¿Cómo identificar una garceta nival? Hay que buscar sus patas, amarillas como el sol. Éste es sólo uno de los muchos consejos que aprendí de mi madre, una obsesionada con los animales, durante nuestros casi 15 viajes a Sanibel, una isla barrera de 85 kilómetros cuadrados frente a la costa suroeste de Florida (Estados Unidos).
Nos pasábamos horas cada día mirando boquiabiertos a los habitantes del Refugio Nacional de Vida Silvestre J.N. “Ding” Darling, más de 2600 hectáreas que forman parte del mayor ecosistema de manglares sin desarrollar del país y albergan más de 245 especies de aves, además de caimanes, manatíes y linces.
En las playas de la isla, famosas en todo el mundo por sus conchas, nos maravillábamos con los tesoros que llegaban del Golfo de México amontonados a la altura de los tobillos. Incluso cuando el Alzheimer empezó a nublar la brillante mente de mi madre, la alegría compartida que encontrábamos entre las maravillas naturales de la isla nos hacía volver.
Esta es la época del año en la que estaríamos rumbo al sur, pero el 28 de septiembre de 2022 Sanibel sufrió el azote catastrófico del huracán Ian, una tormenta de categoría 4 que dañó o destruyó viviendas, medios de subsistencia y ecosistemas.
La isla tardará muchos más meses, posiblemente años, en recuperarse por completo. Pero hay signos alentadores. “Cada día está un poco mejor”, dice Toni Westland, guarda supervisora del refugio de Ding Darling.
Resulta que la inveterada ética conservacionista de Sanibel, siempre una bendición para los amantes de la naturaleza, ha sido clave para ayudar a la isla a capear el temporal.
Mi madre llegó a Sanibel en ferry por primera vez en los años 40, cuando su abuela la sacó a ella y a dos primos del colegio para pasar un mes al aire libre en Florida. Décadas después, me presentó el que fuera uno de los lugares más felices de su infancia. Para entonces, el fácil acceso por puente había convertido la isla en un popular destino turístico con multitud de hoteles, restaurantes y tiendas.