Expertos del Museo Nacional de Historia Natural analizaron restos de cráneos de la cultura inca encontrados en el valle de Copiapó, determinando una particular manifestación de violencia ideológica: la exhibición y descarte de cabezas humanas. El imperio inca era extranjero en una provincia lejana, y el uso de esas cabezas-trofeo habría actuado como un dispositivo coercitivo con alto significado simbólico.
Conocer el proceso de la expansión del imperio inca hacia el sur de los Andes, es un área de permanente estudio. Un avance, que en el caso de lo que hoy es el territorio chileno, abarcó desde Arica hasta Rancagua, entre 1400 a 1536, hasta la llegada de los españoles.
¿Cómo fue ese proceso? Esa fue la interrogante que respondieron los investigadores del Museo Nacional Historia Natural (MNHN), Francisco Garrido y Catalina Morales, al determinar cómo en el valle de Copiapó los incas manifestaron una particular forma de violencia ideológica: la exhibición y descarte de cabezas humanas.
Un entierro sin precedentes en la región, dice Francisco Garrido, curador asociado del Área Arqueología, del MNHN, con cabezas perforadas enterradas junto a un cementerio local en el sitio de la Iglesia Colorada, entregaron nuevos datos.
Garrido y Morales, establecieron que esas cabezas (ver infografía) parecen ser parte de la población local, pero no recibieron el tratamiento fúnebre apropiado a su cultura, tenían alteraciones en sus cráneos y estaban enterradas a baja profundidad. “Es una demostración de violencia ideológica, pero bien concentrada, un caso específico y acotado a este lugar, que complejiza más la visión que tenemos del inca”, explica Garrido.
Mapa del sitio Iglesia Colorada, sector El Damasco. Foto: MNHN
No era una práctica común. Probablemente, dice, fueron mostradas para exhibición y eso pudo tener un efecto importante de obediencia en las poblaciones locales.
El principal modo inca de relacionarse a medida que se expandían, explica, era la diplomacia, “trataban de establecer alianzas para obtener el tributo de la gente local”. Se sustentaba además en rituales donde distribuían chicha y alimentos para demostrar generosidad y contar con fuerza de trabajo.
Si la regla era la diplomacia, el estudio revela que en el valle de Copiapó habían distintas comunidades sin un líder común, con una población con vida independiente del imperio, “y con algunas hubo más tensión”, sostiene Garrido.