Si creen que Biden ha cometido fallos garrafales en su política económica, quizás no lo han pensado bien
Desde las grandes victorias electorales que obtuvieron los demócratas el martes pasado, he estado viendo algunas conjeturas en el sentido de que las elecciones de 2024 podrían estar caracterizadas por un efecto remolque inverso: el presidente Joe Biden, cuyos resultados en los sondeos se han visto supuestamente lastrados por una mala economía, podría verse aupado por los candidatos locales que han estado cosechando victorias en temas sociales.
Pues bien, he estado indagando un poco en la historia económica y política —que, al fin y al cabo, es casi lo único en lo que podemos basarnos en estos temas— y estoy teniendo algunos problemas con este relato. En primer lugar, la economía no va mal con Biden como presidente. Al contrario, las noticias económicas han sido extraordinariamente buenas, y la historia ayuda a explicar por qué. No obstante, muchos estadounidenses responden a los entrevistadores que la economía no va bien. ¿Por qué? No creo que lo sepamos; lo que sí podemos decir es que la experiencia echa por tierra una opinión muy extendida acerca de las fuentes del descontento estadounidense.
Por último, ¿podría Biden haber seguido políticas alternativas que le hubieran dejado en una mejor posición política? Las lecciones de la historia indican que no. Si las percepciones económicas son un gran problema para los demócratas el año que viene (lo que está lejos de ser seguro), podría ser más una cuestión de mala suerte que de mala política. Empecemos por la situación de la economía. La realidad pura y simple del último año, más o menos, es que Estados Unidos ha logrado lo que muchos economistas, posiblemente la mayoría, consideraban imposible: una importante caída de la inflación sin una recesión y ni siquiera un gran aumento del desempleo. Si no se fían de mí, escuchen a Goldman Sachs, que el miércoles publicó un informe titulado The Hard Part Is Over [Lo difícil ya ha pasado], en el que señala que estamos consiguiendo combinar una rápida desinflación con un crecimiento sólido, y que prevé que esta feliz combinación continuará.
¿Qué ha ido bien? En 2021, los economistas de la Administración de Biden publicaron un ensayo sobre episodios de inflación históricos, en el que sostenían que el paralelismo más cercano a los acontecimientos actuales era el repunte que registró la inflación después de la Segunda Guerra Mundial, el cual remitió cuando la economía resolvió las perturbaciones bélicas y se reajustó a la producción en tiempos de paz. Durante un tiempo, ese análisis pareció demasiado optimista, ya que la inflación ha sido mucho más alta y durante mucho más tiempo de lo que preveía el Consejo de Asesores Económicos. Sin embargo, a estas alturas, cuando parece que un aterrizaje suave es cada vez más plausible, da la impresión de que el Consejo, a pesar de haber subestimado la magnitud de la crisis, acertó en su interpretación. Así y todo, los votantes no están contentos. El relato más generalizado que he escuchado es que a la gente le da igual que los precios se hayan estabilizado, está enfadada porque no han vuelto a los niveles anteriores a la pandemia.
Esto tiene cierto sentido psicológico. En septiembre, los precios al consumo eran aproximadamente un 19% más altos que justo antes de la pandemia. Los salarios medios también habían subido, aproximadamente en la misma proporción, y los sueldos de los trabajadores no supervisores (la mayor parte de la mano de obra) habían subido bastante más. Pero como la naturaleza humana es como es, resulta lógico que la gente tenga la sensación de que, a pesar de haber obtenido más ingresos, la inflación se los ha arrebatado. Y sermonear a los votantes sobre por qué esa no es la forma correcta de verlo no es, por así decirlo, una estrategia política muy prometedora.
Pero aquí es donde me asaltan mis dudas históricas. No es la primera vez que asistimos a una subida temporal de los precios que después se estabiliza, pero no vuelve a bajar. Ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial, y de nuevo durante la Guerra de Corea, siendo este último aumento aproximadamente de la misma magnitud que el que hemos visto desde 2020. Desgraciadamente, no hay datos sobre la confianza de los consumidores en la década de 1940, aunque algunos politólogos creen que la economía ayudó de hecho a Harry S. Truman a conseguir su inesperada victoria electoral en 1948. Pero sí disponemos de esos datos para principios de la década de 1950, y dan a entender que la gente se mostraba relativamente optimista respecto a la economía a pesar del aumento de los precios. ¿Por qué tendría que ser diferente esta vez?
Además, merece la pena señalar que muchos votantes tienen puntos de vista demostrablemente falsos sobre la economía actual; creen, en concreto, que el desempleo, que está cercano a su nivel más bajo en 50 años, está en realidad cerca de su nivel más alto en 50 años. Independientemente de lo que esté ocurriendo realmente, ¿podrían Biden o la Reserva Federal haber hecho algo para tranquilizar a los votantes?
Yo lo veo de esta forma: las perturbaciones que la pandemia causó en la cadena de suministros hicieron inevitable que los precios de algunos bienes subieran bruscamente. La única forma de haber podido evitar la inflación general habría sido forzar bajadas importantes de los precios de otros bienes y servicios. Y todo lo que sabemos gracias a la historia indica que tratar de imponer la deflación a grandes partes de la economía habría tenido efectos desastrosos sobre el empleo y la producción, algo parecido a la depresión silenciosa que Gran Bretaña se infligió a sí misma después de la Primera Guerra Mundial cuando trató de volver al patrón oro de antes de la guerra.
Entonces, ¿qué va a pasar realmente en las próximas elecciones? No tengo ni idea, y ustedes tampoco. Lo que sí puedo decir es que si creen que Biden ha cometido fallos garrafales y manifiestos en su política económica y que podría haberse colocado fácilmente en una posición mucho mejor, probablemente no lo han pensado bien.