La gran paradoja de nuestro tiempo es que, en la era Obama, la grandiosa tradición profética negra se ha visto debilitada. Obama, en cuanto cara negra del Imperio estadounidense, ha dificultado la crítica al sistema por parte de valientes y radicales voces negras. En el plano empírico o vivencial de la experiencia negra, la gente ha sufrido más en esta época que en el pasado reciente. Los índices de mortalidad infantil, encarcelamiento y desempleo masivos, así como la drástica disminución de la renta familiar, dan fe de esta triste realidad. ¿Cómo se explica semejante paradoja? Si bien Obama es cómplice de la situación, la respuesta va más allá de la figura del presidente. Él es un síntoma, no la causa. Aunque para algunos es el símbolo, bien de un mundo posracial, bien del increíble progreso negro, su presidencia encubre el creciente grado de miseria social en la Norteamérica pobre y negra.
Tres son las principales causas del declive de la tradición profética: en primer lugar, figuras (…) que ya no ostentan el liderazgo negro; ahora lo hacen los cargos electos del sistema político hegemónico. Este cambio comporta la ausencia de voces críticas. ¿Cómo podemos esperar que los guardianes negros del sistema sean críticos con él? Las élites neoliberales, con el objetivo de consolidar en la cúspide una emergente oligarquía, marginan los movimientos sociales y las voces proféticas, dejando a una devastada clase trabajadora en el centro, y abajo a pobres y desesperados.
En segundo lugar, esta transformación neoliberal genera una cultura de desenfrenada ambición y éxito instantáneo que atrae a la mayoría de los potenciales dirigentes e intelectuales, incorporándolos a las filas del régimen neoliberal. Esta cultura del espectáculo subraya la legitimidad de un orden injusto que se jacta de propiciar la movilidad social. ¡Pero lo cierto es que somos el país con la menor movilidad social de todas las naciones modernas!
En tercer lugar, el desalmado aparato represivo del régimen neoliberal persigue a los dirigentes, activistas e intelectuales proféticos más enérgicos y dedicados, a quienes desacredita o incluso asesina sin dificultad. La calumnia se ha convertido en algo sistémico, crónico, y es preferible al asesinato, puesto que los mártires inmolados tienden a despertar la atención de las masas sonámbulas, lo que aumenta la amenaza al statu quo.
El principal cometido de los medios de comunicación de masas, especialmente los corporativos en deuda con el régimen neoliberal norteamericano, es alimentar un discurso público estrecho y adulterado. Con “estrecho” me refiero a que se reduce a consignas de republicanos conservadores y demócratas neoliberales, excluyendo las voces proféticas y radicales. Definir el terreno y las categorías políticas constituye un poder fundamental cuyo objetivo es hacer inaudibles las voces proféticas. El discurso omite los problemas que estas voces sacan a la luz: encarcelación masiva, desigualdad económica, crímenes de guerra como el asesinato de inocentes por medio de drones imperiales.
La era Obama se ha cimentado sobre tres pilares: los crímenes cometidos por Wall Street durante la catástrofe financiera de 2008; los crímenes imperialistas (…) que dan al presidente un poder ilimitado y arbitrario, similar al de un Estado policial o neofascista; y los crímenes sociales perpetrados por un sistema de justicia penal que es en sí mismo criminal —absuelve a los torturadores, a los policías que intervienen teléfonos y a los inversores de Wall Street que violan la ley, pero envía a prisión a criminales pobres, como los acusados por tenencia de drogas—. Esta clase de lenguaje claro y directo es poco común en el discurso político, estamos acostumbrados a adoptar una actitud modosa frente a los crímenes contra la humanidad. La tradición profética negra siempre ha cumplido la función de agitar, en nombre de la maravillosa singularidad y humanidad funky de los pobres, el estrecho y adulterado discurso político. Esto ocurre hoy en casos contados. Los graves fallos del presidente Obama se reflejan en su gobierno favorable a Wall Street, su indiferencia hacia el nuevo Jim Crow [leyes de segregación racial] —o complejo industrial-penitenciario— y la expansión de la criminalidad imperial propiciada por el notable aumento de drones desde los años de Bush. (…) Obama ha dejado el problema de los hombres negros pobres en manos de la caridad y la filantropía, no de la justicia ni de la política.
En la era Obama, la Norteamérica negra se halla sumida en la desesperación, el desconcierto y la derrota. La desesperación se refleja en el creciente sufrimiento en todos los frentes. El desconcierto brota de la confusión entre símbolo y sustancia. La derrota es producto de la obsesiva preocupación por proteger de toda crítica al primer presidente negro. El hecho de que la Administración de Obama rescatara a Wall Street antes que a los propietarios de viviendas, perjudicó a millones de trabajadores y, al no dar prioridad a los trabajos con salarios dignos, agudizó el desempleo masivo. La absoluta indiferencia de la política hacia la situación de los pobres ha aumentado la desesperación entre los ciudadanos débiles y vulnerables. (…)
La justa indignación de la tradición profética negra no solo se dirige contra el opresivo sistema que nos somete, sino contra las fraudulentas figuras que se hacen pasar por proféticas mientras encubren el sufrimiento de la gente. Vender el alma por un plato de lentejas de Obama es echar en saco roto nuestra inestimable tradición. ¿Acaso no es hipócrita alzar la voz cuando el faraón es blanco, pero no proferir palabra cuando es negro? Teniendo la bota sobre el cuello, ¿importa el color del pie que la calza? La integridad moral, la coherencia política y el análisis del sistema constituyen el corazón de la tradición profética negra.
Desde el auge del régimen neoliberal, la lucha por la libertad negra ha sido encomendada a un reducido grupo de interés, uno de tantos dentro de la política norteamericana. Incluso el lema del Black Congressional Caucus, el olimpo de los cargos electos negros, es: “No tenemos amigos o enemigos eternos, solo eternos intereses”. Qué lema tan vacío en lo moral y desafortunado en lo ético, sin referencia alguna a principios, valores o visiones de justicia; (…)
No es casualidad que la clase media negra, gradualmente apoltronada en el régimen neoliberal, hiciera suyos de inmediato los “eternos intereses” del Black Congressional Caucus. A menudo, tener éxito como profesional o político negro implica avenirse con la injusticia y la indiferencia hacia los pobres, incluidos los negros. La tradición profética está fundamentalmente comprometida con dar prioridad a los pobres y a los trabajadores; por tanto, se opone al régimen neoliberal, el sistema capitalista y la política imperialista del Gobierno norteamericano. La tradición profética negra nunca se ha limitado a los intereses y problemas de la gente negra. Se fundamenta en principios y visiones que concilian esos intereses y encaran esos problemas, pero su mensaje se dirige tanto a la nación estadounidense como al mundo. La tradición profética negra ha sido la levadura en la hogaza democrática norteamericana. Cuando la tradición profética negra está fuerte, los pobres y los trabajadores de todos los colores salen beneficiados. En cambio, cuando la tradición profética negra está débil, los pobres y los trabajadores son ninguneados. En el ámbito internacional, cuando la tradición profética negra vibra y transmite vitalidad, se intensifica la crítica antiimperialista, y los condenados de la tierra salen dignificados. El hecho de que una figura simbólica obtenga el poder presidencial, ¿qué beneficios aporta a nuestro pueblo si, a cambio, perdemos el alma dando la espalda al sufrimiento de los pobres y los desfavorecidos? La tradición profética negra ha intentado redimir el alma de nuestro frágil experimento democrático, ¿pero es este redimible?