura que aún sobrevive, sin cambios, desde sus tiempos de criminalidad impresa, cuando tuvieron a Vladimiro Montesinos como su director.
¿Significa lo dicho que estuvo mal investigar a Castillo y los cutreros de su gobierno? Claro que no estuvo mal. Por lo contrario, era indispensable investigarlos. Y de hecho, como se verá en la lista de las principales publicaciones de IDL-Reporteros este año, una parte importante del esfuerzo de este medio fue investigar los casos de corrupción de ese gobierno.
Pero una cosa es la investigación de casos de corrupción y otra la organización de campañas para lograr un efecto de demolición a través de denuncias escogidas, secuenciadas y programadas para tener un efecto, en coordinación operativa con otros aparatos del Estado. Esas son el tipo de campañas de propaganda y acción sicológica propias de una guerra. Y en la guerra, como recuerda Philip Knightley en el título de su famosa obra sobre la corresponsalía bélica, The First Casualty, la primera víctima es la verdad.
Castillo intentó perpetrar un autogolpe y eso, sin que importe su fulminante fracaso, lo puso fuera de la ley y de la presidencia. Todavía no se conocen bien las razones que lo llevaron al suicidio político y quizá, cuando se investigue bien ese capítulo emerjan sorpresas. Pero sea lo que fuere que pasó, la responsabilidad de Castillo es insoslayable. Quiso hacer un golpe. Fracasó. Fue detenido, destituido y preso. No había ni hay alternativa u opción diferente.
¿Con eso se arregla todo y se entra a una nueva normalidad acomodada a la ultraderecha? Eso no va a suceder. Un gobierno cuyo pie de fuerza es el Congreso, la institución más despreciada y con menor legitimidad en el Perú, no tiene ninguna posibilidad de asentarse, ni aún si intentara sostenerse a través del empleo brutal de la fuerza. A lo más lograría ganar algo de tiempo, pero no se necesita ser clarividente para saber dónde terminarían los jefes que ordenaran y ejecutaran esa represión.
La coalición negativa no podrá gobernar como tal; y lo único que logrará, si el Ejecutivo se deja avasallar por esta y empieza una campaña sistemática de represión, es extremar la polarización, inflamar la irracionalidad de los que protestan y entrar en un camino con muy difícil retorno.
Si la presidenta Boluarte quiere conducir y terminar con éxito su breve gobierno, deberá actuar con total independencia del Congreso, concentrarse en escuchar a la gente, razonar y resolver con ella los problemas más imperativos. Sobre todo, recobrar la paz y el orden, y persuadir a los pueblos de que toda la infraestructura de transportes y de energía pertenece a ellos, y que atacarla es autodestruirse.
Si Boluarte busca gobernar cerca a la gente, las mayorías terminarán apoyándola y dudo mucho que el Congreso se atreva a enfrentarla.
De otro lado, si termina cogobernando con la ultraderecha, protegida por las armas, la crisis se agravará y entraremos pronto a una nueva, y todavía más oscura, temporada de “Cuándo se jodió el Perú”.
IDL-Reporteros, mientras tanto, hará los mayores esfuerzos por mejorar y profundizar el periodismo de investigación. En especial el de cobertura de crisis, que revele y explique, con claridad expositiva que excluya toda campaña o propaganda, a los personajes, las fuerzas y los eventos que conforman el presente accidentado y el futuro incierto de nuestro país.
Ya lo hemos hecho en este año que acaba, como podrán ver en el apretado resumen adjunto de notas. Buscaremos profundizarlo mucho más.
El 2023 no será un año fácil. Afrontémoslo con inteligencia y entereza. Es lo mejor que podemos hacer.
Fuente: IDL-Reporteros