El presidente brasileño acude a las elecciones con el aval del alza de la paga para los pobres, pero sin emprender su plan de privatizaciones o la reforma fiscal
Como millones de brasileñas pobres, la señora Pereira trabaja desde los 16 años como empleada doméstica, pero cumplidos los 55 años no ha cotizado ni un día en toda su vida laboral. Y, ahora, esta brasileña ni siquiera consigue que la contraten para limpiar por horas. Desempleada hace años, su principal fuente de ingresos son las ayudas sociales del Gobierno brasileño para los más pobres, cuenta en su casa, en la periferia de Salvador de Bahía. Es una paga mensual antes conocida como Bolsa Familia que fue el gran instrumento de la lucha de Luiz Inácio Lula da Silva y los Gobiernos progresistas contra la pobreza.
El actual presidente, Jair Bolsonaro, de extrema derecha, la reformuló, en parte obligado por la pandemia. Pero lo primero de todo, la rebautizó. Quería arrebatarle aquella bandera al Partido de los Trabajadores (PT). Ahora se llama Auxilio Brasil. El mandatario, que llegó a la presidencia con un discurso ultraliberal en economía, duplicó inicialmente la paga mensual a 400 reales (77 euros). Y, en este tramo final del mandato, la ha vuelto a subir en una maniobra considerada electoralista, y suicida, por el impacto en las cuentas públicas.
El Auxilio Brasil, su uso político y su futuro —con 20 millones de brasileños que la necesitan para comer— fue uno de los asuntos que enfrentó más duramente a Lula y a Bolsonaro en el primer debate electoral, el domingo pasado. Esta paga es, junto a la inflación y la desinformación, la gran protagonista de la campaña para las elecciones del 2 de octubre. Si ninguno de los candidatos logra la mayoría de los votos validos, habrá segunda vuelta cuatro semanas después.
Son unos comicios cruciales porque el electorado dirá si otorga el poder al favorito en las encuestas, Lula, que promete reeditar lo que considera mejor de sus mandatos (2003-2010), o a Bolsonaro, que en una segunda legislatura profundizaría el volantazo a la extrema derecha.
Cualquiera de ellos afrontará una complejísima coyuntura económica internacional. Brasil ha sufrido, como todos, el impacto de la pandemia y de la guerra de Ucrania. Ya no es lo que fue, sobre todo, por una década prácticamente sin crecimiento, con lo que supone para un país emergente y extremadamente desigual. El PIB creció el año pasado el 4,6% tras el desplome de la pandemia (-3,9%). El dato del segundo trimestre de este año, que acaba de publicarse, cifra el avance en el 1,2% y es mejor de lo esperado por los analistas. Pero las grietas siguen atravesando el país. El 1% más rico de los brasileños acumula el 49% de la riqueza nacional; en EE UU posee el 35%, según el World Inequality Lab, que codirige Thomas Piketty.
Bolsonaro llegó con la promesa de adelgazar el Estado hasta dejarlo en el chasis y emprender reformas estructurales que, según economistas y empresarios, son imprescindibles. Nombró a Paulo Guedes, un antiguo banquero de inversión de la escuela de Chicago, ministro plenipotenciario de Economía y el primer año empezó fuerte con la reforma del sistema de pensiones, pero la pandemia le obligó a cambiar el rumbo. Su legislatura ha transitado por un sendero bien distinto.
Se saltó el techo fiscal, en parte, para llevar a cabo uno de los programas de estímulo económico más generosos de cualquier economía emergente durante la pandemia. El gasto incluso superó el de muchas economías desarrolladas, que pueden endeudarse con menores tasas de interés. En julio, el Ministerio de Economía dijo que el déficit presupuestario primario este año será de 59.354 millones de reales (11.400 millones de euros). El techo de gasto para el año que viene es de 1,7 billones de reales (326.000 millones de euros).
Con 210 millones de habitantes, es la principal economía de Latinoamérica. Su población es relativamente más homogénea (en términos étnicos y religiosos) que la mayoría de los países emergentes (por ejemplo, India o Sudáfrica), por lo que siempre ha sido el mercado que toda compañía quiere conquistar. Sin embargo, las promesas de impulsar el poder adquisitivo de la clase media se han visto frustradas. Crear empleos para impulsar el consumo y que la economía crezca es la receta de Lula, que no ha detallado cómo pretende conseguirlo.
