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Soy una de las 11.000 personas despedidas por Meta y en cuatro semanas doy a luz

La española Ana Vidal Egea cuenta cómo le notificó la compañía que prescindía de sus servicios

ANA VIDAL EGEA

Llevo 12 años viviendo en Estados Unidos, 10 de ellos en Nueva York. Después de dedicar varios años de mi vida al mundo académico, me adentré en las tech como responsable de contenido y estrategia especializándome en inteligencia artificial y chatbots. He trabajado para Google, TikTok y más recientemente, Meta, impulsada por mi constante curiosidad por la exploración, la innovación y la creatividad.

Ésta ha sido una semana intensa. El lunes el departamento de comunicación de Meta ratificaba que la información publicada por The Wall Street Journal el fin de semana sobre despidos masivos en la compañía era cierta. Mi supervisora comentó al equipo que se preveía que los despidos tuvieran lugar el miércoles, pero que no disponía de más información.

Me reuní con ella tanto el lunes como el martes por la mañana y parecía tan preocupada como yo por su puesto de trabajo. Hablamos de cuáles eran los proyectos prioritarios a los que dedicarme una vez me reincorporara tras mi permiso de maternidad, que daría comienzo a la semana siguiente, en mi 37ª semana de gestación. Seguir liderando la estrategia de contenido de nueve proyectos relacionados con el asistente de realidad virtual yo sola, era demasiado. Esta conversación reforzó mi creencia de que, aunque era posible que también me despidieran, nada parecía augurarlo.

En sus últimas comparecencias Zuckerberg había recalcado que la estrategia de despidos estaría orientada a identificar a aquellos empleados que tuvieran un bajo rendimiento, por lo que yo creía poder librarme, pese a formar parte de Reality Labs, el departamento que había producido pérdidas millonarias. La evaluación de mis primeros seis meses de trabajo había sido tan positiva que incluso había presentado un documento de veinte páginas optando a un ascenso. Y, por otro lado, iba a dar a luz en cuatro semanas, algo sobre lo que los directivos tenían constancia.

El miércoles a las 6 de la mañana en Nueva York recibí el mail en el que Mark confirmaba el despido del 13% de la plantilla, seguido de un segundo mail donde se me informaba de que yo estaba incluida en la reestructuración. A lo largo del día recibí varios correos personalizados de directivos con los que había trabajado, en los que enfatizaban que no habían formado parte del proceso de decisión, “aunque entendían que era necesario”, y desconocían por qué había sido una de las elegidas. En su mail, mi supervisora lamentaba estar volando todo el día y no poder llamarme personalmente. No estaría disponible hasta la semana siguiente.

Al proceder a los 3.700 despidos de Twitter, se cree que Elon Musk violó la WARN Act, por el que las compañías de más de 100 personas que van a llevar a cabo despidos masivos están obligadas a avisar con dos o tres meses de antelación a los empleados afectados (dependiendo de dónde estos se ubiquen). Aunque luego lo enmendó ofreciendo indemnizaciones que cubrían ese tiempo. Zuckerberg no ha sido más generoso, ha indemnizado de acuerdo a lo que marca la ley. El salario y el seguro médico están cubiertos durante ese período. Algo necesario, porque dar a luz en EE UU puede llegar a costar 30.000 dólares y en un caso como el mío, quedarse sin seguro médico es una tragedia. Sin embargo, sigue sin considerarse el descalabro psicológico e identitario al que una gestante se expone debido a la súbita inestabilidad laboral, en un momento vital ya de por sí de incertidumbre acuciante.

A esto se suma la frustración de comprobar una vez más cómo las grandes corporaciones, pese a que no pueden legalmente discriminar a nadie, siempre encuentran formas de justificar despidos que podrían ser considerados improcedentes. La discriminación sigue siendo muy difícil de probar. Anneka Patel, alto cargo en el departamento de comunicación y una de sus referencias, llevaba casi tres años trabajando para Meta y se encontraba en pleno permiso de maternidad cuando fue despedida. En los casos en los que los empleados llevaban tiempo en la empresa y habían demostrado un alto rendimiento, ¿qué criterio se ha aplicado realmente para despedir a ciertas personas?

“Nos vemos en los tribunales”, tuiteó Shennan Lu, una analista de datos embarazada de seis meses afectada por los despidos que Musk llevó a cabo en Twitter hace unos días. Argumentaba que había hombres con un rendimiento menor al suyo que habían mantenido su puesto de trabajo. Después, borró su cuenta en la red social.

Sigue sin considerarse el descalabro psicológico e identitario al que una gestante se expone debido a la súbita inestabilidad laboral

Hay que enfatizar que no siempre se puede llevar un caso a juicio, y este es uno de los aspectos más escandalosos. Al trabajar para ciertas corporaciones, uno acepta que solo se pueda optar al arbitraje privado, donde un abogado pagado por la empresa es el que resuelve el caso. En la mayor parte de las ocasiones, los empleados pierden o no consiguen lo que deberían.

Compartir experiencias y señalar hechos controvertidos es lo que nos puede ayudar a evolucionar. En abril de 2019 tuvo lugar “Not ok, Google”, una alianza histórica entre trabajadores fijos y temporales firmada por casi 1.000 personas, que sacaba a relucir una realidad desconocida para muchos: por entonces, más del 54% de trabajadores de Google, unas 122.000 personas en todo el mundo, eran temporales. Esto implicaba trabajar sin seguro médico, sin baja por enfermedad ni vacaciones y con un contrato por obra de un máximo de dos años, que podía terminar en cualquier momento sin necesidad de justificación. Unas condiciones que habían sido aceptadas a cambio de dinero, como si el cobrar una cantidad mensual digna de acuerdo a cierta experiencia profesional pudiera eximir de otros derechos. El movimiento, que abogaba por una causa noble, “hacer de Google una compañía más humana” se hizo eco en medios como The Guardian y tuvo ciertos resultados.

Aunque son temas muy complejos que suelen zanjarse con juicios de opinión basados en información limitada, considero que sigue siendo fundamental compartir los hechos, invitar al debate, defender lo que cada cual considera justo.

Ana Vidal Egea es escritora, periodista, colaboradora de El País desde 2017 y doctora en Literatura Comparada. Trabaja como especialista en contenido y estrategia en ‘tech’ en Nueva York. Su último libro es ‘Cómo acompañar a morir’ (La esfera de los libros).

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