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Elecciones 2026: ¿Oportunidad para la democracia o repetición del caos?

Las alianzas se van cuajando

El Perú ha iniciado oficialmente su camino hacia las elecciones generales de 2026. El calendario electoral está en marcha y, con 43 partidos inscritos, el escenario se perfila como el más fragmentado de los últimos años. Sin embargo, pese al caos y a la desconfianza generalizada en las instituciones, aún existe una posibilidad real para que el país retome la senda de la institucionalidad y el desarrollo democrático.

La clave está en la transparencia del proceso y en la capacidad de ofrecer a la ciudadanía opciones viables, democráticas y equilibradas. Si se logra evitar el copamiento de las instituciones por grupos mafiosos, si se respetan las reglas del juego, y si los actores políticos se comprometen con el país por encima de sus intereses personales, el Perú podría transformar este panorama sombrío en una oportunidad.

No se trata de impedir que los extremos políticos participen. En democracia, todos tienen derecho a competir. Lo importante es que se presenten también alternativas sensatas desde el centro, la centroizquierda, la centroderecha, la derecha democrática y la izquierda democrática. Es decir, fuerzas políticas con vocación de diálogo, propuestas de futuro y respeto a las instituciones.

Hoy, la derecha tradicional parece tener varias caras, pero un solo corazón: el del fujimorismo, que con matices representa una visión autoritaria, clientelista y anclada en el pasado. Por su parte, la izquierda sigue atrapada en su propio laberinto: fragmentada, incapaz de construir una agenda común, dividida entre posturas liberales y corrientes más conservadoras.

El centro político, aunque debilitado, intenta emerger con figuras como Alfonso López-Chau, respaldado por agrupaciones como Nuevo Perú, el Partido Morado y Libertad Popular, Primero la Gente. Estas fuerzas, junto a movimientos regionales, podrían construir una opción potente para las elecciones de 2026 si logran articular una propuesta coherente y conectar con las demandas ciudadanas.

Las alianzas serán clave. No solo por un tema de estrategia electoral frente a la dispersión del voto, sino como expresión de madurez política. No todas prosperarán, y muchas no serán creíbles si no se sustentan en proyectos programáticos sólidos. Pero si se hacen bien, podrían ayudar a reducir el número de partidos en el Congreso y dar mayor gobernabilidad al país.

El riesgo es claro: que la ciudadanía perciba estas alianzas como simples repartijas de poder. Por eso, los partidos deben construir confianza, mostrando que pueden ceder por el bien común, sin sacrificar principios.

El Perú necesita con urgencia una alternativa democrática que no solo gane las elecciones, sino que tenga legitimidad para gobernar. Esa alternativa debe nacer del respeto al proceso, de una visión de país y de una ciudadanía activa y vigilante.

El tiempo corre. Y aunque el panorama parece turbio, aún es posible construir una salida institucional. Pero hay que actuar ahora. Sin artimañas, sin cálculos mezquinos, sin trampas.

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