Expectativas incumplidas
“Brasil, lamentablemente, ha estado decepcionando en términos de desempeño macroeconómico”, dice desde Nueva York Alberto Ramos, economista jefe de Goldman Sachs para América Latina, “se ha quedado corto, no solo respecto a las expectativas, sino también al potencial del país, y eso es un reflejo de malas políticas”.
Joelson Sampaio, profesor de la Escuela de Economía de la Fundación Getúlio Vargas (FGV), coincide desde São Paulo en que el balance palidece frente a las expectativas: “Básicamente hemos tenido Eletrobrás como la privatización más relevante, las demás avanzaron poco. Al Gobierno le fue bien en la venta de concesiones. Hemos licitado tandas de aeropuertos, de puertos, de carreteras federales…”.
Un empresario español que lleva una década haciendo negocios en Brasil como alto cargo de una multinacional del sector de las renovables y que prefiere el anonimato recalca, también por teléfono, que “el primer año y medio fue muy esperanzador. Y luego llegó la pandemia”.
Esta reñida elección tiene una particularidad: a pesar de que ambos candidatos fueron presidentes, los mercados no saben qué esperar de ellos a futuro, advierte el economista jefe de Goldman Sachs para América Latina. “Esta es, básicamente, una elección entre dos diablos y los mercados lo saben muy bien”, opina Ramos, “aquí el tema es que la continuidad es problemática”.
La pandemia afectó mucho a la economía brasileña, apunta el profesor de Economía de la FGV, pero “en 2021 y 2022 tuvimos un proceso de recuperación. La tasa de desempleo, que en estos años estuvo alta, solo ha bajado de los dos dígitos en 2022″. El paro cerró el segundo trimestre en un 9,1%. Recalca que, aunque la inflación es un mal global, su impacto aquí es especialmente grave. “En un país emergente y desigual como Brasil, tiene mucho más impacto que en Europa o incluso en Estados Unidos, donde las familias tienen más ingresos y más riqueza”. Como el alza de los precios ha afectado sobre todo a la alimentación y el sistema tributario brasileño se apoya mucho más en los impuestos indirectos que los directos —reflejo de la desigualdad— el impacto entre los más pobres es devastador. Basta ver el incremento de familias que duermen en la calle. Unos 33 millones de brasileños pasan hambre.
País en desarrollo, Brasil tiene una carga tributaria que se asemeja más a los países ricos que a sus pares. Estos recursos se gastan de manera ineficiente, en lugar de invertirse en obras o proyectos con un alto retorno económico o social. La reforma fiscal es una de las que quedó en el tintero. Una vez más. Pero el Ejecutivo sí la logrado reducir la deuda pública, que ronda el 78% tras dispararse casi al 89% en la pandemia.
Brotes verdes
El real se ha recuperado algo pero el euro se cambia a 5,22 reales. Las exportaciones están disparadas, con 280.000 millones de dólares en 2021. Y en el horizonte asoma algún brote verde al que el presidente se aferra. Petrobras ha reducido varias veces los precios de los combustibles tras la presión de Bolsonaro, que ha cambiado cuatro veces al presidente de la empresa petrolera. Ha celebrado que julio cerrara con una deflación del 0,68%. Poco importa si a la larga es beneficioso o perjudicial para la economía, el presidente ya tiene un eslogan que ofrecer al electorado para decir que la economía de Brasil está mejor que el resto del mundo. Cabe mencionar que el Banco Central, que es autónomo, se adelantó a la mayoría de sus pares al iniciar agresivas alzas de los tipos de interés en marzo de 2021 para contener la inflación. Tras 12 subidas consecutivas, está en el 13,75%, la más alta de Latinoamérica.
En el debate entre los candidatos presidenciales, Bolsonaro afirmó que la inflación brasileña está por debajo de la estadounidense. Es cierto que el último mes fue inferior, aunque en la acumulada está muy por detrás. Pero esta campaña es de trazo grueso. Los favoritos ofrecen emociones a raudales, golpes bajos al adversario —Bolsonaro llama a Lula expresidiario— y poca concreción.
