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Aquel día

La televisión de un hospital, hace justo 20 años, me alertó de que algo tan extraño como terrible estaba ocurriendo en Nueva York

“¡La otra Torre Ricardo, la otra torre! ¡Es otro avión!”, exclamaba Matías Prats ante la imagen en directo de la Torres Gemelas envueltas en una densa humareda el 11 de septiembre de 2001.GETTY IMAGES

Cuentan que si el cerebro no está definitivamente averiado algunos recuerdos permanecen hasta el último día. Otorgando placer y dolor. En el anverso se relacionan con los grandes momentos de la vida, nacimiento de seres amados, enamoramientos, realización de algún sueño. En el reverso se asocian con las muertes de los que eran tuyos, con la pérdida de lo que otorgaba sentido y calor a nuestra existencia. Y luego existen los recuerdos colectivos, de hechos de los que tiene memoria toda la gente aunque sucedieran muy lejos, que pueden afectar inevitablemente al devenir del planeta.

Hace 20 años y en la misma fecha que hoy me encontraba en un hospital acompañando a un amigo devastado por el cáncer. Y como el tiempo se hace muy largo y angustioso en esas circunstancias atroces intentas leer o encender la televisión. Esta me alertó de que algo tan extraño como terrible estaba ocurriendo en Nueva York. Un aparato había chocado contra las Torres Gemelas. La información era difusa, nadie poseía datos ciertos. Y pasado un tiempo, apareció por una esquina del televisor un avión real, nada relacionado con los efectos especiales, que se estrellaba directo contra la segunda torre. Los locos estaban embistiendo por primera ver contra el corazón del Imperio, intentando destruir lugares que simbolizaban todo su poder. Estas osadas e imaginativas bestias realizaron la matanza de 3.000 inocentes. Y sabías que la respuesta a aquella barbarie la iban a pagar los de siempre, infinitos civiles en algunos lugares del universo. Y así fue. Masacraron a la población de Irak con el mentiroso e infame pretexto de que allí existían armas químicas.

Aquel 11-S había muchas televisiones encendidas en ese hospital. Pero no se oía ningún comentario. Normal. Como para preocuparse por el fin del mundo cuando el sufrimiento lo invade todo, cuando te estás muriendo.

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