La victoria en el Mundial de la Argentina de Messi y el fallecimiento de Pelé han reavivado la controversia sobre quién es el mejor jugador que ha pisado un campo de fútbol. Hablamos con expertos para confirmar que en este asunto impera lo sentimental
En 2019, Sports Illustrated publicó una controvertida lista de los 50 mejores jugadores de la historia del fútbol que hizo correr ríos de tinta. El semanario estadounidense incurría en caprichos tan de país poco futbolero como considerar a John Charles mejor que Luka Modric o situar a Roberto Baggio y Franco Baressi por delante de Zico, Andrés Iniesta, Eusebio, Bobby Charlton o Marco Van Basten. Pero lo que provocó reacciones airadas en las redes fue su forma de ordenar el podio: a Leo Messi le correspondió la tercera plaza tras, por este orden, Maradona y Pelé.
El argumento del sanedrín de redactores que pergeñó la lista era que, a Messi, para ser reconocido como el más grande, le faltaba un detalle esencial: ganar algo con su selección. A poder ser, una Copa del Mundo. Meter 91 goles en un año natural, acumular (por entonces) cinco Balones de Oro y haber formado parte de una de las mejores escuadras de la historia del deporte, el Fútbol Club Barcelona de Josep Guardiola, eran sin duda argumentos de peso, pero no suficientes para contrarrestar al Maradona de México 86 o al Pelé de Suecia 58, Chile 62 y México 70.
Bien, ese último obstáculo desapareció en Qatar el pasado mes de diciembre. Messi ya es campeón mundial. Hace apenas unos días, el periodista británico Mark Meadows intentaba darle carpetazo al asunto con un argumento que, no por repetido, resulta menos eficaz: si ya en julio de 2014, cuando Argentina perdió contra Alemania la final de la Copa del Mundo de Brasil, el planeta fútbol consideraba que un Messi de por entonces 26 años estaba ya “a un centímetro escaso” de ser unánimemente aceptado como el mejor de siempre, “¿qué excusa nos puede quedar a estas alturas para discutirle semejante condición?”.
Pese a todo ha aparecido una nueva piedra en su camino. Y no se trata ya de la terca y admirable resistencia de Cristiano Ronaldo, el hombre que le discutió la primacía durante más de una década, sino de la sombra póstuma de dos de sus grandes rivales del pasado, que han muerto hace muy poco y, en consecuencia, han crecido en el recuerdo. Sobre todo, Pelé, recién fallecido y protagonista de ese documental de David Tryhorn y Ben Nicholas que arrasa en Netflix y demuestra con imágenes lo que ya nos habían contado muchas veces: que Edson Arantes do Nascimento era, ciertamente, un futbolista asombroso.
Sin ánimo de aportar una sentencia definitiva, hemos consultado a una serie de expertos sobre cuál es su santoral particular de excelencia futbolística. Para Alfredo Relaño, decano del periodismo deportivo en España y director entre otros del diario As, la cuestión tiene mucho de subjetivo: “Los que amamos el fútbol siempre pensaremos que el más grande es el jugador que nos fascinó cuando teníamos 15 años”. En su caso, “Alfredo Di Stéfano, un portento físico y técnico que transformó el juego, superando la rigidez táctica de la época para dar pie a un fútbol más vistoso, competitivo y dinámico”.
Don Alfredo era, para Relaño, “el equivalente a tres cracks contemporáneos en uno: Casemiro en el corte y la distribución; Zidane en zona de tres cuartos, y Ronaldo Nazário cerca del área”. Detrás de él, Relaño sitúa, por este orden, “a Pelé, Messi, Maradona y, con ciertas reservas, Johan Cruyff, que tenía espléndidas condiciones y mucho talento, pero tal vez no amaba el juego como los otros cuatro”. Ya en la mesa de al lado, la de la excelencia no unánimemente reconocida, Relaño sentaría a “una larga lista jugadores formidables, pero algo por debajo del nivel de los más grandes”. Ahí entrarían “Raymond Kopa, Ferenc Puskás, Michel Platini, Garrincha, Bobby Charlton y algún otro que seguro que me dejo. Y, de los recientes, Zinedine Zidane y Cristiano Ronaldo”.