Reformas
La principal reforma aprobada esta legislatura es la del sistema de pensiones, que salió adelante en su primer año de mandato y fue diseñada por el anterior Gobierno. La nueva ley impuso una edad mínima de jubilación en un país donde los hombres se retiraban de media a los 57 años y las mujeres a los 53. También cuenta en el haber de Bolsonaro y del ministro Guedes la norma que establece la autonomía del Banco Central.
Pendientes quedaron la reforma tributaria y la administrativa. El citado empresario español subraya que la reforma fiscal sería un parteaguas. “Entender los impuestos en Brasil es imposible. Lograr un sistema que un inversor extranjero pudiera entender con facilidad aumentaría el interés en el mercado brasileño. Pocos lugares hay fuera de la OCDE con la seguridad jurídica de Brasil. Su potencial es enorme porque es un mercado tranquilo”, apunta.
La mayoría de los empresarios prefiere un segundo mandato de Bolsonaro a un tercero de Lula, aunque el ultraderechista inquiete por las amenazas a la democracia y su empeño en cuestionar el sistema de votación. Los grandes banqueros y empresarios se sumaron a una reciente carta en defensa de la democracia que logró un millón de firmas.
João Camargo, socio del grupo 89 Investimentos, que tiene intereses en logística y comunicación, preside Esfera Brasil, un think tank creado por la mitad de los cien mayores empresarios de Brasil. Camargo afirma que Faria Lima —la calle de São Paulo considerada el Wall Street brasileño— está entusiasmado con Bolsonaro. “Los empresarios están todos muy satisfechos porque el equipo es realmente brillante. Tanto el ministro Paulo Guedes como la elección de Roberto Campos, (presidente) del Banco Central, que ahora es independiente; el ministro Freitas (de Infraestructuras), un gigante que logró casi un billón de reales en inversión en infraestructura, en puertos, ferrocarriles y carreteras (….) La ministra Tereza Cristina en Agricultura… Brasil es un ejemplo de eficiencia en la agricultura. Es impresionante, estamos dando un show en el mundo”.
Cuando se le pregunta por el mayor error de Bolsonaro, responde: “Donde el presidente no es tan bueno es en comunicación. No comunica bien, a pesar de que el Gobierno es muy eficiente”.
Bolsonaro ha echado mano de la artillería pesada en un intento de dar la vuelta a las encuestas: está 15 puntos por detrás de Lula, según Datafolha. Logró apoyo parlamentario para, en vísperas de la campaña, aprobar una ley, apodada de kamikaze, que le abrió las puertas de los cofres públicos para repartir 7.500 millones de euros en ayudas para los más pobres —como la paga de la señora Pereira—, los taxistas y los camioneros, colectivos estos últimos afines a Bolsonaro. Para esquivar las leyes que impiden estos dispendios en año electoral, los aliados parlamentarios de Bolsonaro declararon el estado de emergencia.
Para el empresario español, la gestión del Gobierno de Bolsonaro durante estos últimos meses es impropia, parece emular a enemigos a los que tanto critica. “Lanzan un mensaje muy populista digno de cualquier Gobierno de izquierdas, no de uno que se dice liberal”.
Guedes fue considerado la garantía de que Bolsonaro iba a cumplir la agenda liberal con la que atrajo a una clase media blanca realmente harta de los escándalos de corrupción del partido de Lula. Aunque la pandemia dinamitó los planes privatizadores del superministro, Guedes sigue fiel a Bolsonaro. Ni las maniobras para burlar el techo de gasto ni la catarata de dimisiones en su ministerio han derivado en una renuncia.
¿Golpe de Estado?
Ramos, de Goldman Sachs, sostiene que, si un segundo mandato de Bolsonaro fuera como el primero, imperaría la incertidumbre derivada de sus fricciones con otras instituciones y la prensa. “Esto quiere decir que, a pesar de que la mezcla de políticas públicas que el presidente ha buscado, como la privatización, la agilización en el sector privado y las concesiones son relativamente amigables con el mercado, su talón de Aquiles ha sido la gobernabilidad. Su poca habilidad de crear los consensos para sacar adelante las reformas necesarias que detonarían el potencial económico del país”.
