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¿Amor libre o relaciones al servicio del Estado en la Grecia antigua?

‘Erastes’ y ‘eromenos’ besándose, en una copa ática de figuras rojas.© Marie-Lan Nguyen/Museo del Louvre

En nuestra sociedad la identidad sexual, y cómo escogemos a nuestras parejas, es un derecho individual. Además, el consentimiento, el respeto y la libertad de elección forman parte de nuestra educación y crecimiento. Todos estos valores comenzaron a gestarse en la Revolución Francesa, siglos después del fin de la Antigüedad.

Pero para los antiguos griegos, no existía una palabra para las relaciones amorosas entre personas. Tampoco tenían etiquetas para definir su identidad, como heterosexual, homosexual o bisexual. Estas se crearon mucho más tarde, concretamente en el siglo XVIII, en los tratados médicos que definían enfermedades mentales –de ahí viene que la despenalización de la homosexualidad haya sido tan tardía–.

Sexualidad y edad

En la antigua Grecia, la sexualidad estaba relacionada con el estatus y la edad de los individuos. No había medidas protectoras de la infancia, ni idea de consentimiento. De una mujer se esperaba que se casara con quien su padre escogiera y tuviera hijos. Especialmente, se deseaba un varón que heredase todo el patrimonio. Y a los hombres se les pedía que asumiesen los negocios familiares y se casasen.

No obstante, entre la élite se daba un tipo de relación temporal muy particular. En Atenas, un hombre adulto reconocido en la política –llamado erastés– tomaba como amante a un muchacho joven –llamado eromenos– El adulto tenía como finalidad introducirle en sociedad, proporcionarle contactos, mientras que el joven le ofrecía su cuerpo. No convivían, pues el erastés solía tener mujer e hijos, pero compartían tiempo en el espacio público, que era el reservado para los varones. Seguramente incluso las familias elegían establecer este vínculo por motivos políticos o de contactos sociales.

Mucho se ha especulado, sin resultados concluyentes, sobre si este vínculo implicaba relaciones sexuales o era platónico. Una de las certezas que sí nos han regalado los griegos es que tenía una finalidad educativa, pues el adulto mostraba los valores de la patria y le introducía en los círculos de poder. Así se garantizaba el respeto a las leyes y a las generaciones precedentes.

Cuando el muchacho comenzaba a cambiar físicamente y le salía barba, la relación se rompía. No obstante, había amistades que perduraban durante años. Y así vemos en la obra El banquete de Platón, que tiene como escenario una fiesta privada, un symposion. Un grupo de aristócratas consume vino mezclado con agua y pronuncia un discurso filosófico. El tema escogido es el amor y algunos de ellos están de hecho unidos por este tipo de relaciones. El hecho de que sean personas conocidas nos permite rastrearlos y comprobar cómo se mantenían el afecto y la finalidad que tenía.

El banquete© Alte Nationalgalerie

Soldados del amor

En el siglo IV, la polis de Tebas se dio cuenta de la utilidad de este tipo de relaciones en el campo de batalla. De la mano de Epaminondas, un gran estratega militar, se creó el “batallón sagrado”. Se trataba de un cuerpo de elite formado por 200 parejas de amantes. Bajo la premisa de que un soldado no abandonaba a sus compañeros, pero mucho menos a su amado, se les entrenó juntos. Uno de los miembros era más joven que el otro y las fuentes clásicas inciden en los profundos lazos de afecto que se desarrollaron entre ellos durante su entrenamiento.

León de Queronea.© Philipp Pilhofer/Wikimedia Commons

Fue un cuerpo que revolucionó el mundo griego. Su mayor logro fue vencer a los espartanos, considerados el mejor ejército de aquella época, en la batalla de Leuctra. Cuentan que el rey Filipo II de Macedonia, el famoso padre de Alejandro, lloró al derrotarlos años después en la batalla de Queronea, en 338 a. e. c. De hecho, les encargó una tumba monumental colectiva coronada por un león que aún a día de hoy podemos ver en esa ciudad. La excavación arqueológica reveló a las parejas de amantes enterradas juntas, conviviendo para la eternidad en grupos de dos.

En definitiva, estamos ante la evidencia de que el afecto entre dos varones era útil para las instituciones políticas. Aunque el afecto personal entre el erastés y el eromenos pudo existir, e incluso podía ser deseable, lo importante es que era instrumentalizado por el estado para sus fines, ya fuesen estos la educación en la política o la defensa de la patria. Estaba reconocido como una actividad noble y pública porque era útil para todos.

La vida sexual en Grecia

Para acabar con el panorama, debemos remarcar que estas relaciones eran perfectamente compatibles con otro tipo de encuentros sexuales. El varón griego adulto debía estar casado engendrando hijos legítimos. Sin embargo, podía tomar una segunda esposa o concubina que le diera bastardos, que tenían algunos derechos.

También podía ir a un prostíbulo y escoger un compañero o compañera de pago en función de sus apetitos del día. A las únicas a las que se les exigía contención sexual era a las mujeres de la familia, que debían dar a luz a hijos legítimos.

Conocemos todas estas relaciones, pero ninguna se percibe tan noble como la que une al erastés y el eromenos.

Parece que nos hemos olvidado de ellas, pero es que no hay un equivalente. Los griegos eran una sociedad patriarcal, pensada por y para los hombres. Quizá por ello tenemos muchos menos datos de relaciones entre mujeres (que sin duda existieron). Al estar alejados de los intereses estatales, el único rol que reflejaron las fuentes es el de la maternidad. Como las mujeres no votaban, ni iban al ejército, no entraban dentro de esta educación de elite. Sin duda hubo relaciones entre mujeres, pero no fueron exaltadas como excelentes.

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