Desde el mundo de las presunciones resulta natural suponer que los recién nombrados ministros de Educación de nuestra vida republicana hayan empezado su tarea formulándose la misma pregunta que encabeza estas líneas. Y lo harían por la insatisfacción tan generalizada en torno al sistema educativo y la probable respuesta de algunos amigos especialistas quienes les habrían susurrado al oído, seguramente, que “una de las tareas prioritarias en el proceso educativo peruano es la formulación científica de las estructuras curriculares”. Esto en lenguaje familiar quiere decir que la educación del Perú no satisface a todos los padres de familia, profesores ni alumnos, porque no señala, con precisión y acierto, qué asignaturas se debe enseñar en las escuelas y colegios.
Sin necesidad de hacer suposición alguna la experiencia nos ilustró cómo terminaron sus funciones casi todos esos ministros: proponiendo algunas modificaciones curriculares, recibiendo sin mayor pena ni gloria las gracias por los “valiosos servicios prestados a la nación” y, por cortesía deseando mejor suerte a su sucesor. De esta manera el incesante desfile de autoridades que hubo a menudo en el edificio del Parque Universitarios continuó su curso invariablemente igual, una y otra vez, sin que ningún cambio trascendental hubiese ocurrido en su interior. Todo fue, en muchos casos, abundante publicidad, algún despliegue generoso de buenas intenciones, un nuevo proyecto de currículum y muy poco más. Por eso los peruanos no recordamos haber conocido a un solo ex ministro de Educación que se encuentre satisfecho de la labor cumplida al frente de esa cartera. No debe llamarnos la atención, entonces, que a pesar de haber sido tantos los ministros, la educación oficial siempre haya sido tan deficiente, incompleta y arbitraria.
Si nuestra presunción inicial es cierta, eh esa pregunta (¿Qué enseñar a los alumnos?) está, precisamente, una de las causas fundamentales del fracaso de las gestiones educativas de los ingenieros, abogados, militares, médicos, historiadores y eventuales educadores, que han desempeñado tan importante y alto cargo. Según nuestro punto de vista la cuestión en cierne contiene, un error esencial, fundamental y básico: los centros educativos, los del Perú por lo menos, no deben consagrarse sólo a enseñar. Es decir, a trasmitir conocimientos. Lo terrible del caso es que, infortunadamente, este error fue cometido siempre con meridiana perfección. Se comete ahora mismo en mayor proporción que nunca.
Resulta que en los países altamente industrializados que sirvieron de modelo al sistema educativo formal del Perú los niños reciben, en sus hogares, los elementos suficientes para satisfacer sus necesidades básicas. Tienen qué comer y con qué vestirse. Están provistos de calefacción en invierno y ventilación en verano. Disponen, al mismo tiempo, de atención médico-psicológica cuando lo requieren y no tienen, para sobrevivir, que trabajar, en calles, plazas ni mercados, estando en edad de ir a la escuela.
No es esa, ni siquiera parecida, a situación de la mayoría de niños del Perú. Si ellos están en la mañana con el estómago que apenas recibió una tasa de manzanilla y a veces un pan ¿será posible aprender a dividir y multiplicar? ¿No resultará obsceno tratar de enseñar asignaturas seguramente necesarias y útiles a muchachitos de ambos sexos expuestos crónicamente al hambre y al frío? Antes de tratar de cumplir con el proceso enseñanza-aprendizaje la escuela del Perú debe consagrarse a otras tareas previas a la ingestión de conocimientos y que están en estrecha relación con la satisfacción de las necesidades básicas de sus alumnos, porque cuando suena el estomago por falta de alimento, no hay clase modelo ni ejercicio didáctico que valga. El niño, en esas condiciones, no necesita de pedagogía alguna; necesita comer en cantidad y calidad suficientes para garantizar su desarrollo normal.
Todo esto quiere decir que en el Perú resulta estéril, inadecuada y sobra la escuela que sólo se consagra a transmitir conocimientos. No se trata tanto, entre nosotros, de luchar contra la ignorancia. Hay necesidad, en cambio, de combatir a brazo partido contra el hambre y el frío que azota a las mayorías nacionales. Por eso es que cada “paquetazo” que nos trae la crisis retrasa nuestra educación en varias décadas. La escuela diseñada sólo para transmitir conocimientos puede ser útil en los países de alto nivel de desarrollo. Entre nosotros la educación tiene que tener otros objetivos; debe ser, principalmente, arma para luchar contra la explotación y el hambre.
Por: Carlos Castillo Ríos
Reeditado por Marco EspinozaS.