En el pasado, sobre todo en el Congreso, los extremos ideológicos han hecho acuerdos políticos como los que hoy se necesitan. Recordamos algunos.
Los ánimos están tan crispados que el diálogo derecha e izquierda es una suerte de ‘yo te impugno, yo te anulo’. Pero la coyuntura electoral pasará y los bandos van a tener que chocar puñitos y conversar. Y eventualmente, pactar. No es extraordinario, ha sucedido antes. Aquí les cuento algunas historias de los últimos 50 años.
El Tucán y los rojos
Las dictaduras de Juan Velasco Alvarado y Francisco Morales Bermúdez unieron en su repudio a derecha e izquierda. El segundo presidente, sin embargo, tuvo un propósito de transición democrática y convocó a una asamblea constituyente. Fernando Belaunde y Acción Popular, líder y partido que fueron víctimas del golpe de 1968, rechazaron la convocatoria; pero el resto de partidos sí aceptó.
Y así fue que en 1978 tuvimos a 100 diputados ‘constituyentes’ repartidos así: 37 apristas encabezados por el mismísimo Víctor Raúl Haya de la Torre; 25 pepecistas liderados por el ‘Tucán, Luis Bedoya Reyes; 26 izquierdistas de 4 partidos (Focep, PSR, UDP, Frenatraca), de los cuales el más votado era Genaro Ledesma Izquieta (líder del Focep y papá de Marianella, la presidenta del actual TC).
¿Quién iba a presidir la asamblea? El más votado de todos era Haya de la Torre, pero esa no era una razón de ley. Resulta que la izquierda, que llevaba bronca tremenda al APRA y a su fundador, pensó que mejor opción sería Bedoya Reyes, a pesar de que el PPC estaba en sus antípodas ideológicas. En un homenaje por sus 100 años que le hizo el congreso pasado, el ‘Tucán’ lo relató con pelos y señales. En la víspera de la elección, un diputado izquierdista le dijo a Roberto ‘Bobby’ Ramírez del Villar de PPC, que querían a Bedoya de presidente. Pero cuando el pepecista le dio el mensaje a su líder este le replicó que mejor sería apostar por Haya, que era un viejo perseguido que nunca había tenido un cargo público. Y agregó: “el pensamiento marxista leninista es incompatible al pensamiento socialcristiano”.
No hubo pacto, pero los extremos se pulsearon. El APRA estaba al centro y su relación con la izquierda fue más compleja. Según contó Bedoya a quienes lo oímos esa vez, Haya le había ofrecido a Ledesma la presidencia, pero este declinó. Bedoya quedó intrigado por ese secreto que le confió Haya y, años después, encontró a Ledesma y le preguntó por qué no había aceptado. Ledesma le respondió: “Usted no conoce a la izquierda, el APRA iba a votar por mi, pero no estoy seguro de todos en la izquierda”.
Disculpen la digresión sobre Ledesma. El punto es que la izquierda marxista y el PPC, los extremos del espectro, empezaron a tratarse en el parlamento; pero faltarían varias temporadas para que hicieran algún pacto. Durante el segundo gobierno de Belaunde, el PPC se alió al oficialismo y no tenía razón para pactar tema alguno con sus opuestos. En 1985, el líder de la izquierda unida, Alfonso Barrantes, pasó raspante a la segunda vuelta con Alan García. Ante la evidencia de que la derecha y la mayor parte del electorado se inclinarían hacia García, Barrantes renunció en gesto muy aplaudido.
Durante el gobierno de García, la izquierda mantuvo su histórica enemistad con el aprismo, a pesar de radicalismos apristas como el intento de estatizar la banca. Sin embargo, en 1990, APRA e izquierda coincidieron en apostar por la incógnita que encarnaba Fujimori. La derecha se unió en el Fredemo, el mayor frente de su historia, liderado por Mario Vargas Llosa.
Durante la campaña electoral de 1990 hubo un gesto que, aunque muy distante de un acuerdo político, mostró que había razones de unidad entre opuestos. Tanto Vargas Llosa con su movimiento Libertad y Henry Pease, candidato de la Izquierda Unida (IU), tenían la intención de convocar a una marcha contra el terrorismo. En vista de la coincidencia, conversaron y las dos marchas confluyeron. Cerrado ese capítulo con ese gesto de unidad ante el enemigo común, en la segunda vuelta Pease decidió apoyar a Fujimori.
Bobby y el sindicalista
A Lourdes Flores, revelación de la derecha socialcristiana en el congreso de 1990, le pregunté si recordaba un episodio de acuerdo político entre los extremos. “Sí, uno muy bonito”, me dijo. “En 1991 Bobby [Ramírez del Villar] fue presidente de la cámara de diputados y César Barrera Bazán, fue su vicepresidente y se portó como un lord”. Ramírez del Villar fue uno de los fundadores del PPC y Barrera Bazán era uno de los líderes de Patria Roja y dirigente del Sutep.
