En un escueto comunicado del Camp Nou declaró que había terminado la larga aventura de Lionel Messi con el único club en el que ha jugado. Sin embargo, aquí estamos de nuevo: el mejor jugador del planeta, según toda la evidencia disponible, se escapa fuera del alcance de su escuadra. Haber estado tan cerca de perder a Messi podría considerarse como algo desafortunado. Pero estar dos veces en esa situación se parece mucho a un descuido.
Por supuesto, el recuerdo de lo que pasó la última vez todavía está fresco y es difícil imaginar a Messi con otra camiseta que no sea la del Barcelona. El Barcelona es más que su equipo; es su casa. Su vínculo no es simplemente contractual; esto no solo se trata de un acuerdo comercial.
En agosto pasado, sus hijos lloraron cuando anunció que se iba, cuando presentó los trámites para completar su separación del club, y eso fue suficiente para persuadirlo de que se quedara. Todo el mundo creía que se marchaba; su pretendiente más insistente, el Manchester City, esperaba, pluma en mano, su firma. Al final se quedó porque, cuando llegó el momento, no pudo irse.
Quizás eso vuelva a suceder. Quizás los aficionados del Barcelona todavía se aferran a esa pizca de esperanza, pero es un acto arriesgado. La breve declaración del club en su página web diciendo que “la clara intención de ambas partes” era que Messi se quedara para terminar su carrera en Cataluña, echándole toda la culpa de la ruptura de las conversaciones al cruel reglamento de La Liga que impide que Messi se registre como jugador del Barcelona hasta que el club recorte su abultada masa salarial pareciera una señal de que todo esto es una jugada.
“Ambas partes lamentamos que al final fue imposible cumplir los deseos tanto del jugador como del club”, se lee en la declaración. Quizás el Barcelona esté presionando. Quizás las autoridades cederán, y le ofrecerán al equipo una alternativa o harán una excepción como han hecho siempre que el Barcelona o su gran contrincante, el Real Madrid, están en problemas. Quizás Messi vuelva a quedarse.
O quizás no. Es innegable que las circunstancias son distintas. El Barcelona ha anunciado que Messi se marchará: eso no sucedió el año pasado. Ha publicado un video con los mejores fragmentos de la que posiblemente es la carrera más notable de la historia para intentar resumirla en siete minutos (podrías hacer siete horas y todavía no se podría abarcar su trayectoria) y agradecerle por su trabajo. A diferencia de agosto pasado, lo más importante es que, técnicamente, Messi ni siquiera está bajo contrato. Su contrato con el Barcelona se acabó a finales de junio. Es agente libre y no necesita un burofax para demostrarlo.
Eso es, sin importar cómo termine, el elemento más curioso de todo el lío. Si todo esto es una táctica de negociación con La Liga, o no, aún no hay una explicación clara de cómo el Barcelona llegó a esta situación.
El Barcelona sabía muy bien que el contrato de Messi estaba a punto de finalizar. Pasó casi un año, entre el momento en que su familia intervino para persuadirlo de que se quedara el verano pasado y el 30 de junio, para convencerlo de que el club era su futuro, además de su pasado. Pero no fue así. Se permitió que las discusiones se prolongaran. Se permitió que el reloj avanzara. Debieron saber que, de repente, Messi contaría como un nuevo fichaje. Deben haber sabido que, de repente, tendrían un problema colosal entre manos.
Hay dos formas de leer eso. Una, y la más probable, es que sea otro problema generado por el caos y la incompetencia que durante años ha asolado al Barcelona, y que ha permitido que el club dilapide el legado que Messi potenció de tantas maneras. Durante gran parte de los últimos nueve meses, el Barcelona vivió en el limbo, dividido entre un presidente saliente y uno interino, distraído por una campaña electoral. El titular, Joan Laporta, solo lleva unos meses en el cargo y ha invertido una sorprendente cantidad de tiempo en el proyecto de la Superliga, un monumento a la arrogancia del Real Madrid. Es posible, incluso probable, que el contrato de Messi se perdiera en medio de toda esa politiquería, y que el Barcelona simplemente asumiera que podría hacer lo que quisiera si fuera necesario.
O, alternativamente, casi de manera conspirativa, no es imposible pensar que esta situación se iba a presentar tarde o temprano. O, al menos, así será el final. El Barcelona simplemente no puede pagarle a Messi. Ya no. Ciertamente, no puede permitirse pagarle a Messi y contratar a un equipo adecuado para proporcionar un elenco de apoyo para su talento. Pero tampoco pudo venderlo. No podía negarse a prorrogar su contrato; las consecuencias políticas serían demasiado devastadoras. Pero él no podía marcharse, por su propia voluntad, luego de haber planteado esa idea públicamente el año pasado.
De esta manera, todos obtienen lo que necesitan: el Barcelona puede comenzar de nuevo, financieramente, aunque no emocionalmente. Messi puede jugar para el Manchester City, el Paris St. Germain o, en una posibilidad remota, para el Chelsea, y tener el crepúsculo que su carrera se merece. Y nadie tiene que asumir la culpa porque todo eso puede atribuirse a La Liga y su opresiva insistencia en una gobernanza financiera adecuada.
Es una teoría convincente, pero no se sostiene ante el más mínimo escrutinio. El Barcelona planeaba conservar a Messi y volver a firmarlo a finales de este mes. Este verano incorporó a uno de sus amigos más cercanos, Sergio Agüero, aparentemente por insistencia suya. Estas son las acciones de un club que se preocupa por hacer que las cosas funcionen, no es la estrategia ajedrecística de un maquiavélico titirite.
Cualquiera que sea la razón, el resultado es el mismo. El Barcelona lleva años preocupado por la presencia de tantos turistas en las imponentes gradas del Camp Nou en sus partidos de liga. Los visitantes ocasionales tienden a no cantar. Están ahí para observar la atmósfera, no para generarla. En un momento, antes de la pandemia, el club creó una nueva sección de canto para ayudar a mejorar la situación, para inyectar un poco de pasión y autenticidad en lo que se había convertido en una experiencia pasiva, una audiencia en vez de una multitud.
Quizás, con el tiempo, se acaben esos problemas. Después de todo, muchas de esas personas se habían sentido atraídas por el Barcelona gracias a Messi. Muchos —no todos, pero muchos— hicieron una peregrinación para verlo con su equipo porque sabían que, si jugaba, el viaje y el costo habrían valido la pena. No hubo ningún partido que no se elevara con su presencia, adornaba todas sus jugadas con algo excepcional. El silencio de las gradas era el silencio de la anticipación, como si fuera de mala educación molestar a un maestro mientras hacía su trabajo.
Ahora habrá silencio en otro lugar, y ante la ausencia de ese silencio, en el Barcelona solo existirá un silencio aplastante. Y no importa qué excusas traten de dar los directivos del club, no importa a cuántos responsables mencionen, solo ellos tendrán la culpa.
Rory Smith es el corresponsal principal de fútbol y está radicado en Mánchester, Inglaterra. Cubre todos los aspectos del fútbol europeo y ha reportado tres Copas Mundiales, los Juegos Olímpicos y numerosos torneos europeos. @RorySmith