¿Un genio nace o se hace?
Esta incógnita ha intrigado a filósofos y científicos durante siglos. Sin embargo, hace 100 años en la extinta Unión Soviética intentaron despejarla y, para ello, aprovecharon un hito histórico: la muerte del fundador de la URSS, Vladímir Ilich Uliánov, mejor conocido como Lenin.
Tras el deceso del dirigente bolchevique, ocurrido el 21 de enero de 1924, algunos de los médicos que lo atendieron durante su larga convalecencia propusieron extraerle el cerebro para preservarlo y estudiarlo, con el propósito de hallar dónde residía su “genialidad”.
La idea fue aprobada por la jerarquía soviética, la cual creó una institución con la finalidad de realizar dichas investigaciones.
Un siglo después ¿dónde está el cerebro de Lenin y qué resultados arrojaron los análisis?. Para responder estas y otras preguntas BBC Mundo conversó con historiadores y neurocirujanos que han investigado el caso.i
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3 claves para entender la importancia histórica de Lenin, el revolucionario que fundó la Unión Soviética
Un invitado incómodo
“La historia del cerebro de Lenin comienza con una propuesta al Politburó de parte del ministro de Salud, Nikolai Semashko y del asistente personal de Stalin, Iván Tovstukha, para ‘exportar’ el órgano a Berlín (Alemania) para su estudio”, relató el historiador estadounidense Paul Roderick Gregory.
El experto, quien escribió el libro “El cerebro de Lenin y otras historias de los archivos secretos soviéticos”, precisó que, para el momento del fallecimiento del dirigente, Rusia carecía de neurocientíficos.
Y, por ello, las autoridades soviéticas invitaron al médico alemán Oskar Vogt (1870-1959) para que analizara el órgano, el cual fue colocado en formaldehído, luego de haber sido extraído durante la autopsia.
Vogt era un reconocido neurólogo que fundó y dirigió el Instituto para la Investigación del Cerebro Emperador Guillermo (hoy Sociedad Max Planck, una prestigiosa organización que agrupa a varios centros científicos germanos).
“Alemania tenía el mejor nivel científico en la época y tenía la mayor cantidad de premios Nobel”, explicó a BBC Mundo el profesor de Neurobiología de la Universidad de Salamanca (España), José Ramón Alonso.
“Y aunque Vogt tuvo algunas reticencias en el momento de aceptar la tarea, el gobierno alemán lo instó a hacerlo. En ese momento a Alemania le interesaba mantener buenas relaciones con la URSS, para sortear a través de ese país las sanciones que le impedían desarrollar armamento luego de la I Guerra Mundial”, agregó el experto, quien estudió el asunto para su libro “Historia del Cerebro”.
Sin embargo, el plan de llevar el cerebro de Lenin a Berlín fue abortado.
“A Stalin no le gustó la idea de que un extranjero estuviera involucrado en este proceso, porque no podía controlarlo”, explicó Gregory, quien es miembro del Instituto Hoover de la Universidad estadounidense de Stanford.
“Como un queso suizo”
Pese a las objecciones de sectores de la cúpula soviética a Vogt se le terminó pidiendo que participara en la investigación y se le dio una de las 30.953 partes en las que fueron divididos los sesos del fallecido líder, la cual pudo llevarse a su laboratorio en Alemania para estudiarla.
A cambio, Moscú le pidió al experto germano que formara a médicos rusos en el campo de la neurociencia y que dirigiera la creación del Instituto Ruso del Cerebro (hoy Academia Rusa de Ciencias Médicas).
Sin embargo, años después los enfrentamientos que Vogt tuvo con el régimen nazi no sólo le costaron sus cargos en Alemania, sino que también le ofrecieron a Stalin la excusa para prescindir de él, agregó el historiador estadounidense.
Los recelos soviéticos hacia la intervención extranjera parecían justificados. En la década de los 30 desde el Tercer Reich aseguraron que Lenin era un enfermo y que sus sesos lucían como un “queso suizo”, recordó Alonso.
Y por eso, casi al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Moscú lanzó una operación secreta para rescatar la muestra que estaba en manos de Vogt, relataron los investigadores belgas L. van Bogaert y A. Dewulf.
“Los soviéticos temían que la muestra que tenía Vogt cayera en manos de los estadounidenses y estos pudieran utilizarla para desprestigiar a Lenin diciendo que padeció de sífilis o que no era ningún genio”, explicó el catedrático español.
Un intento fallido por complacer
A finales de la década de 1920, Vogt presentó los resultados preliminares de sus estudios en una serie de conferencias en Europa. Y allí afirmó que “las neuronas piramidales de la capa III de la corteza cerebral de Lenin eran excepcionalmente grandes y numerosas”.
Para el neurólogo alemán esto explicaba la “mente ágil” del fallecido dirigente y su capacidad de “relacionar ideas con gran rapidez, así como su sentido de la realidad”, por lo que llamó a Lenin “atleta del pensamiento asociativo”.
Aunque a primera vista el experto dio a Moscú lo que buscaba, algunos dirigentes soviéticos no se mostraron satisfechos. ¿La razón? Otros especialistas de la época sostenían que las neuronas piramidales grandes y numerosas también eran características de retraso mental, advirtió un dirigente comunista a Stalin en un informe.