Desde 2019, Bolsonaro ha erosionado de manera sistemática la democracia brasileña con constantes embates contra el poder judicial, la criminalización de sus adversarios y los ataques a la prensa, además de dar aliento al discurso golpista de sus seguidores más radicales. Varios grandes empresarios bolsonaristas son investigados por la policía por pertenecer a un grupo de WhatsApp en el que se vertieron mensajes golpistas. Aunque ha habido críticas a la operación por considerar que amenaza la libertad de expresión, el temor a una ruptura institucional está en el debate público.
Hace un par de semanas, Esfera Brasil reunió a altos representantes de los tres poderes ante la prensa internacional. Hicieron una cerrada defensa de la fortaleza y armonía institucional del Estado. Camargo, presidente de este think tank, rechaza de plano el riesgo de una ruptura antidemocrática. “Mire, ¿cómo fue aquí el golpe de 1964? Todo el establishment, toda la sociedad, quería el golpe. Con la destitución de Dilma y de Collor, lo mismo, el pueblo salió a la calle. Ahora, si gana Lula o gana Bolsonaro, todos quieren que el ganador tome posesión. Así que no existe la más mínima posibilidad de que quien gane no tome posesión. La sociedad no ve ninguna necesidad de un golpe. Entre otras cosas porque Lula ya demostró ser un gran presidente”.
Crecimiento anémico
El británico Edmund Amann llegó en 2017 a la Universidad de Leiden, en Países Bajos, para encabezar el departamento de estudios brasileños. Rousseff había sido destituida el año anterior y la economía estaba hundida. En su conferencia inaugural, Amman habló del enorme potencial económico… y de cómo los ánimos de los inversores comenzaban a debilitarse. “Los defensores de un papel estatal más amplio y los defensores de un mercado libre se han alternado entre sí en el escenario del Gobierno. Como resultado, Brasil ha sido arrojado de un lado a otro entre dos teorías económicas completamente diferentes. Ha sido una especie de laboratorio de economía para idealistas”, dijo entonces.
Al teléfono desde Leiden, Amann reconoce que, cinco años después, poco ha cambiado. A los Gobiernos de Lula, Rousseff y Bolsonaro les ha faltado una visión de país que indique la dirección hacia dónde ir. La manera de caminar hacia esa visión puede ser distinta, alega, y de acuerdo a las ideologías de cada uno, pero el objetivo final debe ser el mismo. “Ha habido áreas que han mejorado, pero pocas”, dice el especialista. Se ha innovado en la producción agrícola, de modo que Brasil es uno de los más importantes suministradores de alimentos. En este mundo de “precios muy altos de los productos básicos y problemas graves en la cadena de suministro, eso es realmente algo muy importante”, dice Amann. Al mismo tiempo, la dependencia de las exportaciones de materias primas ha funcionado como una maldición (o una trampa). El Gobierno de turno llega al poder pensando que “siempre existe la posibilidad de esperar hasta que llegue el próximo auge de las materias primas para salir de la zanja”, dice el académico.
Para el profesor Sampaio, de la FGV, “durante esta década Brasil prácticamente caminó de lado, no creció nada”. A ello han contribuido la pandemia, las crisis económicas y las siempre pospuestas reformas estructurales. “Lo que venimos haciendo son medidas coyunturales, puntuales, que resuelven a muy corto plazo, pero no traen una solución a largo plazo”. El académico brasileño es pesimista, no ve que las reformas sean prioritarias para ninguno de los dos favoritos, Lula y Bolsonaro. “Y, si no crecemos, no podemos reducir la desigualdad ni la pobreza”.
Lula se cobija en la ambigüedad sobre sus planes económicos
Entre los millones de brasileños pluriempleados que sufren para llegar a fin de mes es fácil encontrar quienes recuerdan con emoción su primer frigorífico, su primer coche, el día que tomaron un avión o uno de sus hijos entró a la universidad. Fue a principios de siglo, durante la bonanza de los años Lula. La nostalgia es el principal ingrediente de la campaña electoral de Luiz Inácio Lula da Silva, de 76 años, para regresar a la Presidencia de Brasil. Tiempos que el expresidente resume en un pequeño placer ahora prohibitivo para la inmensa mayoría. “El pueblo tiene que volver a poder comer barbacoa, picanha (un corte de carne noble) y tomarse una cervecita”, suele repetir en sus mítines. Y al público le brillan los ojos.
