La Santa Inquisición, denominada simplemente Inquisición, fue un tribunal religioso encargado de eliminar las herejías religiosas que comenzaron a aparecer en la Europa de principios del siglo XII. Más tarde, estos tribunales actuaron también contra los judaizantes y contra la brujería.
Los orígenes de la Santa Inquisición se encuentran en la cruzada papal enviada para combatir a los cátaros, considerados herejes por la Iglesia. Bulas y edictos papales posteriores configuraron los objetivos y procedimientos de la institución. Con esto apareció la denominada Inquisición Pontificia.
En España, país en el que la Santa Inquisición tuvo una importancia especial, los tribunales fueron creados por los Reyes Católicos Fernando e Isabel. Primero, solo en Castilla y, después, en Aragón y en el resto de los territorios peninsulares. Su primer objetivo fueron los judíos convertidos al cristianismo sospechosos de conservar su religión.
La Inquisición llegó a América de la mano de los conquistadores. Como en el resto de los lugares en los que actuó, el proceso tenía varios pasos hasta declarar al acusado culpable. La tortura jugó un papel importante durante ese procedimiento, con diversos métodos para interrogar al presunto hereje.
Origen de la Santa Inquisición
Desde el mismo origen del cristianismo aparecieron algunas corrientes que seguían interpretaciones diferentes de los Evangelios.
En 313, Constantino, emperador del Imperio romano, estableció el cristianismo como religión oficial. Esto supuso que lo que antes eran discrepancias religiosas se convirtieran en una cuestión de Estado.
Muy pronto, los llamados herejes empezaron a ser perseguidos. Una práctica común era excomulgar a los que se apartaban de lo marcado como ortodoxo por los sacerdotes. Con el tiempo, esas persecuciones pasaron a manos de la Inquisición. El término proviene de la palabra latina inquire, que significa “averiguar”.
Tipos de Inquisición
Aunque popularmente se suele considerar a la Inquisición como una entidad única, lo cierto es que existieron varios tipos.
El papa controlaba la denominada Inquisición medieval. Sus comienzos se sitúan en la lucha contra los cátaros (o albigenses), un grupo de creyentes que se apartaron de las enseñanzas oficiales de la Iglesia, a la que criticaban por su excesivo lujo.
El antecedente a esas persecuciones fue la orden de Federico II de castigar, incluso físicamente, a los considerados herejes. Los excesos que se dieron tras esta orden fueron una de las causas que llevaron al papa a poner a la Inquisición bajo su control. A partir de la bula papal, fueron los obispos quienes dirigían los procesos inquisitoriales.
El segundo tipo fue la Inquisición española. Esta fue impulsada por los monarcas y dirigida a combatir a los judaizantes, judíos conversos al cristianismo, de los que se sospechaba que continuaban practicando su religión en secreto.
Proliferación de las herejías
El nacimiento de la Inquisición está estrechamente ligado con la difusión de interpretaciones religiosas que la Iglesia consideraba heréticas y peligrosas. La mayoría de esas herejías habían alcanzado Europa occidental llevadas por los cruzados, en su vuelta desde Tierra Santa.
En general, esas ideas iban en contra de la Iglesia entendida como institución. Para sus seguidores, Cristo no había pretendido que se creara una institución de ese tipo y, menos aún, con el poder y la riqueza que tenía acumulados.
Otras diferencias con las enseñanzas aceptadas por la Iglesia eran el rechazo a las imágenes, al bautismo o al dogma de la Inmaculada Concepción. Estos herejes sostenían que era el comportamiento virtuoso lo que acercaba el humano a Dios.
Estos pensamientos encontraron bastante aceptación, especialmente en el sur de Europa. Entre las comunidades más importantes destacaron los cátaros o albigenses, quienes se asentaron en varias localidades del sur de Francia. Esta primera Inquisición se fundó en Languedoc, Francia, en 1184.
La Iglesia, por su parte, temió que la expansión de esas comunidades pudieran provocar un cisma y reaccionó para evitarlo.
