A la gente le encanta odiar a las palomas por cómo ensucian los coches aparcados o acuden en masa a los restos de comida de la acera. Pero con más de 300 especies de palomas salvajes en la Tierra (muchas de ellas impresionantes), ya es hora de que incluso la humilde paloma reciba algún que otro arrullo de afecto.
“Las palomas son maravillas biológicas”, dice Rosemary Mosco, autora de A Pocket Guide to Pigeon Watching [Una guía de bolsillo de avistamiento de palomas].
“Fabrican leche para sus crías. Pueden despegar casi en vertical. Ven colores que nosotros no vemos, oyen sonidos que nosotros no oímos y encuentran el camino a cientos de kilómetros utilizando mecanismos que no acabamos de comprender”, explica. “Son las aves más olvidadas del mundo”.
Curiosamente, no hay ninguna diferencia científica entre las palomas y las mucho más queridas tórtolas. Ambas pertenecen a la familia Columbidae y, aunque el término “paloma” suele aplicarse a las especies más grandes y “tórtola” a las más pequeñas, Mosco señala en su guía de campo ilustrada que en realidad no hay ninguna distinción científica o evolutiva entre ambos grupos.
Es más, la omnipresente paloma que se encuentra en las ciudades de todo el mundo desciende de un ave conocida como paloma bravía, que el hombre domesticó hace mucho tiempo.
También hay pruebas de que las palomas silvestres fueron un alimento básico para los neandertales, y más tarde para los Homo sapiens, hace al menos 67 000 años. Más conocido es el inestimable servicio de comunicación a larga distancia de la paloma domesticada para muchas civilizaciones diferentes, desde los antiguos romanos hasta Genghis Khan.
“Durante gran parte de su historia, fueron sinónimo de riqueza y poder”, afirma Mosco. “Eran Ferraris voladores”.
En algunas partes del mundo, las palomas más rápidas siguen alcanzando sumas alucinantes. En 2020, una paloma de carreras llamada New Kim se vendió por 1,9 millones de dólares en una subasta belga.
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Con palomas por todas partes en la vida urbana, puede ser difícil imaginar un mundo sin su presencia. Pero ni siquiera estas adaptables aves son inmunes a la extinción.
En el siglo XIX, se pensaba que la paloma mensajera (Ectopistes migratorius) era una de las aves más numerosas del mundo, si no la que más, con una población de unos 3000 millones de ejemplares. Pero en menos de un siglo, el ser humano erradicó la especie de su hábitat natural gracias a un hambre insaciable de su barata carne y a la deforestación generalizada.
En 1914, la última paloma mensajera conocida, de nombre Martha, murió en cautividad en el zoo de Cincinnati (Estados Unidos), lo que nos recuerda que debemos apreciar las hermosas y diversas palomas que tenemos antes de que desaparezcan.