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Opinión

Carlos Martínez: Espacios públicos, ¿de quién?

La última semana de diciembre, la playa Agua Dulce se encontraba abarrotada, como es costumbre cada fin de año. Ante esto, varios bañistas decidieron cruzar la Costa Verde y usar una pileta como si fuese una piscina (La República, 2022). Las reacciones no se hicieron esperar. El alcalde de Chorrillos drenó la pileta al día siguiente (Infobae, 2022).

Las piletas no son lugares adecuados para los bañistas. El agua en ellas no recibe tratamiento para asegurar la salud de las personas. En particular, en la pileta de la Costa Verde se podía apreciar el crecimiento de algas y moho. Entonces, ¿por qué los bañistas usaron la pileta? Una respuesta que podría complacer a cierta parte de la población (por cierto, privilegiada) es que los bañistas son ignorantes, además de sucios y desordenados. Para este grupo de personas es difícil admitir que los bañistas son ciudadanos como ellos y que deberían de gozar de los mismos beneficios y del derecho de usar los mismos espacios públicos que ellos.

El caso de Ancón, es este sentido, es icónico. Cuando esta playa se convirtió en un lugar popular para el limeño común, los veraneantes más opulentos optaron por moverse a otras playas, especialmente del sur. Los que quedaron practican técnicas de segregación hasta el día de hoy (Delgado Duncan, 2017). Para el limeño común, muchas veces no es posible viajar al sur o al exterior a disfrutar de las playas. Las únicas opciones que le quedan son las playas cerca a Lima Metropolitana, siendo una de las más populares Agua Dulce.

La situación arriba descrita señala un problema de inequidad mucho más profundo que no puede resumirse en juicios morales sobre si el ingreso a la pileta de los bañistas fue correcto o no. Lima Metropolitana es una ciudad costera, pero a pesar de esto no cuenta con muchas playas que puedan ser aprovechadas por el ciudadano común para poder veranear. Además, muchas de estas playas no son aptas para bañistas por su grado alto de contaminación (La Republica, 2023). La opción más cercana a una playa es una piscina. Entonces, ¿por qué los bañistas no usan las piscinas en vez de realizar un largo viaje hasta las playas de Chorrillos? Esta opción es también problemática dada la realidad limeña. Lima tiene un poco más de 200 piscinas, de las cuales cerca de la mitad es considerada no saludable (DIGESA, 2023). Además, el ingreso a la mayoría piscinas no es gratuito, incluso en parques zonales. No hay muchas opciones para el limeño de bajos ingresos económicos: la recreación termina por convertirse en un lujo.

El limitado acceso a espacios públicos en Lima no es un problema nuevo. Es suficiente observar la cantidad promedio de áreas verdes por habitante a nivel de distrito para observar la gran disparidad que existen entre los distritos con ciudadanos de mayor y menor ingreso. Por ejemplo, en San Isidro existen 22 m2 de áreas verdes por habitante mientras que en Comas solo hay 2.8 m2 por habitante (SINIA, 2018). El desentendimiento de las autoridades, junto a la cultura del cemento que existe en Lima, contribuyen a crear una ciudad con grandes brechas que abarcan desde servicios básicos hasta espacios públicos.

La burbuja inmobiliaria y la actitud especuladora de ciertos agentes económicos también contribuyen a este problema, ya que cada metro cuadrado de suelo debe ser aprovechado de la “mejor manera” y generar rentabilidad. Asimismo, la ciudad autoproducida no cuenta con la suficiente cantidad de espacios públicos habilitados para responder a la demanda de sus comunidades, posiblemente porque son los últimos que reciben atención en su proceso de urbanización. Al final, los espacios públicos terminan siendo un lujo.

Ahora, tampoco se trata de construir espacios públicos como se viene haciendo últimamente en la ciudad, donde muchos de estos espacios no cumplen más que un rol ornamental. Tampoco es raro encontrar obras abandonadas, lo que pone en discusión la sostenibilidad económica y social de muchos de estos proyectos a largo plazo. En una ciudad como Lima, esto no es solo un desperdicio de recursos sino una afrenta social. Los espacios públicos deben ser pensados con la idea de cumplir un rol específico, y responder adecuada y eficientemente a la demanda por recreación y descanso, accesible para todos.

Abordar la limitada disponibilidad y accesibilidad de espacios públicos en Lima, si es que se intenta llevar a cabo, será un proceso largo y doloroso. Largo porque implicaría el trabajo articulado de muchos actores y una planeación adecuada que garantice la sostenibilidad de las propuestas. Doloroso porque generaría conflictos de interés con los agentes económicos (que construyen tanto la ciudad formal como la ciudad autoconstruida) y más aún, admitir como ciudadanos con plenos derechos a los habitantes más pobres de la ciudad.

En el caso de los bañistas de la Costa Verde, piscinas en sus distritos de origen podría aliviar la carga sobre la playa Agua Dulce durante el verano. Pero esto no debería ser una restricción para que puedan visitar la playa en el futuro. En este caso, los espacios públicos no deben ser diseñados con la idea de mantener alejadas a personas consideradas indeseables; esta actitud de exclusión social debe ser desechada. Es momento de repensar las nociones de ciudadanía vigentes y cuestionarlas para bien. Los espacios públicos son eso, espacios públicos. Y no debe ser discriminado su uso por la procedencia de sus usuarios.

Los espacios públicos son de todos y todas.

Fuente: Noticias SER.PE

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