“Los hallazgos de Vogt han sido muy criticados, porque se cree que él les dijo a los rusos lo que querían oír: que el cerebro de Lenin era único y excepcional”, afirmó Alonso.
“Las autoridades soviéticas sostenían que Lenin era el más grande de los genios y esperaban que su cerebro tuviera características especiales y que hubiese algo distinguible que permitiese decir que no era como el de cualquier otro ser humano”, agregó el neurobiólogo español.
Vogt creía que había nexos directos entre la estructura (tamaño y forma) del cerebro y la inteligencia de las personas.
Bajo siete llaves
¿Una persona que defendió el uso del terror para controlar a las masas o que vivió de su madre hasta que ella falleció puede ser considerado superior intelectualmente hablando? Los biógrafos soviéticos ignoraron lo primero y resaltaron que la gran memoria de Lenin le permitió dominar siete idiomas y ser capaz de escribir un artículo para un periódico en apenas una hora.
Las investigaciones para hallar la raíz de la “genialidad” del líder bolchevique se prolongaron por más de una década, pues hubo que comenzar a recabar otros cerebros para que los expertos pudieran compararlos con el del fallecido revolucionario, explicaron los entrevistados.
Esta es la razón por la cual en los estantes de la Academia de Ciencias Médicas de Moscú hoy no sólo se conserva, bajo llave, el cerebro de Lenin, sino también el del fisiólogo Iván Pávlov, el del ingeniero aeronáutico Konstantín Tsiolkovski y el del escritor Máximo Gorki.
Sin embargo, los sesos del fundador de la URSS no sólo se compararon con los de compatriotas brillantes, sino también con los de diez ciudadanos comunes. Los resultados no se hicieron públicos y sólo fueron presentados a las máximas autoridades.
“En el Instituto Hoover hay una copia del reporte que recibió el Politburó, el cual tiene de 63 páginas. El informe está en mal estado y tiene mucho lenguaje científico y cosas sin sentido, pero por supuesto concluye que Lenin fue un genio hasta el final de sus días. Esto, a pesar de que sufrió cuatro infartos cerebrovasculares y que estuvo incapacitado desde el segundo”, relató Gregory.
“Fue cómico leer este documento, porque pareciera que (sus autores) estaban inventando cosas para llegar a la conclusión a la que querían llegar”, agregó.
Aunque sólo pensaba 1,3 kilogramos, en comparación con los más de dos de algunos afamados escritores de la época, los investigadores soviéticos aseguraron que el cerebro de Lenin presentaba una “complejidad de relieves y peculiaridades en la configuración de los surcos y circunvoluciones, especialmente en su lóbulo frontal”, dignos de alguien con “altas capacidades intelectuales”.
Alonso desestimó los hallazgos tanto de Vogt como de quienes lo sucedieron.
“Nadie cree que el tamaño o forma del cerebro tengan que ver con la inteligencia (…) Hay personas con cerebros grandes que han dejado grandes obras artísticas o científicas, pero también hay personas con cerebros pequeños que lo han hecho. No hemos encontrado un patrón que nos permita decir dónde reside el genio”, explicó.
Acto seguido, Alonso recordó que “hoy seguimos discutiendo a qué llamamos inteligencia”.
“(El pintor Vicent) Van Gogh es considerado un genio artístico, pero fue una persona con muchísimos problemas. Igual pasó con (el físico Isaac) Newton, quien es considerado el mejor científico de la historia, pero no tuvo amigos y vivió casi en la miseria, pese a tener dinero”, remató el experto.
Un arma política
Tras la disolución de la URSS en 1991 algunos científicos que custodiaron o examinaron el cerebro de Lenin comenzaron a ofrecer otras versiones distinta a la oficial.
“Ciertamente tenía un lóbulo frontal grande y un gran número de neuronas piramidales. Ahora, ¿qué significa eso? Sólo podemos especular (…) ese cerebro no tiene nada especial”, admitió en 1993 el doctor Oleg Adrianov, entonces director del centro que resguarda los sesos del líder bolchevique.
“No creo que fuera un genio”, remató el científico ruso en declaraciones a la prensa británica.
El estudio del cerebro de Lenin también fue una de las armas con las que Stalin buscó consolidarse como el heredero del fundador de la URSS.
“Stalin no sólo quería probar la genialidad de Lenin, sino convertirse en el intérprete de esa genialidad para así reforzar su posición en la lucha por el poder que comenzó nada más morir Lenin”, agregó Gregory.
Pero el cerebro de Lenin no fue lo único que Stalin usó en su guerra por el poder. Y, por ello, ignoró los deseos de su predecesor y los de su familia y decidió preservar el cuerpo de Lenin y exhibirlo públicamente como el de un santo en el mausoleo edificado bajo las murallas del Kremlin, donde todavía hoy permanece.
No obstante, expertos como el historiador cubano Armando Chaguaceda creen el propio Lenin dio pie en vida para su posterior proceso de divinización.
“Lenin fue el creador del Estado totalitario soviético, el cual tiene entre sus pilares la propaganda”, afirmó.
“Una cosa es lo que dicen los líderes y otra lo que pasa en la práctica, todos estos líderes: Lenin, Fidel Castro o Mao Tse Tsung dijeron que no querían un culto a la personalidad alrededor de su persona, pero eso fue retórica, porque en vida organizaron o auspiciaron un culto a su figura y eso continuó después de muertos”, afirmó.