El país, quinta economía del mundo, superará a China en población este año, presume de desarrollo tecnológico y experimentará un fuerte crecimiento del PIB, pero vive preso de la desigualdad, la contaminación, el proteccionismo y la fragilidad institucional
Trenes abarrotados, vacas paseando libremente por las ciudades, exóticos bailes de Bollywood y una desigualdad rampante han conformado durante décadas la imagen occidental de la India. Muy pronto, otra realidad se añadirá a esa retahíla, mezcla de tópicos, costumbrismo y verdad. Cuando hablemos de la India, hablaremos del país más poblado del mundo. Naciones Unidas calcula que en abril de este año superará como gigante demográfico a la cada vez más envejecida China, asolada por graves problemas de natalidad. Ambas rebasan ya la frontera de los 1.400 millones de habitantes, pero su evolución es distinta: mientras en 2020 la edad media china fue de 38 años, en la India era de solo 28 años. El próximo cambio de hegemonía ha convertido a la India en foco de atención para medios de comunicación, académicos y laboratorios de ideas, ansiosos por descifrar si el adelantamiento se limita al terreno de lo simbólico o supone un acontecimiento geopolítico mayor.
La periodista india Sagarika Ghose, autora de varios libros sobre la situación del país, no tiene claro si el sorpasso a China traerá por sí mismo una inercia positiva. “Podría generar tanto un dividendo demográfico como convertirse en un desastre potencial. No solo tendremos la población más grande del mundo, sino también la población joven más grande. Si se utiliza productivamente, podría ser un motor para crecer mucho más rápido. Sin embargo, supone también una enorme carga para unos recursos escasos en áreas críticas como educación y atención médica”.
El hito pilla al país en un momento dulce. La inflación se ha moderado al 5,7%, mínimos de 12 meses, en 2022 el PIB creció en torno al 7%, y si las predicciones del Fondo Monetario Internacional se cumplen, su economía vivirá este año una expansión superior al 6% —el doble que el conjunto del planeta—. Sumada a China, representará la mitad del crecimiento mundial de 2023, frente a solo la décima parte entre Estados Unidos y la zona euro.
Ese robusto avance llevó hace apenas dos semanas al FMI a calificarla de “punto brillante” en un entorno internacional repleto de claroscuros por la presión inflacionista y la cronificación de la guerra en Ucrania. Y le ayudará a seguir ganando posiciones: el pasado septiembre se convirtió en la quinta economía mundial, plaza que hasta entonces ocupaba el Reino Unido, una venganza dulce contra la metrópoli de la que fue colonia hasta hace 75 años. Y se da por hecho que en la próxima década su PIB rebasará a los de Alemania y Japón, lo que la auparía al tercer cajón del podio solo por detrás de EE UU y China.
El meteórico ascenso en esa lista no puede opacar otra realidad: la renta per cápita apenas alcanzaba en 2021 los 2.000 euros, similar a la de Kenia y muy lejos de las potencias con las que el Gobierno del nacionalista Narendra Modi quiere codearse —en China supera los 12.000 euros y en el Reino Unido los 46.000—. Eso implica poco valor añadido en millones de transacciones, pero también unas enormes posibilidades de crecimiento al partir de un nivel de renta tan bajo.
Hay quien sostiene, sin embargo, que con datos tan discretos como ese, que revelan la existencia de agudas desigualdades, o con problemas como la asfixiante contaminación de muchas de sus ciudades —la oposición criticó en noviembre que la capital, Nueva Delhi, se ha convertido “en una cámara de gas”—, o su exceso de proteccionismo y trabas al libre comercio, la India se está autoproclamando potencia antes de tiempo. “Eso sí, si eres la quinta economía mundial, por mucho que tu renta per cápita sea menor, tienes mucha influencia ahora mismo”, puntualiza Rubén Campos, investigador del Real Instituto Elcano experto en Asia.
Alicia García-Herrero, economista jefe para Asia-Pacífico de Natixis, cree que multiplicarse no es suficiente para dar nuevos bríos a la actividad. “Es cierto que cuando la fuerza laboral aumenta, de manera automática empuja al alza el crecimiento, pero hacen falta otros factores que aumenten la productividad. Eso en la India significa más infraestructuras logísticas y de transporte para desarrollar el sector manufacturero, que es el que debe absorber esa nueva fuerza laboral en empleos productivos”.
