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Albert Costa, de la nada al cielo de Le Mans: “He pasado cosas muy chungas y ahora la satisfacción se triplica”

Conduciendo por las adversidades hasta el cielo de Le Mans. La historia de Albert Costa (Barcelona, 1990) es la de un piloto que se ha hecho a sí mismo. Colgarse el laurel en las legendarias 24 horas, en el año del centenario de la prueba y en su primera vez en la Sarthe, fue un merecido premio a una carrera que peligró el día que una estafa le dejó sin competir durante cuatro años cuando estaba a punto de llegar a la F1. También al sufrimiento de arrancar 2023 sin equipo tras su adiós a Lamborghini. Y a las risas burlonas y las jugarretas de otros jóvenes pilotos en sus inicios por sus orígenes humildes. Todo eso quedó atrás al cruzar la meta el pasado 11 de junio como campeón de Le Mans en la categoría de plata del Mundial de Resistencia (WEC, por sus siglas en inglés).

Hace unos meses decía que simplemente estaba feliz de estar en el WEC, y ahora ha ganado las 24 horas de Le Mans.
No me lo creo. El primer día en el chateau con el equipo me levanté y fue como ‘qué acaba de pasar’. Me levanté y pensé ‘estoy en el chateau, en Le Mans… ¡que he ganado!’.

Me pasaré el juego si gano un Mundial. Una de las claves del éxito ha sido disfrutar de la forma en que lo estoy haciendo. Todo el mundo me ha dicho que he transmitido una alegría, una felicidad y un buen rollo en toda la carrera, en las entrevistas… ha sido inusual. He estado dando lo mejor de mí, siendo como soy. Eso la gente lo valora y te hace disfrutar y valorarlo de otra forma. Y más cuando es un sueño que se hace realidad, la forma de de gozarlo es que… no hay palabras.

¿Cómo vivió la carrera desde dentro?
Creo que ha sido la carrera en la que he estado más concentrado. Tuve mucho respeto las primeras tres horas, porque había mucha lluvia y la pista estaba peligrosísima. Otros pilotos me pasaban y se daban contra el muro aquí y allí, y yo seguía manteniéndome. Esa parte fue muy difícil mentalmente. Pero luego, veía que el coche y el equipo iban bien, que estábamos calmados, que íbamos subiendo posiciones y acercándonos, el coche sin fallos… Y yo soy un flipado, entonces me autoalimentaba a mí mismo. Cuando tuvimos problemas, se me pusieron de corbata, pero lo que fue la carrera en sí… había ciertos puntos que parecía que tenía la carrera bajo control, porque estábamos todos a una, sincronizados, yendo en la misma dirección. Eso ha sido la gran clave para conseguir la victoria.

Accidentes, una penalización, un problema con la puerta, la radio no funcionaba, la lesión de Fabio Scherer… ¿cómo se gestiona todo eso?
Yo tuve un accidente en el primer stint y me toqué con otro coche. Fue difícil. Cuando ves que te van pasando ciertas cosas que pueden hacerte perder la carrera, y todo va saliendo bien… pensaba: ‘tengo la suerte del campeón’. Y todo el rato me alimentaba a mí mismo. Cuando mis compañeros de equipo perdían alguna posición, pensaba que podía recuperarla.

La victoria en Le Mans ha llegado en el centenario de la carrera y en su debut en ella.
Me quedo sin palabras. Centenario, debut, carrera más visualizada, 350.000 personas allí. Es que es una salvajada, no me cabe en la cabeza. Yo siempre repetía que el coche iba muy bien, que estábamos luchando, pero sin dejar de pensar que estoy en un equipo pequeño y humilde, y que podían pasar muchas cosas porque es una carrera muy larga. Obviamente, siempre salgo a ganar, porque es mi mentalidad, pero con los pies en el suelo, y pensaba en dar lo mejor de mí, hacer la mejor qualy posible, que no pude por tráfico [partieron decimoterceros], y, si no iba bien, al menos hacer un buen ritmo de carrera y demostrar mi velocidad a equipos de Hypercar para el año que viene. Y, de repente, ganas y no entiendes nada. Mi plan era divertirme, no ganar.

Había dos planes: acabar yo si había que luchar, o que acabase Fabio [Scherer]. A falta de una hora estaba más o menos controlado, pero me preguntaron si podía acabar. Dije que si era porque tenía que ganar, sí, pero no había comido lo suficiente porque, en teoría, solo hacía tres relevos, y querían que hiciese cinco, que son una hora y media más de coche. Pedí que me diesen una barrita en el pit-stop, que con eso aguantaría una hora. Y, al final, cuando fui a salir me dijeron que terminaba Fabio. Ahí pensé, ‘perfecto, que acabe él, y yo estaré en el box con mi gente, celebrándolo’. Estar con ellos fue lo más bonito, mejor que todo lo otro.

Cuando anuncié que había firmado por ellos mucha gente me escribió para decirme que era el peor equipo de la parrilla, que era muy pequeño. Todo el mundo me hablaba muy mal de ellos. Para mí eran los que me daban la oportunidad de estar en el WEC y correr Le Mans, y pensé que sería envidia. Cuando llegué a la fábrica para firmar el contrato, me sorprendí, porque tenían todo montado como un equipo de Fórmula 1. Tenían un simulador y me pidieron que me descargase un software para ponerlo en mi casa. Habían cambiado ingenieros y mecánicos, querían ser más profesionales y tenían hambre de ganar. Pero en la primera carrera, en los entrenamientos, estaban un poco perdidos en la organización, había nervios y me enfadé. Hice una crítica constructiva, desde mi humilde opinión y con mi experiencia, y el jefe me dijo que tenía toda la razón. Tuvimos una reunión y a partir de ahí el equipo empezó a rendir. En la primera carrera acabé cuarto. Ahora el equipo ha mejorado muchísimo y van a por más, porque tienen hambre de ganar, que es la clave de todo, aunque aún faltan cosillas.

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