El vencedor de los comicios alemanes decidirá sobre asuntos clave como las reglas fiscales de la UE, la estrategia ante el reto migratorio o la pérdida de peso del continente
Al apagar sus televisores, los alemanes se fueron a la cama el pasado domingo con una idea bastante aproximada de las propuestas de los candidatos para mejorar los salarios, redistribuir la carga fiscal, luchar contra el calentamiento global o mejorar el acceso a internet. Pero la hora y media del tercer y último debate de esta campaña electoral no dejó ni una sola pista, más allá de alguna proclama genérica, sobre las políticas que socialdemócratas, democristianos y verdes pretenden impulsar respecto a Europa y el resto del mundo
Este ensimismamiento de la mayor economía del continente oculta el hecho de que las elecciones alemanas son mucho más que una cita local. Quien se haga con el poder en Berlín marcará la agenda en asuntos tan relevantes como cuándo deben empezar los gobiernos de la UE (y el Banco Central Europeo) a cerrar el grifo del gasto; cómo afrontar la inmigración que, pase lo que pase, va a llegar a Europa; o plantearse de qué herramientas dispone la UE pare evitar la pérdida de peso geopolítico en un mundo que pivota cada vez más en torno al Pacífico.
Como país más poblado y la mayor economía de la UE, ha ganado peso en las dos últimas décadas hasta desequilibrar por completo el tradicional motor franco-alemán en la construcción europea. La fortaleza de un modelo basado en las exportaciones le ha permitido actuar no como un poder omnímodo, pero sí como una especie de árbitro que equilibra las tensiones entre este y oeste, y norte y sur. La preponderancia de la canciller Angela Merkel a lo largo de 16 años ejemplifica ese liderazgo en Europa.
Alemania oscilará hacia un lado u otro en función de los resultados del domingo. Pero que nadie espere un volantazo. Los grandes consensos nacionales son intocables. Y ni el socialdemócrata Olaf Scholz ni el democristiano Armin Laschet miran al exterior con ganas de reformas radicales.
”La ortodoxia va a permanecer”, resume Miguel Otero, investigador principal del Real Instituto Elcano, que predice que Alemania acabará decepcionando a aquellos con altas expectativas de cambio. “Esta es la campaña más vacía de contenidos europeos que recuerdo. Todos los partidos llevan grandes capítulos sobre este tema en sus programas, pero ninguno está hablando de eso en sus intervenciones”, protesta la politóloga alemana Ulrike Guérot.
Antes de analizar qué puede cambiar, conviene destacar tres ideas. La primera es que los tres candidatos —Scholz, Laschet y la verde Annalena Baerbock— pertenecen al ala moderada de sus partidos. Pese a sus diferencias, no habrá con uno ni con otro un cambio tectónico. Alemania no elige entre candidatos antitéticos como Donald Trump y Joe Biden en Estados Unidos o como muy probablemente ocurra en Francia el próximo año con Emmanuel Macron y Marine Le Pen.
La segunda idea es que no solo importará quién asciende a la cancillería, sino en quién se apoya para lograrlo. No sería lo mismo un canciller Scholz con un ministro de Finanzas Christian Lindner —el líder del partido liberal FDP, un halcón para el que el déficit cero es un objetivo irrenunciable— que un, bastante improbable, tripartito de izquierdas. “Scholz puede tener grandes ideas para la gobernanza del euro, pero si Lindner es ministro de Finanzas va a tener muchos problemas”, sugiere Guérot. “No está escrito que los liberales se vayan a quedar el premio del Ministerio de Finanzas. Los Verdes podrían aspirar también”, añade Otero. Si las encuestas aciertan, verdes y liberales tendrían que entenderse para formar un Gobierno encabezado por Scholz o Laschet.
Periodo de parálisis
Por último, todo apunta a que la complicadísima tarea de acordar un Gobierno entre tres partidos va a alargar meses las negociaciones, condenando al país a una parálisis de incierta duración. Nadie descarta que Merkel continúe en funciones a mediados de diciembre y logre así superar el último récord que se le resiste: convertirse en la (o el) canciller que ha pasado más tiempo en el poder en la historia de la República Federal, superando a Helmut Kohl.
