En 1997, Albania sufrió las consecuencias de una estafa piramidal avalada por el Gobierno. Después de cuarenta años de dictadura comunista y aislamiento internacional, en 1985, tras la muerte del dictador Enver Hoxha, el país inició un proceso de internacionalización y reformas con el objetivo de transicionar hacia un sistema democrático. El proceso casi termina en una guerra civil, cuando, en 1997, estalló un esquema Ponzi que se había formado durante los meses previos: colapsó todo un sistema de depósitos apoyado por el gobierno, que prometían enormes intereses y quedó en evidencia que el dinero de los partícipes no se había invertido con fines productivos.
Albania era uno de los países más pobres del Viejo Continente, y la promesa de altas rentabilidades (se llegó a prometer que se iba a duplicar el dinero en dos meses) atrajo a una gran cantidad de la población hacia esas instituciones privadas que acababan de emerger como alternativa a unos bancos más reacios y con mayores dificultades para conceder préstamos. Además, como explicó el Fondo Monetario Internacional (FMI) pocos años después del estallido de la crisis, las instituciones informales que se crearon para estos esquemas recibieron apoyo de las instituciones oficiales. “Se las consideró benignas desde un comienzo e incluso se reconoció que estaban haciendo una importante contribución económica”, señala el Fondo en una publicación lanzada en el año 2000 firmada por Christopher Jarvis.
En las elecciones que se celebraron un año antes del estallido, en 1996, hubo contribuciones a las campañas electorales del partido Demócrata, el vencedor en los comicios, por parte de algunas de las empresas que formaron estas estafas. En noviembre de 1996 ya había señales de quiebra en algunos de estos esquemas, pero el gobierno continuaba apoyando a estas firmas: “Altos cargos aparecían frecuentemente en actos públicos de estas empresas, y recibían medallas en honor al aniversario de una de estas empresas”, explica Jarvis.
A ojos del gobierno o, al menos, según la versión que difundía en aquel momento, se trataba de una práctica que ayudaría a expandir el sistema crediticio del país. Lejos de ser así, se formó una enorme burbuja en estos esquemas piramidales, hasta el punto de que los pasivos de las empresas que habían aceptado los depósitos llegaron a suponer casi la mitad del PIB del país en aquel momento. Un gobierno irresponsable, una población empobrecida y la avaricia de un grupo de ’empresarios’ estafadores fueron el cóctel perfecto para que el país cayese en la anarquía a una velocidad sin precedentes.
La escasa educación financiera de los ciudadanos fue uno de los ingredientes perfectos para que se formase la estafa. Dos tercios de la población había invertido en estos depósitos, en contra de las recomendaciones del FMI, entre otras instituciones, y en marzo de 1997 la población se echó a la calle a protestar cuando quedó claro que las entidades no podrían hacer frente a los reembolsos que se les exigía.
La frustración de los ciudadanos estafados los llevó a asaltar los almacenes militares, y se robaron más de medio millón de armas. El país se sumió en el caos, y buena parte de la región del sur cayó en manos de los rebeldes. En pocos días, el gobierno se disolvió (algunos de sus miembros más prominentes se cuidaron de escapar rápidamente, en los primeros momentos de las revueltas), y asumió el gobierno el socialista Bashkim Fano, quien creó un ejecutivo de reconciliación nacional y convocó elecciones para ese verano. Con el apoyo de la Organización de las Naciones Unidas, que envió a finales de marzo una fuerza militar, sobre todo formada por soldados italianos, se consiguió restablecer el orden y en las elecciones, el Partido Socialista salió vencedor.
