Una de las tradiciones es el Kasarukuy (vocablo quechua que significa “matrimoniarse”). Esta fiesta se celebra solo en agosto y coincide con otros festejos como: Miska Churay, Wasichakuy y la ofrenda a la Pachamama. Foto: ANDINA/ Carlos Lezama Villantoy
El fotodocumentalista Carlos Lezama Villantoy explora la “palpa” y el “kasarakuy”, algunos de los nombres que recibe el matrimonio en nuestros Andes. Una fiesta tradicional que pervive en los pueblos del Valle del Mantaro, en Junín.
En el valle del Mantaro (región Junín), la fiesta de los recién casados es la “palpa”: cuando las familias compiten sanamente, para ver cuál da mejores regalos a los recién casados.
Aquí, en los pueblos que se abrazan al huaylarsh y la fuerza de las orquestas típicas, está presente el ayni, este principio precolombino de la reciprocidad, en forma de ofrendas o regalos de bodas.
En Huancarani (provincia de Paucartambo, Cusco) los matrimonios incluyen la celebración de la “paltasqa”. A diferencia de la “palpa” huancaína, aquí, al final se cuenta el dinero que se le prende de la ropa de los recién casados y se espera que la novia sume más billetes: signo que a la pareja le irá bien en su vida en común.
Los brindis de bodas y las ofrendas se llaman “jirusqa” en Parccocalla (distrito de Ccarhuayo, provincia de Quispicanchi, Cusco). Inician la ceremonia los padrinos, seguidos de los padres y todos los familiares se suman dando los parabienes a los recién desposados.
“He retratado matrimonios muy ostentosos y otros muy humildes. Ambos resumen muchísima belleza”, dice Carlos Lezama, autor de las imágenes.
El fotodocumentalista llegaba el mismo día de las bodas y casi siempre sin invitación. Era un colado. Aparecía con su cámara, sin ser contratado. Les explicaba a los casamenteros que su fin no era comercial, que lo que buscaba era retratar la boda; que todo era por amor al arte. Y accedían.
Lezama se interesaba por sus vestimentas, sus rasgos, las iglesias donde se daban el “sí” eterno, los rituales, los invitados, los sonidos.
“A veces, los medios de comunicación no miran estos hechos porque no son noticia. Pero si sumergimos en estos temas, en ese cielo, las indumentarias, vamos a encontrar que hay belleza, colores, costumbres, hay una nación; la ‘palpa’, el ‘kasarakuy’, el matrimonio es lo que somos los peruanos. Si estudiamos la competencia de las familias de los novios, vemos que no es nada anacrónico, es contemporáneo. Estas fotografías son un viaje hacia el interior de lo que nos representa como peruanos: estas personas disfrutan, se visten orgullosamente y mantiene nuestras costumbres. Es ese Perú que a veces no vemos”, afirma.
Sostiene que al contar las historias con imágenes se transita por caminos no marcados. Así, el fotoperiodista cumple su cometido: situarnos con sus protagonistas dentro de lo que son nuestros Andes y la gran actividad que es el centro de estas celebraciones, el ayni.
Ayni porque en estas bodas lo que se busca es el bien para toda la colectividad. Porque el dinero que se adhiere con imperdibles o agujas a la ropa de los novios, explica, es una versión de la ayuda que se mantiene viva en las comunidades andinas. Lo importante, enfatiza Lezama, es el gesto: los que no tienen para convidarte una cerveza, reparten canchita serrana y gaseosa.
Tras el lente, Lezama no busca forzar las imágenes ni interferir en la situación. “Todo lo trato de ver de forma natural”, dice el fotógrafo, admirador de Martín Chambi y de Rembrandt, en esa forma de mirar y dibujar con la luz.
Mirar con la luz le permite encontrar esas imágenes, por ejemplo, al interior de las iglesias serranas, donde las personas le ayudan a simbolizar mejor las ideas que quiere compartir. Es parte de lo fortuito, que es el elemento que acompaña a toda misión periodística: uno no sabe lo que encontrará.
“Como fotógrafos documentalistas tenemos una misión tan sencilla y poderosa, a la vez, que es la mirada: la fotografía debe detener el tiempo para siempre. Las fiestas de Paucartambo o de la Candelaria ya no son lo mismo desde hace 20 años, todo va cambiando, y nos toca contar lo que estamos testimoniando. Sin artificios. La práctica nos lleva a comportarnos de una forma honesta y digna, como la fotografía siempre dignificó a Chambi”, comenta.