“La unidad en la guerra es la primera ventaja”.
Esta frase de Simón Bolívar pone de manifiesto la importancia que El Libertador le daba a los pactos y alianzas, sobre todo en momentos en los que los cañones aún seguían calientes y la independencia de la América hispana estaba lejos de estar asegurada.
Precisamente para garantizar la emancipación de España hace 200 años, los líderes de las nacientes Gran Colombia y de México diseñaron un plan que parece sacado del guion de una película de Hollywood. Por un lado, reunirían una armada que iría al puerto de Veracruz para aplastar el último reducto realista en el país norteamericano.
Una vez conseguido este primer objetivo, los buques enfilarían hacia Cuba y Puerto Rico, con el propósito de invadir y libertar a estas islas caribeñas.
De esa manera buscaban impedir que Madrid utilizara las islas como bases para lanzar ataques, o incluso intentar una reconquista.
La semilla de esta aventura está contenida el Tratado de Amistad, Liga y Confederación entre la República de Colombia y la Nación Mexicana, que los nacientes estados suscribieron el 3 de octubre de 1823.
El pacto perpetuo
“La República de Colombia y la nación mexicana se unen, ligan y confederan desde ahora para siempre, en paz y guerra, para sostener con su influjo y fuerzas marítimas y terrestres, en cuanto lo permitan las circunstancias, su independencia de la nación española y de cualquiera otra dominación extranjera”, se lee en la primera parte del artículo 1 del pacto firmado hace dos siglos.
Por su parte, en el artículo 2 ambos países acordaron “socorrerse mutuamente y rechazar en común todo ataque o invasión que pueda de alguna manera amenazar la seguridad de su independencia y libertad”.
“Estos primeros tratados evidencian la necesidad, la ambición y las ganas de Colombia y de México por establecerse como estados soberanos y asegurar su independencia”, afirma el historiador venezolano Ángel Almarza en entrevista con BBC Mundo.
“México y Colombia se acaban de independizar, pero a lo largo de toda la década de 1820 España fue una amenaza“, agrega el experto, profesor en la Universidad Michoacana San Nicolás de Hidalgo de México.
“Madrid orquestó conspiraciones y lanzó operaciones desde las islas de Caribe; y, por ello, Bolívar e (el emperador Agustín de) Iturbide, primero; y luego (el general Guadalupe) Victoria, buscaron aliarse para hacerse con lo que quedaba del dominio español en América”, explica Almarza.
“Auxilio y cooperación”
Días después de firmado el acuerdo, el representante mexicano ante el gobierno colombiano, Miguel Gómez de Santamaría, pidió a Bogotá “su auxilio y cooperación con la marina”.
¿El objeto de la petición? doblegar a las fuerzas realistas atrincheradas en el castillo de San Juan de Ulúa, explica el historiador cubano Sergio Guerra Vilaboy, en su artículo “México y Cuba: primeros esfuerzos por la independencia cubana (1820-1830)”.
La fortaleza, ubicada frente a la ciudad de Veracruz y ante las aguas del Golfo de México, representaba una amenaza para la naciente república mexicana.
La estructura llegó a ser empleada por los españoles no sólo para atacar a la urbe, sino para obstaculizar el comercio con el exterior.
Y aunque a finales de 1825 las tropas mexicanas lograron hacerse con el castillo, sin ayuda de sus aliados suramericanos, quienes por distintos motivos se demoraron en enviar los refuerzos, el hecho de que el reducto realista fuera apertrechado desde Cuba reforzó la creencia en ambos países de que la presencia española en el Caribe era una amenaza existencial.
Así, la idea de atacar las últimas posesiones de la corona española en América cobró fuerza.
Neutralizando la amenaza
A principios de 1820 Cuba se había convertido en “una formidable base de operaciones española”, asegura Guerra Vilaboy. ¿La razón? A ella dieron a parar el grueso de los ejércitos realistas que resultaron derrotados en las distintas campañas suramericanas.
Esto es corroborado por el historiador Hernán Venegas Delgado, quien en su libro, “La Gran Colombia, México y la independencia de las Antillas hispanas (1820-1827): Hispanoamericanismo e injerencia extranjera”, asegura que “de unos dos mil militares españoles en la isla en 1810, se pasó a unos 14 mil en la segunda mitad de la década de 1820”.
Por su parte, Puerto Rico aunque tenía una presencia militar española menor, su cercanía a las costas colombianas la convertía en un riesgo.
No obstante, el profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Coahuila (México) cree que los temores en relación al peligro que representaban ambas islas eran exagerados.
“La amenaza española era prácticamente nula, por cuanto España no contaba con los recursos para volver a controlar la América hispana colonial”, explica en entrevista con BBC Mundo.
Sin embargo, Venegas Delgado sostiene que la mayor de las antillas era una joya preciada para Madrid.
“La metrópoli ibérica tenía mucho interés de conservar a Cuba, colonia de plantaciones esclavistas en auge muy destacado entonces”, agrega.
El gran problema de los aliados era que no contaban con suficientes naves ni hombres entrenados para tripularlas.
Además, ambos todavía se encontraban batallando con fuerzas realistas en sus propios territorios o cerca de sus fronteras: México demoró casi dos años en tomar San Juan de Ulúa y Colombia continuaba sus enfrentamientos con las fuerzas españolas en Perú.
Para agosto de 1823 la marina colombiana tenía 19 buques y unos 295 cañones, asegura Venegas Delgado en su libro. Y ese mismo año compró a los Países Bajos y a Estados Unidos “un navío, dos fragatas, una corbeta y un bergantín”. Por su parte, la armada mexicana estaba compuesta por unos 14 buques.