Cruzada contra los cátaros
La cruzada contra los cátaros estuvo a cargo del papa Inocencio III, quien ordenó acabar con la herejía albigense. Primero envió a algunos monjes de la orden del Císter y a Domingo de Guzmán para tratar de convencerlos de que abandonaran sus creencias.
Los enviados tuvieron poco éxito y el Pontífice llamó a la cruzada contra los cátaros en 1208. Para reunir hombres dispuestos a combatirlos, la Iglesia ofreció una indulgencia cuando hubieran llegado a los 45 días de servicios.
Gracias a esta oferta, la Iglesia reunió a medio millón de hombres. Comandados por nobles franceses, se dirigieron a la zona de Albi.
La primera ciudad atacada fue Beziers. En junio de 1209, los cruzados masacraron a sus 60.000 habitantes. Aunque hay autores que afirman que la frase se pronunció en otro lugar, otros explican esa matanza por las palabras pronunciadas por los curas que acompañaban a las tropas: “Matad a todos, que luego Dios los distinguirá en el cielo”.
El siguiente destino fue Carcasona, donde varios cientos de sus pobladores fueron quemados en la hoguera. Sin embargo, cuando se cumplieron los 45 días necesarios para obtener la indulgencia, muchos cruzados abandonaron. Los cátaros, por su parte, siguieron existiendo durante algunos años, hasta 1253.
Concilio de Letrán
Muy poco después de la cruzada contra los albigenses, el papa convocó el Concilio IV de Letrán. En este encuentro, Inocencio III dio forma legal a la Inquisición.
El punto más importante del reglamento acordado fue que la herejía debía ser perseguida tanto por los gobernantes civiles como por las autoridades religiosas. Además, señalaba que no era necesario que hubiera ningún tipo de denuncia previa para que la Inquisición acusase a un sospechoso.
Los condenados por herejía perderían todos sus bienes, que pasarían a manos de la Iglesia. Aquellos que no quisieran abjurar de sus creencias serían condenados a muerte.
Tribunal de la Inquisición
El siguiente paso en la historia de la Inquisición se desarrolló en el concilio de Toulouse, celebrado en 1229. La brutalidad de la cruzada contra los cátaros había provocado protestas en parte de Europa. Para evitar que se volvieran a cometer ese tipo de actos, en ese concilio se aprobó la creación del Tribunal de la Inquisición.
Bula Excommunicamus
Dos años después, en 1231, el papado no estaba satisfecho con el funcionamiento de la Inquisición tal y como estaba configurada. Hasta entonces, los procesos eran llevados a cabo por los eclesiásticos de cada localidad y no existía ningún poder centralizado que los controlara.
Gregorio IX, sumo pontífice en esos momentos, emitió entonces la bula Excommunicamus. Mediante esta fundó la denominada Inquisición pontificia, controlada directamente por el papa. A pesar de tratarse de una orden papal, algunos obispos se opusieron a perder el poder que suponía tener los tribunales de la inquisición en sus manos.
El papa puso al frente de la nueva Inquisición a los miembros de algunas órdenes religiosas, especialmente los dominicos. En un juego de palabras, empezaron a llamarlos “los perros del Señor” (Cane Domine).
Un nuevo papa, Inocencio IV, emitió en 1252 otra bula relacionada con la Inquisición. La Ad extirpanda autorizaba que los acusados fueran torturados para conseguir que confesaran.
En poco tiempo, la Inquisición se expandió por parte del continente europeo. Fue especialmente importante en Francia y en Italia, y en los países nórdicos especialmente cruel. Por su parte, la Corona de Aragón también contó con tribunales, pero la de Castilla creó su propia institución.
Inquisición española
En Castilla, la Inquisición no empezó a funcionar hasta 1478. El objetivo principal era eliminar los restos de la religión judía que quedaban en la península, especialmente en la zona de Sevilla. Supuestamente, algunos judíos conversos seguían practicando su religión a escondidas. Ante esto, el papa Sixto IV emitió la bula Exigit sincerae devotionis.
