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Economía

¿Cómo será el dinero del futuro? Del monopolio estatal a las múltiples monedas virtuales

Un café, con el teléfono móvil; un libro, con la tarjeta de crédito; la barra de pan, con unas pocas monedas sueltas; y el alquiler, con una transferencia. Pocos útiles son tan ubicuos en el día a día de las sociedades modernas como el dinero, y ninguno adopta formas tan diversas sin dejar de ser siempre lo mismo. La revolución digital, sin embargo, le ha colocado en el umbral de una transformación que puede modificar su naturaleza y el sistema monetario y financiero global: donde ahora reinan las monedas soberanas a través del monopolio de los estados, en el futuro se atisba una multiplicidad de monedas digitales, tanto públicas como privadas, más accesibles y seguras, pero también menos anónimas.

Es un cambio de contornos borrosos, aún sujeto a numerosas incertidumbres, pero con profundas consecuencias sociales, puesto que la capacidad de emitir moneda está vinculada al poder económico y, en última instancia, a la autoridad política. Y desde el abandono definitivo del patrón oro, en 1971, el dinero ya no es la representación de una mercancía o activo, sino que es una cuestión de confianza.

Siempre lo fue, en realidad. Cuando se acuñaron las primeras monedas, en la Antigüedad, y cuando los comerciantes chinos empezaron a usar papel moneda, allá por el siglo VII, respaldado con reservas de mercancías o metales preciosos. El público se fiaba y aceptaba esos billetes porque alguien que les merecía crédito respondía de su valor. Ya en el siglo XIII, el fundador de la dinastía Yuan, Kublai Khan, impuso ese valor por decreto, sin ningún respaldo más que la amenaza de pena de muerte si no se aceptaba.

Nacía así el dinero fiduciario, que hoy conforma los sistemas monetarios modernos: el dinero no tiene más respaldo que la autoridad de quien lo emite. Como ya ocurría cuando los billetes se cambiaban por oro, quienes crean dinero son los bancos comerciales, a través de la intermediación financiera -cuando toman el dinero de un cliente y lo prestan a otro, lo que incrementa la cantidad en circulación-, pero quienes lo respaldan son los estados -un grupo de estados, en el caso del euro-, a través de los bancos centrales.

Los ciudadanos aceptan un billete en dólares o una transferencia en euros porque se fían de que mantendrá un valor similar con el tiempo. Y los bancos centrales se comprometen a actuar para que ese valor, que representa la riqueza aparente del país, sea estable. Por eso, su principal labor, la base de su credibilidad, es luchar contra la inflación que desgasta su moneda. Y precisamente por eso, por su falta de estabilidad, las nuevas criptomonedas no sirven como dinero, al menos por ahora.

  • El dinero, más que un objeto o una herramienta, es una institución social, que cumple tres funciones: unidad de cuenta, medio de pago y depósito de valor.
  • Para hacer esas funciones, se ha utilizado sal, oro, plata, monedas, billetes o simples anotaciones contables. Ahora, las criptomonedas, y sobre todo el bitcoin, aspiran a ser dinero.
  • Sin embargo, como unidad de cuenta, los ciudadanos no pueden saber cuánto cuestan las cosas o cuál es su salario en bitcoins, porque su valor es muy cambiante.
  • La mejor prueba es que, para hacer referencia a su valor, se utiliza su cotización en dólares: ahora, cada bitcoin vale unos 30.000 dólares.
  • Como medio de pago, aunque multinacionales como Microsoft y Starbucks aceptan bitcoins, todavía hay pocas empresas que lo usen y es dífícil utilizar criptomonedas en el día a día.
  • En El Salvador, el único país donde el bitcoin es de curso legal, se estima que solo el 20% de la población lo usa en sus pagos, pese a los incentivos gubernamentales.
  • Y como depósito de valor, de nuevo la volatilidad es el problema: el bitcoin ha perdido en pocos meses más de la mitad de su valor, ya que noviembre llegó a valer más de 60.000 dólares.
  • Sin un valor estable ni una amplia red de usuarios, las criptomonedas no pueden cumplir las funciones del dinero y se parecen más a un activo de inversión.

La irrupción de las criptomonedas

“Yo soy escéptico sobre considerarlas dinero, en ningún momento han fungido como dinero. No cumplen las funciones y la volatilidad siempre ha estado ahí”, resume Miguel Otero, investigador del Real Instituo Elcano y especialista en sistemas monetarios, quien aboga por utilizar el término criptoactivos en lugar de criptomonedas: “Son un activo, una mercancía”, insiste.

Aunque existen experiencias previas de dinero privado -como el que emitían los comerciantes chinos hace 1.400 años o los bancos estadounidenses a mediados del siglo XIX- y de competencia entre monedas, las cripto son el primer intento relevante de romper el monopolio monetario desde que el afianzamiento de los estados nación convirtió a los bancos centrales en emisores exclusivos. Su auge, en este sentido, coincide con una época en la que la confianza en los gobiernos y los bancos se vio muy erosionada.

El manifiesto fundacional del bitcoin -el célebre Libro Blanco del aún desconocido Satoshi Nakamoto- es de 2009, en plena crisis financiera. Desde entonces se ha convertido en la más representativa y valiosa de las criptomonedas surgidas a partir de la tecnología blockchain, un sistema de registro de datos encriptados que permite la validación de transacciones de forma completamente anónima y segura. Y totalmente al margen de cualquier autoridad política, lo que les confiere un aura libertaria muy apreciada por sus seguidores.

Sin embargo, se trata de sistemas complejos para el gran público, tal como recalca Gregory Claeys, especialista en política monetaria del Instituto Bruegel: “Ya usamos dinero digital cuando utilizamos la tarjeta de crédito, no veo cómo estas nuevas criptomonedas pueden hacer más fácil que gastemos el dinero. Es más difícil usar bitcoin que hacer una transferencia, no lo veo en el uso diario. Y su precio es muy volátil, [cambia] de un minuto a otro”.

El bitcoin llegó a cotizar en noviembre del año pasado por encima de los 67.000 dólares, pero ahora ha perdido más de la mitad de ese valor, hasta costar poco más de 30.000 dólares. Y la misma tendencia a la baja se observa, en general, en el resto de criptomonedas -más de 10.000 en total, según las cotizaciones recogidas en el portal especializado CoinMarketCap-: en conjunto, el mercado valía a finales de 2021 más de tres billones de dólares, pero ahora ronda los 1,2 billones.

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