Conforme pasan los años, vamos aprendiendo sobre los distintos cambios que se producen en nuestro cutis y uno de ellos es el cambio en el tono de piel. Aunque muy común, no solemos relacionar este cambio en nuestro rostro con sus causas más evidentes, y mucho menos nos encargamos de prevenirlas a tiempo.
A partir de los 25 años, nuestra piel va cambiando de color por un motivo fisiológico: poco a poco la regeneración celular se va ralentizando y comenzamos a ver las primeras consecuencias de haber abusado de la exposición solar. Sí, otra vez el sol. Desde muy temprana edad, nuestra piel conoce los efectos de los rayos ultravioleta y, tras muchos años de tomar el sol y de no cuidar nuestra piel de forma adecuada, las consecuencias de esa sobreproducción de melanina comienzan a ser evidentes. Las manchas que antes se iban con tanta facilidad comienzan a ser más intensas y es más difícil que desaparezcan. También ocurre que la piel se hace opaca, pierde su luminosidad y va adquiriendo un aspecto envejecido, sin vida.
El cambio de color de piel se puede prevenir con unos hábitos sencillos que, cuanto antes se incorporen a la rutina de belleza facial, más prolongados en el tiempo serán sus efectos. Dado que el tono de piel cambia debido a los rayos solares, la manera principal para evitar estos efectos es utilizar protector solar en el rostro todos los días, incluso en días nublados.
Las lociones hidratantes con protección solar son muy recomendables para cumplir ambas funciones.Además, protegerse la piel con prendas de algodón, sombreros o gafas de sol en días más soleados refuerza las medidas de prevención para evitar la aparición de manchas o el cambio en la coloración del cutis. Aparte de la acción constante del sol durante toda nuestra vida, el color de la piel también puede cambiar a causa de enfermedades. Por ello, es importante que vigiles los cambios y que conozcas el significado de cada coloración. Así podrás identificar qué ocurre y actuar de la forma necesaria en todo momento. En casos extremos, la palidez puede estar relacionada con la anemia (bajos niveles de glóbulos rojos en la sangre), aunque en gran medida esto se debe a la vascularización de tu piel. Por ejemplo, si los vasos sanguíneos están dilatados, tu piel estará algo enrojecida, mientras que si están muy cerrados, tu piel estará pálida. En ocasiones, los vasos sanguíneos que nutren la piel pueden estar más dilatados, se trata de cuperosis . Este fenómeno suele ser genético, pero a veces los vasos sanguíneos se pueden dilatar por otras causas como el calor, el alcohol, los alimentos picantes o factores subconscientes como la vergüenza. Si tu piel presenta esta coloración, es posible que se deba a que los niveles de oxígeno que contiene tu sangre son menores al habitual. También puede deberse a que la microcirculación de tu piel se cierra y la sangre no llega bien a algunas zonas, apareciendo manchas moradas. En los casos más extremos, si la tonalidad azulada aparece solo en una parte del cuerpo, puede deberse a un coágulo. Y si en general el tono de la piel es azulado, podría ser la consecuencia de problemas pulmonares.
Podría deberse a un caso de ictericia (alteración en el metabolismo de la bilirrubina) o a algunos problemas del hígado o de la bilis. Sin embargo, lo más probable es que se deba a una falta de exposición al sol. En estos casos puede deberse a falta de agua, a un embarazo, a enfermedades endocrinas o al consumo de determinados fármacos. En estas ocasiones, la piel presenta una alta concentración de melanina y queratina pero no es capaz de descamarse, adquiriendo así una tonalidad marrón. En todo caso, lo más importante es que estés atenta a la tonalidad de tu piel y a la aparición de manchas. Consultar con un especialista en la fase más temprana es la mejor forma de prevenir problemas en el futuro.