Todo el país vio las imágenes de las mujeres aymaras siendo objeto de disparos al cuerpo de bombas lacrimógenas. Enseguida, fueron objeto de una feroz campaña para condenarlas como madres por haber llevado a sus hijos en la espalda, como sus usos y costumbres ancestrales lo dictan.
Calificadas de seres sin amor maternal, peor que animales por exponer a sus hijos, ellas decidieron responder a sus detractores, en su condición de madres. Y lo hicieron de manera contundente: las autoridades en el país no están preparadas para gobernar. Por eso, se viene la tercera toma de Lima.
“Nuestros hijos no son alquilados”
Ante la descalificación del exministro de Educación, Oscar Becerra, quien dijo que estas mujeres habrían alquilado niños, pues ni los animales expondrían así a sus hijos, las madres puneñas reaccionan con dolor.
Maximiliana Avendaño, dice que las madres aymaras no fueron a una guerra, sino a una marcha pacífica. “Si hubiéramos ido a la guerra hubiéramos llevado armas y no a nuestros hijos”, dice. Habla con impotencia, porque aún no puede creer la ferocidad con la que fueron reprimidas.
Edith Calisaya (29), con su hijo de 8 meses a la espalda, dice que le tiene que dar de lactar. No acostumbra dejar a su bebé en ninguna de las actividades que realiza. Como todas sus “hermanas” -así se llaman entre ellas- es comerciante y cruza la frontera casi a diario para realizar su actividad.
Más contundente, dice que ellas no ganan 30 mil soles como los ministros para hacer criar a sus hijos con una empleada. Tampoco lo harían, incluso si pudieran, porque son madres, siempre lo fueron y lo serán por naturaleza, nos dice.
Celia Manzano (30), una mujer decidida que destaca por su altura y su fortaleza física, complementa a Edith. “Cómo me gustaría decirle al ministro en su cara algunas cosas, pero no nos dan la oportunidad, se lamenta.
“No fuimos escuchadas, pero sí discriminadas”
Su relato sobre lo que vivieron en Lima arruga el corazón y hierve la sangre. Siendo peruanas desde sus ancestros más antiguos, no podían sentarse en las bancas de los parques porque “los podían ensuciar”. El racismo más recalcitrante se expresó en boca de cientos de limeños. Lo más suave que les dijeron fue “terroristas”, ociosas y sucias.
Y de la violencia verbal, se pasó a la violencia física. La policía les disparó bombas lacrimógenas al cuerpo. A la asfixia por los gases se sumaron golpes, gas pimienta y empujones. Una de sus criaturas se desmayó y ella huyeron como pudieron de las calles céntricas de la capital, supuestamente, el corazón del Perú.
Ellas insisten en que, mientras estaban en Puno, marchando todos los días, dejando sus puestos en el mercado y a sus hijos durante horas, nunca fueron escuchadas. Debían ir a Lima, donde están los canales de televisión, la presidenta que había hablado de Puno como una de sus prioridades. Alguien las escucharía y todo habría valido la pena. Pero no. Volvieron a Puno con el alma herida y con otras secuelas de la violencia de la policía.
Luisa Melo, a sus 65 años, fue empujada por un policía joven que, con desprecio, le dijo que volviera a su pueblo mientras la arrojaba de la vereda a la calle. Como consecuencia de la caída se fracturó un brazo y hoy no puede trabajar. Pero asegura que eso no la detendrá, mientras nos muestra sus radiografías y diagnósticos médicos. Parece hecha de acero.
Puno sí era el Perú
La desafortunada e insensata frase pronunciada por la presidenta, Dina Boluarte, provocó reacciones en cadena. Exasperada por las protestas en Puno e incapaz de escucharlas, la mandataria pretendió minimizarlas con un despectivo “Puno no es el Perú”. Y se equivocó de estrategia, una vez más.
Pese al rechazo de otros compatriotas, la peruanidad está presente siempre en su discurso. El gaseoso “amor por la patria” de los políticos, adquiere en las expresiones de estas mujeres un sentido distinto. Claro y profundo.
La indignación por los muertos en su región, despertó una reacción solidaria. De reciprocidad y solidaridad con las familias. Había que protestar, hacerse oír y reclamar por el atropello. Y siempre con el emblema de la patria, por delante, como se los enseñaron sus padres y su comunidad.
Por eso aumenta la indignación cuando las acusan de recibir financiamiento de mafias o grupos que están en la ilegalidad. No lo dicen directamente, pero su constante alusión a su condición de comerciantes esforzadas, va en el mismo sentido. No necesitan financiamiento de nadie para defender al Perú.
Se viene la tercera toma de Lima
Y pasado el primer susto, se viene una nueva arremetida. Lo hacemos por el Perú, dicen todas a su manera. Rozaron la muerte en las calles de Lima y recibieron oleadas de insultos y desprecio; pero algo que no pueden definir con precisión las empuja. Varias repiten lo mismo: si tienen que dar la vida,, lo harán.
Es el amor de madres, porque sus hijos no tengan que pasar por lo que ellas sí, que un día no existan peruanos de segunda y tercera clase, que el futuro del Perú sea diferente, porque es lo heredarán a otras generaciones de peruanos, andinos como ellas.
“Yo amo a mi Perú” dice Maximiliana Avendaño y se conduele de que no tenga autoridades mínimamente preparadas para gobernarlo. Por eso piensa volver a Lima, por tercera vez, pues sus hijos -ya grandes- le han dado el “permiso”. No bajará la cabeza, ni el puño en alto, asegura, aunque no tengan a nadie a su favor. Se viene la tercera toma de Lima, no importa cuántos la acompañen. Ella irá junto a sus “hermanas” porque no quiere ser cómplice de que las cosas sigan como están. “Hasta las últimas consecuencias”, advierte.
Puede ver el documental completo aquí: https://youtu.be/RkRUDrLwKyU