Un canciller Scholz puede sonar bien en el sur de Europa. Pero Berlín no dará barra libre para prorrogar sin fin la congelación de las reglas fiscales, permitiendo a los gobiernos europeos que gasten a manos llenas. Scholz, que además de candidato es ministro de Hacienda, insiste en que la crisis del coronavirus ha mostrado la utilidad y flexibilidad de las reglas fiscales vigentes. “Tenemos un buen paquete fiscal que asegura la estabilidad en Europa y que ha demostrado ser muy práctico”, dijo en la localidad eslovena de Brdo el 10 de septiembre.
Como responsable de Finanzas, Scholz no se alejó demasiado del rigor fiscal de sus antecesores durante la primera mitad de la legislatura. Hasta que el golpe del coronavirus lo cambió todo. La canciller Merkel y él apoyaron la emisión billonaria de deuda mancomunada para impedir que una crisis brutal en el sur de Europa rompiera el mercado único. Laschet, como presidente del Estado de Renania del Norte-Westfalia, se ha mantenido más alejado de estos temas. Pero también quiere reinstaurar las reglas fiscales lo antes posible y repite que bajo ningún concepto Alemania puede hacerse cargo de las deudas de otros. “Ambos partidos comparten que el proyecto europeo no puede fracasar. Pero también que no van a responsabilizarse de deudas ajenas. Gobierne quien gobierne, solo soltarán la mano tras muchas negociaciones en Bruselas y decir muchas veces no, no, no”, explica Otero.
Otro asunto clave será la inmigración. Aquí el acento más flexible lo ponen los verdes. Pero todos los partidos coinciden en un dogma: la crisis de 2015, cuando llegaron a Alemania unos 900.000 solicitantes de asilo, no puede repetirse. Justo cuando las tropas occidentales se retiraban de Kabul, Scholz rechazaba en una entrevista la idea de acoger a más afganos. Lo importante, decía, era ayudar a los países vecinos para que los integraran.
Laschet, uno de los dirigentes democristianos que más claramente apoyó a Merkel en su política de puertas abiertas, también repite que hay que evitar a toda costa la llegada masiva de solicitantes de asilo.
UN MAYOR PAPEL EN EL MUNDO QUE NO ACABA DE CONCRETARSE
En Bruselas, los líderes repiten que la crisis en Afganistán ha mostrado, una vez más, la necesidad de que Europa asuma una mayor responsabilidad en su defensa. Es una idea que se oye de tanto en tanto y que se multiplicó con la llegada a Donald Trump a la Casa Blanca en 2017. Pero las palabras no terminan de convertirse en hechos. Y Alemania, con un Ejército con muchas carencias, no tira del carro.
Los candidatos de los tres mayores partidos coinciden en la necesidad de que asuma un papel mayor en el mundo. Pero faltan detalles para concretar esta idea. De estas tres formaciones, los Verdes apuestan por un cambio más decidido, mientras que socialdemócratas y democristianos —los primeros llevan 16 años en la cancillería y los últimos han dirigido el Ministerio de Asuntos Exteriores 12 de los últimos 16 años— tienden a una mayor continuidad.
La gran diferencia de los Verdes radica en su exigencia de que la democracia y el respeto a los derechos humanos sea un elemento central en la política exterior alemana. En este sentido, apuestan por una mayor confrontación con regímenes como la Rusia de Vladímir Putin o la China de Xi Jinping de la que ha hecho gala Angela Merkel. Pero este reclamo es más fácil hacerlo desde la oposición que desde el Gobierno.
“La política exterior alemana, que rechaza exhibir un fuerte liderazgo, se explica en parte por la cautela de Merkel. Eso podría cambiar con otra persona en el Gobierno”, opina Federico Steinberg, del Real Instituto Elcano. “Hay tantos intereses dispares que Alemania tratará de seguir jugando su papel de mediador que trata de buscar consensos”, matiza su compañero Miguel Otero.