Favorito a ganar las elecciones de octubre, el izquierdista Lula quiere reeditar las medidas más exitosas de sus dos mandatos (de 2003 a 2010). Repite machaconamente los datos que ilustran aquellos logros (30 millones salieron de la pobreza, 20 millones de nuevos empleos, el doble de universitarios…), pero cuando se le piden detalles sobre cómo pretende lograrlo de nuevo, en la actual coyuntura, se refugia en el recuerdo del pasado y la ambigüedad. En una reciente comparecencia ante la prensa internacional, explicó que “en economía no puedes contar todos tus planes porque, entonces, aparece alguien para impedirlo”. Los brasileños están convocados a las urnas electrónicas el 2 de octubre y si nadie logra la mayoría, habrá segunda vuelta el 30. El mercado espera una victoria de Lula, basada en las encuestas que le dan un margen amplio, y el precio del real ya refleja esta expectativa. Se revaloriza.
Lula adora los eslóganes. Una de sus grandes promesas es “volver a incluir a los pobres en el presupuesto” de Brasil, es decir, retomar las políticas de inclusión social que transformaron las vidas de los más necesitados, los electores que siguieron fieles al Partido de los Trabajadores (PT) durante los escándalos de corrupción. El fundador del PT también ha revelado que, si gana, su ministro de Economía no será un técnico, sino un político con cintura y experiencia para negociar con el poderoso Congreso. Para evitar definirse, no tiene un asesor económico de cabecera sino varios. Ante los corresponsales extranjeros, anunció un gran plan de construcción de infraestructuras con dinero público para atraer a inversores privados, criticó el empeño en el techo de gasto y presumió de responsabilidad fiscal. También rechazó privatizar empresas públicas como Petrobras o Correos y, para combatir la inflación, propuso despegar los precios de los combustibles a los mercados internacionales, sin explicar cómo lo haría. Y quiere renegociar la reforma laboral siguiendo el modelo de España.
El recuerdo del segundo Gobierno de su sucesora, Dilma Roussef (2010-2016), causa escalofríos en el empresariado. Rousseff echó mano de dinero público y subsidios para paliar el descontento popular y sobrevivir en el cargo. El resultado fue que Brasil cayó en una profunda recesión, ella acabó destituida por el Congreso y el odio al PT encumbró a Bolsonaro. Aunque ya no le tienen el miedo de los años noventa, el poder económico aún recela de Lula. Para mitigar ese rechazo, ideó una ingeniosa jugada. Reclutó como candidato a vicepresidente a Geraldo Alckmin, de 70 años, un veterano político de centro derecha, conservador, al que le ganó en las presidenciales de 2006. La misión de Alckmin es hacer a Lula más digerible ante los grandes ejecutivos (y los evangélicos).
La mayoría del empresariado prefiere a Bolsonaro porque busca menos intervención estatal en la economía, aunque está lejos de haber cumplido sus agresivos planes liberalizadores. Pero al mismo tiempo son, como Lula, extremadamente pragmáticos. Saben que el expresidente es un hombre que escucha y negocia hasta la extenuación. Incluso reconocen en privado que, con él, Brasil recuperaría proyección internacional y atraería nuevas inversiones extranjeras. Durante la Administración de Bolsonaro, la pérdida de confianza de los inversores extranjeros exacerbó una depreciación del real en relación al dólar, la cual fue de 37%. La decisión del presidente de esquivar el techo fiscal, así como la falta de confianza en que las autoridades monetarias pudieran controlar la inflación generó una rápida salida de capitales. En cambio, durante el periodo en que Lula fue presidente, la moneda se apreció cerca del 50% contra el dólar. Los años dorados con Lula fueron impulsados en buena medida por el espectacular aumento de la demanda china de materias primas.
Pekín sustituyó a EE UU como primer socio comercial, pero ahora el crecimiento del gigante asiático se ha ralentizado. Un español que ejerce un alto cargo en una multinacional del sector de las renovables opina que, si gana los comicios, “Lula va a ser muy pragmático porque quiere ser recordado como el mejor presidente de Brasil y quitarse la mancha de su segundo mandato. Sea quien sea (el próximo presidente), vamos a vivir años muy buenos”. Este empresario sostiene que el panorama para hacer negocios es mucho más incierto en Chile o Colombia que en Brasil.
Tomado de_ El País