Una doctrina filosófica de hace 24 siglos que invitaba a aceptar la realidad tal cual es y ofreció consuelo a los más pobres y vía libre a los más ricos goza de éxito en forma de libros, ‘podcasts’ y ‘hashtags’ en las redes sociales
De las Meditaciones de Marco Aurelio a los podcasts sobre pensamiento práctico más populares del planeta, el estoicismo conserva una sorprendente vigencia. Ahora mismo, es una de las doctrinas antiguas más divulgadas en la red y la filosofía de cabecera de la élite empresarial disruptiva, de Kevin Rose a Elon Musk pasando por Bill Gates, Jack Dorsey, Jeff Bezos o Warren Buffett. Pioneros como Tim Ferriss contribuyeron a introducirla en Silicon Valley hace alrededor de 10 años, integrada en un sugerente cóctel posmoderno de taoísmo, confucionismo y meditación zen.
Algunos analistas atribuyen su popularidad en el primer cuarto de este atribulado siglo XXI a que se trata de una filosofía práctica, una “escuela de vida”, en palabras del propio Ferriss. Pero, ya en 2016, Olivia Goldhill se preguntaba en un preclaro artículo en Quartz qué podrían estar aprendiendo Gates y compañía de una doctrina milenaria “concebida por esclavos griegos” que predica que el éxito es una ilusión y que hay que cultivar la austeridad y la renuncia como camino preferente hacia la virtud.
Sandy Grant, filósofo de la Universidad de Cambrige, describe el estoicismo como una corriente intelectual que se propuso “aportar consuelo a los oprimidos” en un mundo “de esclavos y de jerarquías rígidas” en el que las mujeres eran consideradas “propiedad” de sus padres, hermanos o maridos. Incluso al divulgador filosófico Ryan Holiday, autor de éxitos editoriales como Estoicismo cotidiano: 366 reflexiones sobre la sabiduría, la perseverancia y el arte de vivir, le resulta paradójico que los estoicos modernos parezcan proliferar sobre todo en la cúspide de la pirámide social, no en su base.
El estoicismo nuestro de cada día
¿Qué tiene de estoico Elon Musk? A juzgar por uno de los boletines oficiales del neoestoicismo contemporáneo, el blog de Holiday, The Daily Stoic, bastante poco. La página le reconoce méritos empresariales incuestionables, pero le reprocha una incontinencia verbal que hubiese exasperado al estoico por excelencia, el emperador Marco Aurelio.
Musk, en opinión de sus correligionarios convertidos en detractores, tendría “demasiadas opiniones”. Sería demasiado proclive a “embarcarse en rencillas mezquinas, faltar al respeto a sus empleados con discapacidades, difundir desinformación y propaganda, atacar a periodistas” y, en general, “a dejarse arrastrar por las guerras culturales contemporáneas”. Ninguna de esas actitudes les parece muy compatible con la serenidad, la virtud, el equilibrio y el silencio interior que promueve la doctrina estoica.
Es más, con la adquisición de Twitter, hoy X, Musk se habría convertido en promotor directo de una cultura de la inmediatez y el ruido del todo incompatible con esa escuela de pensamiento. De poco serviría, en consecuencia, que haya leído con avidez la obra del triunvirato estoico (Séneca, el esclavo Epicteto y Marco Aurelio) o que se imponga superficiales ejercicios de endurecimiento del espíritu como dormir en el suelo de sus fábricas en periodos de crisis. El estoicismo, para Daily Stoic, es otra cosa.
Oscar Lagrosen, redactor de Medium, sí que acepta sin apenas reparos la tesis de que Elon Musk vendría a ser “el moderno Séneca”. ¿Sus argumentos? Tanto el filósofo cordobés como el emprendedor nacido en Pretoria fueron los hombres más ricos de su época: los más de 2.600 millones de dólares que posee Musk vendrían a ser el equivalente aproximado a los formidables 300 millones de denarios que acumuló Séneca. Más aún, ambos amasaron sus fortunas haciendo ejercicio de la virtud, “sin atisbo de corrupción”, tuvieron la disciplina necesaria para sacar el máximo partido de sus respectivos talentos e hicieron “el bien” sin esperar retribución ni reconocimiento. Lagrosen atribuye a Musk una hazaña altruista muy publicitada en su día pero sobre la que los analistas no se acaban de poner de acuerdo: haber donado una parte sustancial de su fortuna para paliar el hambre en el mundo, aunque no quedase del todo claro cuándo, a quién y en qué condiciones concretas.
