Ser maquiavélico es ser un seguidor de los principios de Maquiavelo, o bien “astuto y engañoso”, dice el diccionario de la Real Academia de la Lengua.
Esta definición a menudo se reduce a la máxima “el fin justifica los medios” y los periodistas disfrutan de aplicar este epíteto a los políticos.
Pero, si examinamos la obra y fuentes de Maquiavelo, ¿revelarán que también se le puede aplicar a él?
Maquiavelo escribió “El príncipe” en 1513 mientras estaba exiliado de Florencia.
Había servido al gobierno florentino en varias posiciones desde 1498, llegando a ser secretario del segundo canciller, lo que implicó numerosas misiones diplomáticas.
En el curso de estos viajes al extranjero, Maquiavelo se encontró con muchos de los personajes que figurarían prominentemente en “El príncipe”, como César Borgia, el hijo del papa Alejandro VI.
La carrera política de Maquiavelo se produjo después de que los Medici fueron expulsados de Florencia en 1494.
El gobierno de reemplazo inicial, la “teocracia” del fraile dominico Girolamo Savonarola, terminó con la ejecución de Savonarola en 1498, antes de que Piero Soderini fuera elegido gonfaloniere (líder) de por vida en 1502.
Pero en 1512 los Medici, apoyados por las tropas españolas, derrocaron a Soderini y recuperaron Florencia, y poco después Maquiavelo fue acusado de conspiración, torturado y encarcelado, antes de ser exiliado en la primavera de 1513 a su granja en Sant’Andrea en Percussina, en las afueras de la ciudad.
El 10 de diciembre de 1513, Maquiavelo describió su nueva rutina en una carta a Francesco Vettori.
Después de la cena, escribió, le gustaba retirarse a su estudio y “conversar” con antiguos filósofos y pensadores antes de tomar notas de sus conversaciones.
Esos debates, y sus experiencias como segundo canciller, fueron la base de “El príncipe”, como reconoció Maquiavelo en la dedicatoria de la obra.
Maquiavelo afirma ahí que el regalo más valioso que le podía ofrecer a Lorenzo di Piero de Medici, el nieto de Lorenzo el Magnífico (1449-1492), el famoso gobernante de facto de Florencia, era su “comprensión de las obras de los grandes hombres”.
Una comprensión que, según el autor de “El príncipe”, había ganado a través de “un largo conocimiento de los asuntos contemporáneos y un estudio continuo del mundo antiguo”.
La “verdadera realidad”
Fue esta mezcla de experiencia personal y estudio lo que informó el ‘corazón oscuro’ de “El príncipe”, es decir, los capítulos 15 al 19, en los que Maquiavelo delineó las virtudes que necesitaba un “nuevo príncipe”.
La distinción era crucial, pues la única preocupación del nuevo príncipe era “mantener su estado”, tanto en el sentido personal como en el político, por lo que Maquiavelo adaptó sus consejos en consecuencia.
Como lo dejó claro al comienzo del capítulo 15, no le dedicó mucho tiempo para las repúblicas o las utopías idealizadas: “dado que mi intención es decir algo que resulte de utilidad práctica para el investigador, he considerado apropiado representar las cosas como son de verdad en la realidad, en lugar de como son imaginadas”.
Y el deseo de Maquiavelo de reflejar la “verdadera realidad”, tal como la entendió, lo llevó a alterar o ignorar aspectos de la plantilla ética clásica y cristiana que había dominado durante siglos la teoría política medieval y renacentista.
Moral vs. conveniencia
La principal fuente de Maquiavelo para los capítulos sobre virtudes principescas fue “Sobre los deberes” o “De oficios” (De officiis), de Cicerón, la obra más popular de la prosa latina clásica en el Renacimiento.
Una de las obras finales de Cicerón fue una discusión sobre los principios básicos del deber moral y las reglas prácticas para la conducta personal, dividida en tres libros, y el tercero de ellos examinó el conflicto entre la rectitud moral y la conveniencia.
Los enfoques de Cicerón y Maquiavelo a este tema divergieron marcadamente.
Para Cicerón, no había conflicto: “Nunca es conveniente hacer el mal, porque el mal siempre es inmoral; y siempre es conveniente ser bueno, porque la bondad siempre es moral”.
En el capítulo 15 de “El príncipe”, sin embargo, Maquiavelo reveló una visión menos monocromática sobre el asunto: “Si un príncipe quiere mantener su dominio, debe estar preparado para no ser virtuoso, y hacerlo o no de acuerdo con la necesidad”.
Mientras que ciertos vicios podrían traerle al príncipe “seguridad y prosperidad”, ciertas virtudes podían conducir a su caída, advirtió el florentino.
Fuerza y astucia
Cuando se trataba de engaño, Cicerón era igualmente claro: la verdadera gloria no provenía de pretextos o engaños, ni siquiera en tiempos de guerra, cuando a menudo se presentaba un curso de acción deshonroso pero conveniente.
Cicerón describió la fuerza y el fraude como pertenecientes al poderoso león y al astuto zorro respectivamente, siendo ambos “totalmente indignos del hombre”.