España, entretanto, pasó de tener 228 naves a principios del siglo XIX a sólo 35 y otra docena de embarcaciones.
La combinación entre las armadas colombianas y mexicanas arrojaba una fuerza superior a la ibérica.
La toma del castillo veracruzano por parte de los republicanos mexicanos y las victorias de Ayacucho y Junín (Perú) del ejército colombiano permitieron a ambos países redirigir a miles de soldados hacia la nueva aventura.
“El plan era que la flota conjunta partiese desde Cartagena de Indias, eso sí, siempre contando con el apoyo dentro de la isla (de partidarios de la independencia) y, eventualmente, se otorgaría la libertad a los esclavos para llegar a La Habana”, explica Venegas Delgado.
Mecanismo de presión
La invasión de Cuba y de Puerto Rico era apoyada entre otros por el entonces vicepresidente de Colombia, el general Francisco de Paula Santander, quien en varias ocasiones entre 1823 y 1826 buscó convencer a Bolívar de su conveniencia.
“Reunidas (las marinas colombianas y mexicanas) somos superiores y no hay duda de que batimos a los godos (españoles)”, le escribió Santander a Bolívar en 1826.
El Libertador, por su parte, también veía con buenos ojos lanzar una expedición sobre las islas, aunque no necesariamente para libertarlas.
“La política antillana de Bolívar era una estrategia disuasoria que buscaba alarmar a (el rey español) Fernando VII y obtener el reconocimiento de la independencia de Colombia, así como para inducir a Estados Unidos y a Inglaterra a ejercer presión diplomática sobre España en el mismo sentido”, afirma el historiador colombiano Rafat Ahmed Ghotme, en su artículo “La política antillana de la Gran Colombia: interpretación realista”.
“Cuba y Puerto Rico, de ese modo, eran moneda de cambio, instrumentos o piezas canjeables que tenía Bolívar”, agregó el experto.
Una serie de cartas que Bolívar envió a Santander entre 1824 y 1825 refuerzan esta tesis.
“Nos conviene decir a España, que si no hace la paz, pronto estará privada de sus dos grandes islas”, le escribió el venezolano al colombiano en una de ellas.
“Más cuenta nos hace la paz que libertar esas dos islas (…) La Habana independiente nos daría mucho que hacer, la amenaza (de invadirlas) nos valdrá más que la insurrección”, apuntó en otra.
Santander, por su parte, elevó el tono de la retórica y le llegó a proponer a Bolívar ir más allá del Caribe, para así conseguir los objetivos de poner fin a la costosa guerra y que se reconociera la emancipación de las naciones americanas.
“Podemos bloquear a Cuba, Puerto Rico o Canarias o cruzar sobre los mares de Europa y reducir el gobierno español a una situación muy triste y embarazosa”, escribió.
Más de un problema
Tanto la compra de barcos, como la firma en agosto de 1825 del Plan de Operaciones para la Escuadra Conjunta de México y Colombia, parecían indicar que la invasión de Cuba y de Puerto iba en serio. Sin embargo, jamás ocurrió.
“Una conjunción de factores internacionales frenó el plan”, explica Venegas Delgado, quien atribuyó esto a las objeciones de potencias europeas y de EE.UU.
Una tesis similar maneja Ghotme, quien sostiene que los peros de EE.UU, Reino Unido y de Francia frustraron la expedición y favorecieron los intereses de España.
Washington quería mantener el status quo y evitar que Cuba y Puerto Rico pudieran pasar a manos de Londres o París.
Por su parte, Reino Unido y Francia temían que en ambas islas se repitiera la historia de Haití y que los esclavos se sublevaran, generando un efecto contagio en el resto de la región que pudiera poner en peligro sus propias posesiones coloniales, donde la esclavitud era el pilar del modelo económico, explica el historiador.
En Colombia y México estaban conscientes de que su iniciativa no era bien vista por otros actores, algunos de ellos aliados contra España, como era el caso de Londres y, por ello, prefirieron enterrarla.
“Los españoles, para nosotros, ya no son peligrosos, en tanto que los ingleses lo son mucho, porque son omnipotentes; y por lo mismo, terribles”, llegó a escribir Bolívar en 1825, recordó Ghotme.
Por su parte, el entonces presidente mexicano Victoria le reprochó a un diplomático estadounidense la decisión de su gobierno y le advirtió que con ella “el único vínculo que ligaba en alguna forma los intereses de EE.UU. con los del resto de la América había sido disuelto”, narra Venegas Delgado en su libro.
La desconfianza entre ambos países sobre el destino de las islas luego de su eventual liberación también afectó la iniciativa. Algunos dirigentes mexicanos y colombianos no venían con buenos ojos las intenciones de sus respectivos líderes de repartirse los territorios.
Santander, en algunas cartas, planteó que Cuba pasara a manos de México y Puerto Rico de Colombia.
Y, por último, estuvieron los problemas internos. Para finales de la década de 1820 surgieron en Venezuela y en Quito (hoy Ecuador) movimientos separatistas que pusieron fin a la Gran Colombia.
En Madrid, entretanto, aprovecharon la situación para intentar la reconquista de México y en 1829 lanzaron la que hoy se conoce como La invasión de Barradas.
La operación comandada por el brigadier español Isidro Barradas salió de Cuba con cerca de 4.000 hombres y desembarcó en la península de Yucatán. Y aunque en un principio logró conquistar algunas plazas con facilidad terminó siendo derrotada a los meses por las fuerzas mexicanas.