Por supuesto, tras valoraciones tan dispares se esconden formas divergentes de entender el estoicismo. Para académicos como Sandy Grant, John Sellars o Víctor Gómez Pin, esta sabiduría ancestral debe contextualizarse, interpretarse y, si procede, aplicarse, atendiendo a su complejidad y sus matices. Para divulgadores con o sin pedigrí filosófico, como Lagrosen o Massimo Pigliucci, bastaría, tal vez, con hurgar en el desván de la vieja doctrina, identificar algunas ideas con atisbo de vigencia y añadirles un discreto barniz de esotería o de autoayuda. De ahí la proliferación de podcasts que aportan “recetas estoicas” para disfrutar (o sobrellevar) la vida cotidiana, pero con frecuencia soslayan u omiten la pregunta fundamental: ¿en qué consistió verdaderamente el estoicismo?
Los chicos del pórtico
El estoicismo es una escuela filosófica fundada por el sabio chipriota Zenón de Citio en la Atenas de principios del siglo III antes de Cristo, en pleno periodo helenístico. Los estoicos se reunían bajo un pórtico ateniense, la stóa, y allí elaboraron una ética personal basada en la persecución de la felicidad y la virtud a través del comportamiento racional, el autocontrol y la tolerancia. Sus ideas echaron muy sólidas raíces en la Roma imperial en siglos posteriores y acabaron convirtiéndose en la corriente intelectual y espiritual hegemónica, difundida en todos los niveles de la sociedad. Gates, Bezos y compañía conocen perfectamente los hechos, pero no parece ser esa la vertiente del pensamiento estoico que les interesa. Ellos se limitan a comprar, con entusiasmo un tanto acrítico, el estoicismo de Tim Ferriss, definido como “un sencillo e inmensamente rico libro de recetas para obtener resultados óptimos con esfuerzos mínimos”.
El estoicismo, tal y como lo entiende Ferriss, vendría a ser una variante sofisticada del mindfulness combinado con la exaltación del liderazgo empresarial y la cultura del esfuerzo. Otros divulgadores recientes se han esforzado, pese a todo, por despojarlo de esa pátina elitista y promover una doctrina estoica de orientación popular, apta para todos los públicos. Es el caso de El pequeño libro del estoicismo: Sabiduría, resiliencia, confianza y calma de la mano de los filósofos clásicos, de Jonas Salzbeger.
Otras muestras de esa sabiduría helenística al alcance de todos los bolsillos serían El camino del estoico, de Ollie Snider o Estoicismo para tu día a día. Una guía filosófica para ser más tenaz, tranquilo y resiliente. En casi todos estos ensayos más o menos cercanos a la autoayuda resulta clave el concepto de “resiliencia”, esa cualidad hoy tan de moda y que la RAE define como la “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”. Consuma estoicismo en juiciosas dosis homeopáticas y será usted cada vez más resiliente. ¿Así de sencilla y práctica resulta la “receta” de los discípulos de Zenón de Citio?
En conversación con ICON, Víctor Gómez Pin recomendaba “disipar la confusión” recurriendo a las fuentes. Es decir, accediendo al estoicismo original (y a las interpretaciones rigurosas que los expertos vienen realizando de él desde entonces) en lugar de conformarse con sucedáneos “interesados, vulgares y triviales”. Eso es lo que se ha propuesto hacer Arpa Editores con la reedición reciente de uno de los textos canónicos del corpus estoico, las Meditaciones de Marco Aurelio.
David Hernández de la Fuente, escritor y catedrático de filología clásica en la Universidad Complutense de Madrid, se ha encargado de la traducción, la introducción y las notas. Describe la obra como “las memorias intelectuales de un gobernante modélico”, además de un libro “que no fue concebido para que lo leyésemos, sino como el vehículo que encontró ese hombre culto y de actitudes contemplativas para interpelarse a sí mismo, como si tuviese dos voces conviviendo en su interior: una que duda y sufre y otra que ejerce de maestro ofreciendo consuelo y certezas”.
A la luz de este texto “fascinante”, nos cuenta Hernández, habría que concluir que Musk, Gates y los demás tienen “muy poco” de estoicos: “Tal vez un suave barniz. Es posible que su interés por esa moda intelectual que es el estoicismo divulgativo, de usar y tirar, les haya aportado una cierta tranquilidad. En general, estos emprendedores estoicos de nuevo cuño suelen decir que les ha enseñado templanza y autocontrol, y yo no soy quién para dudarlo. Pero, a juzgar por sus actos, se conducen por intereses empresariales muy alejados del estoicismo. Creo que lo que más les interesa de Marco Aurelio es que fue el hombre más poderoso de su tiempo y gestionó un imperio”.