Ya-Lan Liu, economista sénior de Arcano Partners, cita entre las debilidades el déficit fiscal y por cuenta corriente —es un importador neto de energía—, la elevada tasa de desempleo, la desigualdad social y el importante endeudamiento público, del 84% del PIB, alto cuando se habla de una potencia emergente. Pero a su vez recalca que el país cuenta con mano de obra competitiva, altas tasas de ahorro y mucho margen para ganar eficiencias. “Está en un momento favorable para desarrollar su potencial económico, si implementa las reformas estructurales necesarias, reduce las trabas burocráticas, atrae inversión directa extranjera, y mejora su red de infraestructuras físicas y de transporte”, concluye.
En cualquier caso, parece claro que la India lleva años preparándose para salir de las sombras y recobrar cierto protagonismo global tras un prolongado periodo de ostracismo. Así lo percibe Campos. “Históricamente, los dos países o civilizaciones que se han desarrollado en los territorios de China y la India han sido el centro del desarrollo de la humanidad desde la llegada del lenguaje escrito hasta la Revolución Industrial”, recuerda. “Lo que ocurrió con la Revolución Industrial es que perdieron ese tren. Y en el último siglo y medio han estado en una posición secundaria que históricamente no es habitual para ellos”, añade.
Hace tiempo que ambos países han empezado a darle la vuelta a ese proceso de decadencia. Gracias, en parte, a que no han repetido los mismos errores con la revolución tecnológica en marcha. Sus trayectorias, sin embargo, no han sido paralelas. “En el caso de China, ha ido a un ritmo más rápido porque en el posmaoismo emprendió reformas muy exitosas. La India, por ser un sistema democrático, se mueve a una velocidad más lenta, pero hay teóricos que dicen que es más seguro”, sostiene Campos.
China se ganó con justicia el apodo de fábrica del mundo al convertirse en el primer exportador global sin discusión. Pero aunque la India no amenaza esa posición por ahora, sí está arrebatándole parte de su cuota. La pandemia reveló que la excesiva dependencia de los productos salidos de las plantas de Pekín, Shanghái o Guangzhou abocaba a sus clientes, muchos de ellos occidentales, a cruzar los dedos para que nada enturbiase el normal funcionamiento de sus proveedores. Pero las vulnerabilidades no tardaron en aparecer. Miles de comercios y compañías de todo el planeta quedaron completamente desprotegidas cuando el Gobierno chino implantó la restrictiva política de covid cero, que obligaba a cerrar los lugares donde se detectaban contagios y confinar a sus trabajadores, volviendo las cadenas de suministro mucho más impredecibles.
Aunque Pekín ya ha dado marcha atrás en esa controvertida estrategia sanitaria, una de las lecciones de la crisis es la búsqueda de diversificación. Y la India, por costes laborales y tamaño de mercado, está ganando terreno como alternativa. Es el llamado China Plus One (China más uno), o lo que es lo mismo, la estrategia inversora de no poner todos los huevos en la misma cesta y recurrir también a países de rápido crecimiento como India, Vietnam o Tailandia. Uno de los anuncios más prometedores a este respecto lo hizo dos semanas atrás el ministro de Comercio e Industria indio, Piyush Goyal. Dijo a la prensa que Apple pretende incrementar el porcentaje de iPhones que fabrica en el país desde el 5-7% actual hasta el 25%. Es decir, uno de cada cuatro de los que produce en todo el mundo.
Apple desembarcó en la India en 2017, y desde entonces ha ido incrementando la importancia que le concede. Antes solo salían de sus factorías modelos antiguos, pero desde el año pasado ya empezó a confiar sus prototipos más actuales. El banco estadounidense JPMorgan estima que ese 25% de producción de iPhones podría ser una realidad muy pronto, en 2025. A esa decisión ayuda también el éxito comercial de la marca entre los consumidores indios. En el último trimestre de 2022 compraron dos millones de iPhones, un 18% más que en el anterior.
Para Ghose, movimientos así son lógicos. “Por su gran población la India siempre será un destino atractivo para aquellos que buscan nuevos mercados y cadenas de suministro globales más allá de China”. La India parece estar en el lugar adecuado en el momento adecuado para aprovechar esa oportunidad que se le presenta. Es cierto, como afirma Campos, de Elcano, que ha ido muy por detrás de China en crecimiento industrial, pero desde 2014 está tratando de paliar ese retraso con el programa Make in India, para lo cual ha abierto sectores como el del ferrocarril, la defensa, los seguros y los dispositivos médicos a niveles más altos de inversión extranjera directa. Y en varias regiones del país se están desarrollando corredores industriales.