Para Diego Barcala, director de la revista Líbero, el más grande fue Diego Armando Maradona: “A pesar de que no tuve la oportunidad de verle en directo, fue el que más magia tuvo dentro y, sobre todo, la personalidad más fascinante de la historia del fútbol”. Como buen periodista deportivo, Barcala entiende “el fútbol como una historia, una novela de la vida, una metáfora exagerada del ser humano”. Y en ese terreno, el de la narrativa, el de la leyenda, Maradona no tiene rival: “Mi gol favorito de todos los tiempos es el que le marcó a Grecia en el Mundial de 1994. Fue el símbolo de la resurrección gloriosa de un deportista al que se daba por muerto, hundido, fusilado por el capitalismo, y en la Meca del capital, Estados Unidos, le grita su gol al mundo”. Una resurrección, “además, truncada por su positivo en el control antidoping”, con lo que la historia adquirió unos tintes de tragedia que, en retrospectiva, la enriquecen aún más.
Barcala añade que el Pelusa, en su opinión, “está por encima de Messi” en una liga que el juzga fundamental “la de las emociones y las buenas historias”. Messi presenta “estadísticas individuales, títulos colectivos e incluso condiciones infinitamente mejores que Maradona”. Pero Maradona le superó con nitidez en “carisma, algo fundamental en las industrias del espectáculo: Una cualidad que, además, se tiene o no se tiene, no se compra insultando a un holandés en la zona mixta ni dando una arenga de plástico para YouTube”.
Xavier Rodríguez Marzo, también periodista deportivo, jefe de fútbol en su día en el diario Sport, asume la “mística y la grandeza” de Maradona, aunque precisa que “fuera del campo, Diego Armando no fue un ejemplo de casi nada, su fracaso como ser humano ensombrece, hasta cierto punto, su grandeza como jugador de fútbol”. Puestos a elegir al mejor, Rodríguez se acuerda de Cruyff (“el quinto beatle, el futbolista con imagen más moderna y revolucionaria que yo al menos he visto nunca”), pero se queda con Leo Messi.
Sus argumentos tienen que ver con “la calidad técnica del rosarino, comparable solo a la de Maradona, Cruyff y tal vez Pelé, pero sobre todo a su formidable continuidad en la excelencia”. Rodríguez Marzo añade que “en los 18 años que tuve la oportunidad de ver jugar a Messi cada tres días, en al menos un 90% de las ocasiones fue el mejor, si no del partido, al menos sí de su equipo, y a esa regularidad en la cumbre no creo que se haya acercado ningún otro jugador en la historia”.
Considera, además, “que Messi es un competidor voraz que pone todo su inmenso arsenal de recursos técnicos a favor de meter goles y ganar partidos: no se gusta, no se adorna, no hace nada superfluo. Juega bonito, porque es el mejor, pero siempre de cara a puerta, no de cara a la galería”.
Ni Relaño, ni Barcala ni Rodríguez consideran que a Cristiano Ronaldo se le puede sentar a día de hoy en la mesa de los cinco mejores de la historia. Relaño le concede “haber tensado al máximo el pulso con Messi en el momento de mayor consistencia del argentino”, pero considera “que no es un ejemplo de fútbol arte, como Maradona, Messi y Pelé, sino más bien un atleta excepcional que juega a fútbol”. Rodríguez sentencia que “al magnífico jugador que ha sido Cristiano Ronaldo no le beneficia en nada que se le compare con leyendas que están al menos un par de peldaños por encima de él”.
Por último, Paco Gisbert, periodista y escritor, discrepa de los consensos mayoritarios y aporta una necesaria dosis de pensamiento lateral y al margen del canon: “Cada aficionado tiene un mejor jugador del mundo en un rincón del corazón, como tiene un amor de su vida. Para mí fue Mario Alberto Kempes, un jugador al que vi durante siete temporadas imponer su impresionante mezcla de potencia y habilidad sobre el césped de Mestalla. Kempes era un acorazado abriéndose paso en un mar bravo cuando recibía el balón y arremetía contra la defensa rival con un cuchillo entre los dientes”. Por detrás de ese huracán melenudo, Gisbert sitúa “a Maradona, Pelé, George Best y Leo Messi”. Pero lejos del jugador que le hizo amarse del fútbol, porque el corazón (como el balón) tiene razones que la razón no entiende.