Maquiavelo utilizó la misma analogía del zorro-león en el capítulo 18 de “El príncipe”, aunque de una manera marcadamente diferente.
El nuevo príncipe necesitaba saber cómo comportarse tanto como el zorro como el león, porque la fuerza sin astucia lo llevaría a la ruina: “Un gobernante prudente no puede, y no debe, cumplir su palabra cuando lo pone en desventaja“, advirtió.
Su razonamiento era cínico pero perspicuo: “Si todos los hombres fueran buenos, este precepto no sería bueno; pero como los hombres son criaturas miserables que no cumplirán su palabra por ti, no necesitas cumplir tu palabra”.
Una doble negativa, en opinión de Maquiavelo, de vez en cuando daba positivo.
Maquiavelo tomó una postura similar cuando se trataba de crueldad.
Para Cicerón, ninguna crueldad podría ser conveniente, porque “la crueldad es más aborrecible para la naturaleza humana“.
Maquiavelo examinó el tema en el capítulo 8, dando cuenta de las carreras de dos líderes crueles pero efectivos: Agathocles (361-289 a.C.), el tirano griego de Siracusa y rey de Sicilia; y Oliverotto de Fermo (circa 1475-1502), un mercenario que asesinó a su tío para tomar el control de su ciudad natal Fermo.
Después de relatar sus acciones, Maquiavelo concluyó: “Podemos decir que la crueldad se usa bien (si es permisible hablar así de lo que es malo) cuando se emplea de una vez por todas, y la seguridad depende de ello“. En otras palabras, puede ser malo, pero el nuevo príncipe debe usarla para mantener su estado.
Maquiavelo siguió el ejemplo de la naturaleza humana, sólo que no de la misma manera que Cicerón.
Aunque el florentino no estaba en desacuerdo con Cicerón en todos los puntos.
Cicerón hizo hincapié en la importancia del mecenazgo pero desaconsejó dar regalos de dinero, porque el donante pronto agotaría sus recursos y tendría que tomar la propiedad de otros para financiar una mayor generosidad.
En el capítulo 16, Maquiavelo recomendó un enfoque similar, afirmando que era mejor tener fama de parsimonioso que de generoso, porque con el tiempo los súbditos de un príncipe se darían cuenta de que él es capaz de vivir dentro de sus posibilidades, lo cual es una forma de generosidad hacia ellos.
Evitar el odio
Por lo demás, Maquiavelo nunca alentó el comportamiento inmoral por sí mismo.
Además, para él había un límite último que no podían rebasar los nuevos príncipes cuando debían comportarse inmoralmente: no debían incurrir en el odio de sus súbditos.
Evitar el odio era el límite de cualquier conducta desviada, un punto que Maquiavelo enfatizó en varias ocasiones en “El príncipe”:
- la gente se queja de los avaros, pero no los odia (capítulo 16);
- es mejor ser temido que amado, pero evitar el odio es preferible a cualquiera de los dos (capítulo 17);
- mientras que la fortaleza más efectiva no es odiada por tus súbditos (capítulo 20).
Como dejó en claro Maquiavelo, su consejo reflejó las circunstancias de sus lectores previstos.
Desafortunadamente, al menos para la reputación de Maquiavelo, esas circunstancias cambiaron entre 1513, cuando escribió “El príncipe”, y 1532, cuando se publicó. (Solo una de las obras de Maquiavelo, “Del arte de la guerra” fue publicada durante su vida, en 1521).
En los 19 años transcurridos, la Reforma se extendió por Europa, por lo que las palabras bonitas que Maquiavelo le dedicó a la religión en el texto -ser religioso era una de las cualidades que el príncipe debía aparentar tener- adquirieron un significado que no pudo haber imaginado.
De hecho, algunas de las primeras y más violentas reacciones a “El Príncipe” -como la del Cardenal Reginald Pole (el último arzobispo católico de Canterbury), que afirmó en 1539 que estaba “escrito por el dedo de Satanás“, o la del abogado francés Innocent Gentillet “Contra Maquiavelo”de 1576- fueron desencadenadas por eventos religiosos: la Reforma anglicana y la Matanza de San Bartolomé, en 1572 .
La crítica de Gentillet a “El Príncipe” fue posiblemente la responsable de la difusión popular de “maquiavélico” en su sentido moderno y negativo.
Y a fines del siglo XVI, Maquiavelo se había convertido en una figura retórica, el maquinador del drama isabelino y jacobeo, más que una figura de autoridad.
Sin embargo, muchos de los detractores de Maquiavelo no leyeron “El príncipe“ ni trataron de “conversar” con él de la manera que Maquiavelo había hecho con los antiguos.
Como muestran los breves extractos anteriores, Maquiavelo no merecía tal demonización.
El único fin que justificaba “astucia, intriga y duplicidad”, en opinión de Maquiavelo, era el mantenimiento del estado de un nuevo príncipe.
Si toleraba la “conveniencia en preferencia a la moralidad”, era solo porque los hombres eran “criaturas miserables” que se comportaban despreciablemente.
El espejo del nuevo príncipe de Maquiavelo reflejaba las imperfecciones de sus súbditos y tiempos, tanto como las cualidades positivas del gobernante.