Para el ultraderechista mandatario brasileño, Jair Bolsonaro, amenazar dentro de las fronteras brasileñas con un golpe en caso de que sea derrotado en su intento de ser reelecto en octubre, parece poco.
Este lunes lo hizo frente a un grupo de embajadores y diplomáticos de varias decenas de países – el número concreto no fue informado, pero había al menos treinta – diciendo con todas las letras que como no confía en el sistema de votación aplicado en Brasil, se rehusará a reconocer el resultado oficial “a menos que sea auditable”.
Avanzó más: sin voto en papel en número suficiente, al lado de las urnas electrónicas, tal y como defienden sectores de las Fuerzas Armadas, puede que ni siquiera se realicen elecciones en octubre, pese a lo que prevé la legislación.
Conviene recordar que desde 1996 Bolsonaro logró ser elegido, primero diputado nacional y por último presidente, por ese mismo sistema. E igualmente recordar que jamás se constató fraude en las elecciones realizadas en Brasil a lo largo de todo ese periodo.
Dos cosas llamaron la atención en el bizarro espectáculo ofrecido el lunes por Bolsonaro. Primero, su tono calmo y pausado.
Dijo lo mismo que dice cada día a sus seguidores en medio de vendavales de furia descontrolada, pero esta vez era evidente su esfuerzo para presentarse con un mínimo de serenidad mientras repetía en secuencia una avalancha de acusaciones sin ninguna base y de mentiras en las que nadie, a no ser sus seguidores más fanatizados y primates, cree.
En segundo lugar, llamó la atención la manera como exportó para el escenario diplomático sus furiosísimos ataques a integrantes del Tribunal Superior Electoral y del Supremo Tribunal Federal.
Jamás hubo antecedentes de un presidente que reunira a embajadores y representantes diplomáticos para despotricar contra integrantes de otras instituciones. Tampoco de un mandatario que anuncie la posibilidad de no reconocer los resultados de las urnas electorales, o sea, anunciar al mundo la posibilidad de intentar un golpe en caso de derrota.
Entre juristas, hay un amplio consenso común: Bolsonaro atentó contra todas las leyes al exponer al mundo una amenaza de golpe de Estado. La cuestión es quién, además de los electores, podrá imponerle sanciones frente a semejante absurdo.
También cabe destacar la importancia de que varios militares retirados que integran el gobierno aceptaron estar a su lado, quizá tratando de insinuar que las Fuerzas Armadas respaldarían los delirios golpistas de un mandatario más desequilibrado a cada día que pasa.
La respuesta del actual presidente del Tribunal Superior Electoral, Luiz Edson Fachin, que también integra la Corte Suprema de Justicia, ha sido enérgica. Sin nombrar a Bolsonaro, Fachin criticó lo que dijo ser una manifestación “de rumores sin consistencia” y de “populismo autoritario”. Mencionó el “inaceptable negativismo electoral de parte de una personalidad pública”, y otra vez recordó que “es muy grave hacer una acusación sin prueba alguna”.
Fachin no hizo ningún otro comentario, pero juristas señalaron que Bolsonaro cometió al menos cinco delitos definidos en la Constitución como “crímenes de responsabilidad”, pasibles de suspensión de derechos políticos.
De los siete embajadores consultados por el conservador diario O Estado de S. Paulo, de países europeos, asiáticos y latinoamericanos, seis aceptaron pronunciarse bajo la condición de anonimato.
Todos fueron unánimes en afirmar el evento como “mero acto de campaña electoral”, que no alteró para nada la confianza de sus países en el sistema brasileño de votación.
El único que aceptó identificarse fue el embajador suizo, Pietro Lazzeri, quien dijo que “deseamos al pueblo brasileño que las próximas elecciones sean otra celebración de la democracia y de las instituciones”. Por “otra celebración de la democracia y de las instituciones” entiéndase que todas las anteriores lo fueron.
Ah!, sí: han sido igualmente unánimes en señalar los groseros errores de traducción al inglés de los subtítulos presentados en una pantalla.
Uno de esos subtítulos preguntaba, en escandalosa contradicción a lo que decía el mandatario: “¿por qué sus países no usan nuestro sistema seguro y electrónico?”.
Si fuera cuestionado al respeto, Bolsonaro seguramente diría que se trata de obra de algún comunista infiltrado entre los traductores. O alguien controlado por gente como Alberto Fernández, Gustavo Petro o Gabriel Boric, que, sabemos todos, son, al contrario del brasileño, enemigos radicales de la democracia.