Constrúyelo y vendrán
Hernández, pese a todo, considera “legítimos” los intentos de divulgar el estoicismo y traerlo de vuelta a nuestra época, aunque sea “vulgarizándolo”: “Después de todo, la filosofía se ha vulgarizado siempre para adaptarla a todo tipo de auditorios. En el fondo, no importa demasiado si entras en contacto con el estoicismo a través de un libro divulgativo, un podcast, una página web, un programa de televisión o un tuit. Si capta tu interés, ya te encargarás de profundizar al respecto, y acabarás asomándote a tu ritmo a una doctrina muy antigua que sigue ofreciendo lecciones cruciales para el presente”.
Sí le preocupa un poco más que se acceda a ese caudal de sabiduría “a través de traducciones poco rigurosas y hechas con prisas” o, peor, “reinterpretaciones interesadas”. Pero considera que, aun así, el lector curioso y atento acabará encontrando su camino hacia “tesoros como las reflexiones de Epicteto, lo fragmentos de Zenón, el complejo y muy fértil pensamiento de Séneca” o las Meditaciones, “una obra maestra de la introspección y un canto a la dignidad íntima del ser humano”.
¿Se puede ser estoico en 2023? ¿Vale la pena proponérselo? Hernández recuerda que “el universo globalizado en que surgió el estoicismo, el de la Grecia helenística y el Imperio Romano, era similar al nuestro en su alto grado de interconexiones, sus turbulencias políticas o los retos climáticos, sanitarios y medioambientales a que se enfrentaba”. Pero también era un mundo muy distinto, “en el que ni siquiera los espíritus más elevados, como Marco Aurelio, se cuestionaban la esclavitud, la sumisión de la mujer o la vigencia de un imperialismo violento”.
La distancia cultural que separa aquella época de la nuestra es inmensa, y “un intento de aplicación ingenua y acrítica del estoicismo resultaría absurdo y contraproducente”. En cambio, Hernández sí considera vigentes “lo que de universal tiene la sabiduría estoica”. Le parece una filosofía “útil para momentos de crisis, porque es una ética del deber, la serenidad y la responsabilidad, que nos invita a practicar el cuidado propio y ajeno, que tiene una vertiente social porque nos invita a colaborar, a actuar de manera empática, comprensiva y tolerante”.
La vida virtuosa
El filósofo, ensayista y maestro Eduardo Infante, autor de ensayos sobre filosofía helenística como No me tapes el sol. Como ser un cínico de los buenos (Ariel), considera que los estoicos “no deben ser confundidos con la imagen tópica que el primer cristianismo difundió de ellos”. No eran en absoluto “masoquistas que persiguiesen la redención a través del dolor”. Al contrario, “se esforzaban en evitarlo racionalizándolo, relativizándolo y distanciándose de él”. Practicaban el autoanálisis como herramienta para convertirse “en personas excelentes”. Es decir, “equilibradas, sensatas, justas”, capaces de distanciarse “de la angustia, la inquietud y la búsqueda compulsiva de satisfacción inmediata del deseo, que es la verdadera fuente de infelicidad y sufrimiento”
El estoicismo, recuerda Hernández de la Fuente, fue en su día “una revolución intelectual” que enseñó a los habitantes de un mundo convulso “a vivir mejor, de manera más virtuosa y racional”. Convivió con el politeísmo grecorromano, los cultos mistéricos y el cristianismo. Formó parte de la ideología dominante y tuvo un profundo impacto en la vida cotidiana. Pero nunca fue un culto exclusivo ni una religión dogmática. A nadie se le exigía que se “convirtiese” al estoicismo, pero con frecuencia resultaba útil conocerlo y practicarlo.
Hernández se declara un fervoroso creyente en “la filosofía como salvación”, y un ocasional partidario del “estoicismo vulgar”, de uso cotidiano, que no “predica la indiferencia radical ante el dolor, propio y ajeno”, sino que enseña cómo afrontarlo en el marco de una ética “del buen vivir, de una vida a la vez activa y contemplativa, conforme a la lógica de la naturaleza”. Dos consejos prácticos del estoicismo le parecen de una especial vigencia: “Afronta la realidad tal cual es, apagando los malos juicios y las falsas percepciones. Y cultiva tu mente con la misma disciplina con la que el atleta cultiva su cuerpo”. ¿Su principal carencia? Que propugna un cierto conformismo, ya que “parte de la necesidad de aceptar la realidad tal cual es” y encontrar en esa aceptación una guía íntima de conducta. “El estoicismo”, concluye Hernández, “no es una filosofía útil para los que se proponen cambiar el mundo”. Ta vez esa sea una las razones menos obvias (y más incómodas) de su persistente popularidad entre las élites, por muy disruptivas que sean.