Lo que ocurre en China no se queda en China, sino que afecta a la economía mundial. Los actuales problemas económicos del gigante asiático tienen repercusiones en economías como la europea y la estadounidense, y lleva, de forma casi inevitable, a una creciente guerra comercial.
China se enfrenta a una larga digestión del estallido de su burbuja inmobiliaria alimentada durante años, a una caída de la inversión extranjera en el país hasta mínimos de los últimos treinta años, a una debilidad del consumo interno y a un problema de fuerte sobrecapacidad en numerosos sectores, especialmente en los relacionados con la transición energética.
Para aumentar su crecimiento económico, continúa invirtiendo en determinados sectores, a pesar de su sobrecapacidad, dando salida a los bienes en los mercados globales a través de exportaciones a precios internacionalmente muy competitivos. Ello a costa del crecimiento de otras áreas y de la desaparición de empresas de los sectores afectados en los mercados de destino.
China cuenta con un sistema político que le permite planificar e implementar programas económicos y de inversión a muy largo plazo, sin riesgo de que un nuevo gobierno salido de unas elecciones paralice dichos programas de inversiones. En 2015 elaboró un plan a treinta años con la ambición de convertirse en el líder mundial de la innovación en 2045. La primera etapa del plan es el denominado “Made in China 2025”, mediante el cual aspira a ser una potencia tecnológica en al menos diez sectores: entre ellos, el sector de la tecnología de la información, nuevos materiales, control numérico y robótica, ahorro energético, vehículos eléctricos y equipamiento espacial.
Todos estos sectores han recibido cantidades ingentes de ayudas y subvenciones durante más de una década, a las que no tienen acceso las empresas extranjeras. Ello ha llevado a una sobrecapacidad en muchos de estos sectores que China pretende dominar a nivel global. En una economía occidental la producción de cualquier bien está condicionada por la demanda en cada momento de dicho bien. En China no es así. En los sectores donde quieren dominar el mercado siguen produciendo, aunque no haya demanda interna suficiente. El destino final es exportar los bienes, a pesar de que haya que bajar los precios.
Hay tres sectores considerados por las autoridades chinas como sectores manufactureros claves: el sector de vehículos eléctricos (VE), el sector de las baterías de litio y el fotovoltaico. En todos ellos cuenta con una gran sobrecapacidad de producción que hace que destine una gran parte de la producción a la exportación a precios muy competitivos internacionalmente. China domina estos tres sectores a nivel global.
El problema de Europa y de Estados Unidos es la dependencia de los productos chinos en estos tres sectores para poder cumplir con los compromisos de la transición energética. Así, los aranceles del 50% a los paneles solares chinos recientemente aprobados supondrán un encarecimiento de los costes de la transición, al ser China el principal productor y exportador mundial, con una cuota de mercado global de producción de paneles solares del 80%.
EEUU pretende que para 2030 la mitad de los coches nuevos vendidos sean eléctricos. En Europa se ha aprobado la prohibición de la venta coches de combustión a partir de 2035. Entre 2009 y 2022 China ha aportado 29.000 millones de dólares en subvenciones al VE. La sobrecapacidad de producción en el sector de VE es llamativa. El propio gobierno chino (CCID China Center for Information Industry Development) espera que la capacidad de producción de VE chinos alcance los 36 millones en 2025, mientras que las ventas previstas de VE en China en 2025 son de 15 millones. Sobran más de 20 millones de vehículos que inundarán los mercados globales.
La conclusión de todo lo anterior es que el anuncio de nuevos aranceles a determinados productos chinos por parte de Estados Unidos no son solo un mero tema comercial. Europa y EEUU han elegido un modelo de transición energética en el que pasan de depender de los países productores de petróleo (especialmente en el caso de Europa) a depender de China para el suministro de minerales procesados y de gran parte de los productos necesarios para la transición energética, como las placas fotovoltaicas o las baterías de litio.
Durante la Administración Biden no se ha quitado ninguno de los aranceles impuestos a China durante la presidencia de Trump, sino que se han añadido nuevos aranceles. Gane quien gane en las elecciones de noviembre, las tensiones comerciales entre China y Estados Unidos inevitablemente irán en aumento, incrementando las tensiones inflacionistas en Europa y Estados Unidos.