“La acusación [constitucional] a García nos unió”, recuerda Lourdes y añade otro detalle. Acción Popular, que era parte del Fredemo, quería en la vicepresidencia a ‘Vitocho’ García Belaunde. Ella fue la encargada de explicarle a Fernando Belaunde, la cabeza de AP, la necesidad de esa alianza congresal con la IU, y él aceptó. Le consulté a García Belaunde y me confirmó que, en efecto, él era la opción de AP; pero que más allá de eso, el ex presidente se oponía a que las presidencias de ambas cámaras las tuviera la oposición. Prefería que las tuviesen los fujimoristas y así evitar la tentación de un golpe con respaldo militar, como en efecto sucedió. La víctima del golpe de 1968 tenía buen ojo para estas cosas. El PPC y la izquierda eran de otro parecer.
“En la mesa no hubo ningún problema, Bobby y César Barrera eran dos caballeros; pero, claro, discrepábamos en las leyes sobre temas económicos y de seguridad”, cuenta Lourdes. El entendimiento parlamentario no incluía a la Izquierda Socialista capitaneada por Manuel Dammert, quien tampoco apoyó la acusación a García. Fujimori tuvo, en su primer año de gobierno, la simpatía de las izquierdas e incluso tuvo ministros socialistas como Gloria Helfer y Carlos Amat y León. Cuando quedó claro, tras el shock de los primeros días y la ejecución de un programa similar al que preconizaba Vargas Llosa, que su rumbo sería neoliberal; la izquierda se apartó.
Con el golpe del 5 de abril de 1992, Fujimori logró unificar a partidos de derecha, centro e izquierda en su rechazo. Cuando convocó al Congreso Constituyente Democrático de 1993, no participaron ni AP ni el APRA, pero sí el PPC y varias izquierdas. Unos años más adelante, en 1996, la promulgación de la ‘ley de interpretación auténtica’ que facultaba a Fujimori a re reelegirse, provocó nuevamente la confluencia de activismo plural: Lourdes Flores, Javier Diez Canseco, Mauricio Mulder y Alberto Borea encabezaron la recolección de firmas.
Más adelante, la debacle del fujimorismo, tras la difusión del video Kouri Montesinos, fue sellada en una reunión en el departamento del izquierdista Henry Pease, en la que, todos los partidos se pusieron de acuerdo contra el fujimorismo y postularon como presidente del Congreso, e inminente presidente de la república, al acciopopulista Valentín Paniagua (rememoramos los detalles en la crónica “Los secretos de la transición”, 24 de noviembre del 2020). Exactamente 20 años después, una confluencia menos organizada, amorfa y con bancadas partidas, pero donde hay derecha e izquierda, eligió a Francisco Sagasti para otra transición que aún es de desenlace incierto.
Tomemos la mesa
El fujimorismo fue un factor aglutinante de opositores extremos mientras estuvo en el poder. Luego, se convirtió en una fuerza marginal hasta que volvió a asimilarse al juego parlamentario, siempre hacia la derecha y en especial confluencia con el aprismo. Fueron otras derechas las que se entendían cotidianamente con la izquierda. García Belaunde recuerda que se enfrentó, en el 2008, durante el segundo gobierno de García, al aprista Javier Velásquez Quesquén, con votos de la izquierda humalista. La mesa directiva permaneció en manos apristas.
Un año antes de ‘Vitocho’, que tenía el referente centrista de AP, alguien a la derecha de él, Javier Bedoya de Vivanco, hijo del Tucán, también intentó en vano ganar la mesa con los votos de la izquierda. Pero se impuso el aprista Luis Gonzales Posada. Durante el siguiente quinquenio, con el humalismo en el Ejecutivo, las alianzas fueron menos nítidas, a las bancadas les empezaron a crecer alas irregulares, y todo se volvió más impredecible. La izquierda se desgajó del humalismo simultáneamente en el Congreso y en palacio de gobierno.
Una izquierda aggiornada, liderada por Susana Villarán, ganó la alcaldía de Lima por segunda vez en el 2010 (entre 1983 y 1986, Barrantes fue alcalde). Lourdes Flores perdió por poco y, claro, tuvo un número importante de regidores. Cuando se promovió la revocatoria, ambas lideresas unieron fuerzas. “Era natural, ni necesitábamos conversar y había que defender a nuestros regidores”, me dice Lourdes Flores.
Durante el quinquenio de PPK, los partidos y sus bancadas se volvieron aún más disgregados, sus personalidades trocaban de camiseta y el entendimiento por bloques se tornó más difícil. La mayoría fujimorista tenía en sus antípodas a la izquierda del Frente Amplio, que le dio sus votos a ‘Vitocho’ en el 2018, para pelearle, en vano, la mesa directiva al entonces fujimorista Daniel Salaverry.
La oposición a Martín Vizcarra unió incidentalmente, sin la organicidad de un pacto y sin etiquetas legibles, a izquierdistas y derechistas. La revuelta contra el brevísimo gobierno de Manuel Merino en noviembre del 2020, que fue esencialmente virtual y callejera, tampoco tuvo un solo signo ideológico. La pandemia y esta segunda vuelta son las que han resucitado esa vieja polaridad de izquierda y derecha que se superpone y traslapa con otras polaridades.
Los antecedentes reseñados, muestran que sí hay una práctica de entendimiento entre extremos ideológicos. Sin embargo, el fujimorismo ha estado en las antípodas de la izquierda que acompaña a Pedro Castillo. Es más, fue el enemigo común que unió a la izquierda con otros derechistas. El entendimiento será muy difícil pero el pasado muestra que es posible.