Hay expertos que consideran esos pasos como una liberalización insuficiente: cuando una empresa extranjera consigue un contrato público, se le permite fabricar las primeras unidades en su país de origen, pero las siguientes están obligadas a producirlas en la India. Y su desfavorable balanza comercial con otros países asiáticos la llevó a rechazar unirse al RCEP, un tratado de libre comercio entre 15 países de Asia-Pacífico —entre ellos China, Japón y Corea— que suponen el 30% del PIB mundial, en vigor desde 2022.
Muchos criticaron ese aislamiento comercial como un error, y proclaman que en lugar de apartarse de los acuerdos y mantener los aranceles a la importación debería tratar de ganar cuota comercial siendo más competitiva. Pero también hay argumentos a favor de la decisión india. Un informe del banco holandés Rabobank señalaba que unirse al RCEP “podría obstaculizar su transición hacia la industrialización”, debido a que ese lugar lo ocuparían las importaciones, lo que a su entender “dejaría su economía dominada por la agricultura y los servicios”.
Amitendu Palit, investigador del Instituto de Estudios del sudeste asiático de la Universidad Nacional de Singapur y autor de varios ensayos sobre las relaciones comerciales entre China e India, destaca el talento humano, el ecosistema de start ups, un sistema financiero moderno y la expansión de la digitalización como las grandes fortalezas. Aunque también detecta fragilidades. “Tiene una capacidad institucional débil, un sistema judicial sobrecargado, falta de puestos de trabajo y brechas de gobernabilidad en varios niveles administrativos de gobiernos estatales y locales”.
Palit conoce bien las entrañas de los organismos indios, porque fue consejero del Ministerio de Finanzas durante más de una década. Cuando habla de la condición de líder demográfico, da una de cal y otra de arena. “Como el país más poblado del mundo, incluida una población joven muy grande, la India está a punto de convertirse en uno de los mayores productores y consumidores del mundo. Se espera que lidere el mundo en nuevas ideas, pensamientos innovadores y mano de obra cualificada. Pero una población tan grande también significa que habrá muchas personas vulnerables, tanto económica como socialmente, que deberán ser atendidas”.
La palabra desigualdad sirve para resumir esa idea. Según un informe de Oxfam, el 1% más rico posee el 40,5% del patrimonio del país. Y el número de acaudalados por encima de los 1.000 millones de dólares aumentó en 2020 de 102 a 166 personas. La brecha de castas y clases se traslada también a la geografía, con un sur rico menos poblado que goza de niveles de alfabetización cercanos a los europeos, frente a un norte pobre y densamente poblado donde impera un fuerte sentimiento ultranacionalista hindú.
Eva Borreguero, profesora de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid especializada en Asia Meridional, ve algunas luces en el horizonte. Cita entre ellas el aumento de la clase media, que según un informe de PRICE (People Research on India’s Consumer Economy) ha pasado del 14% al 31% desde el ejercicio 2004-05 al 2021-22, y está previsto que crezca hasta el 63% de la población en 2047 si las reformas económicas producen el efecto deseado.
Sobre la solidez democrática del país, la periodista Sagarika Ghose huye tanto del triunfalismo como del catastrofismo. Por un lado, describe al nacionalista Modi como “un autócrata electo cuyo estilo de gobierno centralizado y culto a la personalidad ha erosionado a las instituciones”, y recuerda que la India no está bien posicionada en las clasificaciones internacionales que miden la calidad democrática. “Sin embargo, celebra elecciones periódicas con sufragio universal, hay muchas provincias o estados gobernados por la oposición, y el entorno político sigue siendo competitivo. Por lo tanto, la India, como el país más grande del mundo, que además es la democracia más grande del mundo, es un símbolo del éxito del modelo democrático en oposición al modelo autoritario representado por China”.
