Abogada de provincias, cumple el martes como máxima mandataria los dos meses más largos de la historia reciente del país andin
Los políticos actuales tienden más a asomarse a Twitter que a la ventana. En la red social se pueden recibir insultos, piropos y hasta amenazas, pero siempre está la opción de silenciarla. Eso hizo esta semana Dina Boluarte, que cumple el martes como presidenta los dos meses más largos que se recuerdan en Perú. La mandataria desactivó su cuenta de Twitter, a la que no es difícil imaginar qué tipo de mensajes llegarían. En las calles, convulsionadas por las protestas que comenzaron con el autogolpe fallido de Pedro Castillo, se ha popularizado el grito violento de rima infantil que canta “Dina asesina”. La mayoría de la población quiere su renuncia tras 58 muertos por la represión policial. La crisis se agrava cada día. A Boluarte ya no le suena Twitter, pero ahora busca sin éxito el botón para desactivar una calle que ruge de ira.
La primera mujer presidenta de Perú ya no será Keiko Fujimori, la hija del dictador que perdió por poco las tres últimas elecciones. Boluarte ocupa ese papel en la historia después del último capítulo extraordinario de la crisis política peruana. Un aparte que comenzó a escribir el entonces presidente Pedro Castillo el 7 de diciembre, cuando con voz temblorosa anunció un autogolpe de Estado que acabó con él detenido esa misma tarde. Boluarte, distanciada ya desde hacía tiempo del maestro de escuela, pasó en 24 horas de ocupar una vicepresidencia sin funciones a ser la jefa del Estado.
Pocos conocían a esta mujer, abogada de 60 años, hasta el 7 de diciembre pasado y aún es poco lo que se conoce de su vida antes de estar en el lugar correcto (o equivocado) en el momento justo. En una sociedad tan desigual como la peruana, el peso del origen es enorme. Y si Boluarte no hubiera nacido en Chalhuanca, una ciudad andina del Perú más pobre, seguramente nunca hubiera acompañado a Pedro Castillo como número dos en unas elecciones que nunca pensaron ganar. Su origen de interior, de fuera de Lima, la conectaba con el profesor y con el voto que los aupó al poder en 2021. Pero ella hacía ya años que había cambiado su ciudad por la capital, convirtiéndose en un poco de ningún sitio.
Boluarte fue la menor de una familia numerosa que salió adelante gracias a la habilidad de su padre con la ganadería, en estas tierras de gente humilde sobre suelos ricos en cobre y oro. Una sobrina de Boluarte, que regenta un restaurante en Chalhuanca, cuenta al teléfono que “la meta del provinciano es estudiar” para escapar de ese lugar “sin futuro”. Eso hizo una joven Dina antes de licenciarse en Derecho y poco se la ha vuelto a ver por allí, si acaso en las fiestas patronales.
Como su biografía aún no está bien contada, las versiones se solapan y contradicen en medio de la ira ciudadana. Apurímac, su región, fue de las primeras en levantarse tras la detención de Castillo. Desde la cárcel, el expresidente llama a Boluarte traidora. Y las protestas exigen su renuncia desde el primer día. Nunca será ya su vecina más ilustre.
En su región la acusan de ser hija de hacendados, cuando su familia era más bien clase media, y de ser cercana a la derecha. Los conservadores ven en ella a una azuzadora marxista que quiere continuar la senda de Castillo. Alguien que compartió con ella los primeros meses del Gobierno del maestro rural asegura que carece de una ideología definida.
Hasta hace dos meses era difícil imaginar que Boluarte acabaría llamando golpista a Castillo y este “usurpadora” a la vicepresidenta, pero su relación nunca fue cercana. En el juego en que se ha convertido la política peruana, con partidos que carecen de cuadros, se busca la mejor foto para persuadir del voto a según qué sector. Perú Libre escogió a Castillo, un sindicalista en el que se reconoció enseguida el Perú del interior, y a Boluarte, menos exótica que el profesor para los estándares de la capital.
El día del suicidio asistido de Castillo, la vicepresidenta fue rápida en apartarse de él. Horas después, cuando asumió el poder, prometió gobernar hasta 2026, el final del mandato. Esa idea duró unas horas, las mismas que sus asesores tardaron en dejar de coger el teléfono a periodistas y analistas, recuerda el sociólogo Sandro Ventura. La represión policial en las regiones del interior provocó las primeras víctimas entre los manifestantes. Dos meses después, suman 58.
La presidenta, una mujer divorciada madre de dos hijos, está cada vez más acorralada y más sola. En realidad, nunca estuvo acompañada. Al acceder al poder sin equipo, sin bases ni colegas, no es fácil rodearse de leales. Algunos ministros la han abandonado por la deriva violenta. El equipo que la rodea, contactado para este perfil, rechazó contar cómo es y cómo trabaja. Sus detractores la consideran “incapaz” de enderezar el país, aunque conceden el papel difícil que le ha tocado.
Su futuro depende del Congreso, también incapaz de acordar el adelanto electoral. Boluarte podría renunciar, pero dice que no se lo plantea. La comunidad internacional pide elecciones, la OEA exige investigar los muertos. La presidenta da vueltas en un laberinto aún sin salida. Sea cuando sea, su mandato no será el más corto de la historia del país. Manuel Merino estuvo cinco días en el poder en 2020. Unas masivas protestas en Lima, lideradas por jóvenes y universitarios, con dos muertos, le obligaron a renunciar. Ahora suman 58 víctimas. Y esa cuenta no se desactiva como la de Twitter.