Una de las principales diferencias entre la Inquisición española y la pontificia es que la primera fue impulsada directamente por la Corona. Fueron, de esta forma, los Reyes Católicos quienes promovieron el establecimiento de tribunales para juzgar a los herejes.
En 1483, otra bula papal permitió que la Inquisición española se extendiera a Aragón y a los territorios colonizados en América. En el nuevo continente, se formaron tribunales en Lima, Cartagena de Indias y, sobre todo, en México.
La Corona nombró a Tomás de Torquemada, proveniente de una familia de conversos, Inquisidor General.
La Inquisición en distintos países
Antes de que se creara la Inquisición pontificia ya existían tribunales que castigaban la herejía en Italia, España, en Alemania y en otros países.
Cuando el papado empezó a controlar los procesos y puso a los dominicos y franciscanos al frente de los tribunales, la inquisición se convirtió en un fenómeno eminentemente católico. Esto no significa que no existieran instituciones similares en los países protestantes.
En estos, los perseguidos eran, mayoritariamente, católicos. Además, también se juzgaron a miembros de ramas protestantes radicales y, por último, a los acusados de prácticas de brujería.
Sin embargo, en esos países protestantes, los tribunales solían estar controlados por la monarquía o por las autoridades locales. Por ese motivo se considera que la inquisición no se estableció como institución específica.
En España
En España fueron los Reyes Católicos los que crearon en 1478 la Inquisición, también conocida como el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición.
El foco de las supuestas prácticas judaizantes era Sevilla. Un dominico que residía en la ciudad denunció el hecho ante la reina Isabel I. Ante esto, la Corona solicitó al papa que permitiera la creación de una inquisición propia. A diferencia de otros lugares, los monarcas pudieron nombrar ellos mismos a los inquisidores.
El historiador británico Henry Kamen ha dividido la historia de la Inquisición española en cinco etapas. La primera, que abarcó hasta 1530, se distinguió por perseguir a los judíos conversos al catolicismo. La segunda, a comienzos del siglo XVI, fue un periodo sin demasiada actividad.
Entre 1560 y 1614, la inquisición volvió a resurgir con fuerza. En este caso, sus víctimas fueron los moriscos y los protestantes. El cuarto periodo se desarrolló durante el siglo XVII, cuando empiezan a ser juzgados los cristianos viejos.
Por último, la inquisición del siglo XVIII se centró en otros asuntos, ya que los herejes habían dejado de ser habituales. Las Cortes de Cádiz, celebradas en 1812, abolieron la Inquisición española. Sin embargo, no fue hasta 1834 cuando se produjo su eliminación definitiva.
Inquisición en Nueva España
Los españoles dieron gran importancia a la religión a la hora de conquistar los territorios americanos. Para poder llevar a cabo la llamada conquista espiritual hacían falta miembros del clero, pero, ante la falta de estos, fueron los franciscanos los primeros que asumieron esa labor.
A partir de 1523, tanto los franciscanos como los miembros de otras órdenes religiosas recibieron el permiso papal para llevar a cabo los juicios contra las herejías que encontraran.
Dado que en esos momentos no había en Nueva España ningún prelado dominico, fueron los obispos locales los que controlaron las actividades de la Inquisición.
En los primeros años de la colonia, la inquisición se dedicó a perseguir las creencias religiosas de los indígenas, evidentemente, no cristianos. No obstante, pronto dejaron de hacerlo, ya que se impuso la tesis de que no podían ser culpables de incumplir una religión que no conocían.
Como ocurrió en la península, la primera vez que se abolió la inquisición en Nueva España fue en 1812, con las Cortes de Cádiz. Félix María Calleja, virrey de la Nueva España en esos momentos, firmó la orden para eliminar la Inquisición en la colonia.
Inquisición romana
La Congregación del Santo Oficio, nombre que recibió la Inquisición romana, comenzó en 1542. El motivo de su creación fue la expansión de la Reforma protestante y la amenaza que representaba para el catolicismo.