La rivalidad con Pekín no tiene tanto que ver con quién asume la condición de país más poblado del planeta, una pugna de la que China no participa dado que durante décadas ha tratado de contener su demografía con políticas como la del hijo único. Hay rencillas del pasado, como la pequeña guerra no declarada librada en 1962. Tensiones e incidentes en fechas recientes en la frontera común de 3.488 kilómetros que ambos países comparten, en uno de los cuales el ejército indio anunció la muerte de 20 de sus soldados. Y una clara competición económica y política. “Hay una dinámica de lucha por unas cuotas de mayor influencia, primero regional y luego global. En la cultura asiática existe una visión a largo plazo, y China, además de su conflicto con EE UU, cuando mira a su alrededor ve a la India como su potencial rival”, dice Campos, de Elcano. El investigador también señala áreas en las que tienen intereses compartidos, como el equilibrio entre la lucha contra el cambio climático y el propio desarrollo, en medio de las presiones de países occidentales. Ni la India ni China estuvieron en la última cumbre del clima celebrada en Egipto, la COP27.
Nadie duda de que buena parte del potencial indio está ahí, latente, esperando a ser aprovechado. Ya no estamos ante un país sumido en la pobreza más absoluta, pero tampoco aún en un paraíso tecnológico. Así lo resume al teléfono el embajador español en la India, José María Ridao. “La visión que se tiene en España de la India se mueve entre dos Indias míticas: la ancestral, y una India mítica del futuro. En ambos casos ocultan la India de hoy, en pleno cambio”.
Por mucho que ya no sea solo una promesa, se espera mucho más de ella. Un reciente análisis de Nomura señala a la India y los estados del sudeste asiático como “los países campeones” a medio plazo. Ecosistemas tecnológicos como el de Bangalore, considerado el Silicon Valley indio, o empresas como Infosys, ArcelorMittal o el grupo Tata son historias de éxito nacidas allí. Suman, sin embargo, menos de las que cabría esperar de un gigante demográfico de su tamaño. Y en las últimas dos semanas se han visto opacadas por la brusca caída en Bolsa de Adani Enterprises, un conglomerado dueño de infraestructuras como puertos y aeropuertos, empresas alimentarias o minas de carbón, bajo sospecha tras ser acusado de fraude y manipulación financiera. Su fundador y presidente, Gautem Adani, el hombre más rico de Asia hasta que saltó el escándalo, es un gran amigo del primer ministro Modi, lo que añade a la historia los viejos recelos de los lazos, a veces perversos, entre política y empresa.
Cuna de consejeros delegados
Microsoft, Google, IBM, Starbucks, Adobe, Novartis o Deloitte son algunas de las compañías cuyos consejeros delegados tienen nacionalidad u origen indio. La alta demanda de ejecutivos de ese país ha despertado la curiosidad. ¿Por qué hay tantos? La profesora de la Complutense Eva Borreguero alude a una facilidad natural para el manejo de los números y las lenguas, y señala la alta competitividad en los exámenes de acceso a las principales facultades de ingeniería indias, donde concurren muchos más candidatos que puestos hay disponibles. “Ocupa el tercer puesto en número de doctorados en Ciencias e Ingeniería (casi 25.000), después de Estados Unidos y China. Y el tercer puesto mundial en ecosistema de start-ups y en número de unicornios”, apunta. Borreguero recuerda que según datos recientes, actualmente hay 105 unicornios en la India, de los cuales 44 nacieron en 2021 y 19 en 2022. “El interés viene también por las ambiciones materiales y la promesa de ganancias económicas que ofrecen las carreras tecnológicas y la gran competitividad por la movilidad social en una sociedad fuertemente estratificada”, añade.
La periodista Sagarika Ghose cree que el fenómeno se explica por la implantación de institutos de excelencia educativa tras la independencia, como el Instituto Indio de Tecnología (IIT) o el Instituto Indio de Administración (IIM). Aunque opina que ya pusieron las bases las universidades de la época colonial, muchas fundadas por jesuitas, como como St Xavier’s College y St Stephen’s College. “La educación y el idioma inglés combinados con la naturaleza aspiracional de los indios crearon un gran cuerpo de triunfadores que han dejado huella a nivel mundial. Además, castas superiores (como los brahmanes) siempre han apreciado el aprendizaje y la educación, y estas comunidades han sido altamente competentes en matemáticas y ciencias. Por cierto, el jefe de Microsoft, Satya Nadella, y el jefe de Google, Sundar Pichai, ¡son brahmanes!”, afirma.