Su estructura era totalmente diferente a la antigua Inquisición. La romana consistía en una congregación conformada por cardenales y otros eclesiásticos. Su funcionamiento era totalmente independiente del control del papa.
Esta congregación podía actuar en cualquier sector de la Iglesia católica. Así, una de sus funciones más importantes fue detectar y eliminar aquellas corrientes que aparecieran en su seno que pudieran suponer un riesgo para la ortodoxia católica. Igualmente, tenía lo potestad de censurar la publicación de los libros que considerase peligrosos.
En un primer momento, esta Inquisición limitó sus actividades a la península itálica. Sin embargo, a partir de 1555, extendió sus atribuciones para alcanzar al resto del continente. Uno de los casos más famosos fue el juicio a Galileo Galilei, en 1633.
Inquisición portuguesa
Cuando la Corona española decretó la expulsión de los judíos de su territorio en 1492, muchos de los afectados eligieron Portugal como refugio. Sin embargo, el monarca portugués era yerno de los Reyes Católicos y, ante las presiones de estos, copió la orden de expulsión.
De esta forma, aquellos judíos que no quisieran convertirse al cristianismo debían abandonar el país. Parte de los que habían llegado a Portugal no tuvieron más remedio que aceptar la religión católica. No obstante, se sucedieron las acusaciones de que, en secreto, continuaban practicando el judaísmo.
Este fue uno de los motivos principales para que, en 1536, el rey Juan III estableciera la Inquisición en su país. En 1539, el monarca eligió a su hermano como inquisidor mayor, contraviniendo los deseos del papa. El pontífice, sin embargo, tuvo que aceptar la decisión en 1547.
Actividades que realizaban
En los comienzos de la Inquisición, las sentencias se restringían a las excomuniones, pero a medida que la iglesia ganaba poder, cualquier acto considerado hereje era visto como una amenaza de Estado. Por eso, los castigos crecieron en importancia.
A la hora de comenzar un proceso, la Inquisición podía hacerlo por diversos motivos. Así, podía ser por una acusación, por una denuncia o, directamente, de oficio.
Una vez comenzado el proceso, los acusados se encontraban con tres opciones principales. La primera, aceptar su culpa, confesarse y arrepentirse. La pena en estos casos solía limitarse a meras sanciones espirituales.
En cambio, si solo se arrepentían después de haber sido amenazados con la pena de muerte, la condena podía ser de cárcel.
Por último, los acusados que no renegaran de sus creencias heréticas eran entregados a las autoridades civiles para ser quemados en la hoguera.
Comienzo del proceso
Cuando aparecían sospechas de herejía, la Inquisición acudía al lugar en la que, en teoría, se estaba produciendo. Allí, con apoyo de los gobernantes de la zona, investigaban a los sospechosos.
En la iglesia principal de la localidad, los inquisidores hacían público un edicto en el que se señalaban qué delitos contra la fe se estaban cometiendo y se establecía un periodo para que los acusados se arrepintieran. Junto a eso, se animaba a los habitantes a que denunciaran a los que consideraban herejes.
La instrucción
Los que no se presentaran para mostrar arrepentimiento podían acabar arrestados por los inquisidores. Los acusados eran arrojados a una celda, donde podían estar aislados durante semanas. En ocasiones, ni siquiera eran informados sobre las acusaciones que pesaban sobre ellos.
Después llegaba el momento de los interrogatorios. Estos, en un primer momento, eran muy generales, sobre aspectos de la vida del acusado. Por último, se le pedía que rezara con el fin de comprobar que conocía las oraciones más importantes. Tras esto, era conminado a que confesara.
Torturas
En ocasiones, cuando el preso no confesaba y los inquisidores estaban convencidos de su culpabilidad, el siguiente paso era la tortura. La Inquisición utilizaba diversos medios de tortura, como el potro, el agua o la pera.
Dado que era muy frecuente que con estos métodos se obtuviera una confesión, las condenas eran bastante numerosas. Entre las más leves se encontraban la prohibición de trabajar en algunos sectores, vestir algunas prendas que hicieran ver que había sido condenado o la cárcel.
Si, a pesar de todo, el acusado no se arrepentía de sus creencias, el resultado era la condena a muerte.
Auto de fe
Los inquisidores esperaban que hubiera varios condenados para realizar lo que denominaban auto de fe. Se trataba de una ceremonia, normalmente iniciada muy temprano, durante la que los presos eran conducidos hasta la vivienda del inquisidor.
Allí, se les entregaba una túnica amarilla y una especie de gorra terminada en pico. Con estas prendas puestas, iban desfilando hasta algún lugar importante de la localidad, normalmente una plaza.
En esta se desarrollaba una misa y después se leían las sentencias, empezando por las menos graves. Los que habían sido condenados a muerte se les llevaba a otro lugar, denominado quemadero, donde eran quemados vivos.
Métodos de tortura de la Inquisición
Lo habitual en los procesos inquisitoriales era que el preso fuera torturado si, después de tres interrogatorios, no confesaba haber cometido los hechos de los que se le acusaban.
A la sala en la que se desarrollaba la tortura solo podían entrar el verdugo, los inquisidores y un escribano, que debía recoger por escrito la confesión.
De acuerdo a la Iglesia, la tortura solo se aceptaba en casos especiales. Además, había algunos métodos que no podían utilizarse y todos los pasos se encontraban totalmente regulados.
El potro
El potro era, posiblemente, el método de tortura más común en la Edad Media. Su uso no se limitaba a los tribunales del Santo Oficio, sino también era habitual en los juicios civiles.
Su mecanismo era muy sencillo. Al acusado se le colocaba sobre una mesa en la que había cuatro cuerdas. Cada una de ellas era usada para atar una extremidad diferente. Las de los brazos se quedaban fijas a la mesa, mientras que las de las piernas se enrollaban en un cilindro giratorio. Al mover ese cilindro, las cuerdas iban estirando el cuerpo.
De acuerdo a los expertos, primero se utilizaba suavemente, buscando asustar al reo. Después, se le instaba a confesar. Si no lo hacía, el tormento continuaba. Se han encontrado crónicas que describen cómo el estiramiento había alcanzado los 30 centímetros.
El tormento del agua
Aunque hubo varias versiones de esta tortura, la más simple era ya muy efectiva. Al preso se le tumbaba sobre una mesa, se inmovilizaban sus pies y manos, se le obstruían las fosas nasales y, por último, se le introducía una especie de embudo en la boca.
Una vez que los preparativos estaban terminados llegaba la parte de la tortura. Esta consistía, simplemente, en hacerle beber agua en grandes cantidades, habitualmente unos 10 litros.
La víctima sentía cómo se ahogaba y, muchas veces, perdía la consciencia. Si se prolongaba, el preso podía fallecer cuando el estómago estallaba por la cantidad de líquido.
La garrucha
Este mecanismo de tortura recibía el nombre de “estrapada” en la mayoría de los países europeos. En España, en cambio, se denominó “garrucha”.
Como el potro, la garrucha era uno de los métodos más utilizados, posiblemente por su simplicidad. El preso era atado con las manos por la espalda y se le colocaba algo de peso en los pies. Después, se alzaba del suelo utilizando unos poleas enlazadas por las muñecas.
Cuando el torturado había llegado a una altura considerable, el verdugo lo dejaba caer a peso, sin que llegara a tocar el suelo. Lo más normal era que se dislocaran ambos brazos. Este método fue utilizado con algunas figuras históricas como Maquiavelo y Savonarola.
La sierra
En realidad, no se puede considerar la sierra como un método de tortura. Era, más bien, una manera de ejecutar con crueldad a los condenados.
Este sistema estaba casi en exclusiva reservado a las mujeres acusadas de haber tenido relaciones sexuales con Satanás y que estuvieran, supuestamente, embarazadas de él.
La manera que los inquisidores inventaron para matar al hijo de Satanás era colgar a su madre boca abajo, con el ano abierto. Después, con una sierra, iban cortando el cuerpo hasta alcanzar el vientre.