El presidente pasa la barrera simbólica del inicio de su mandato con una serie de propuestas de reformas audaces, asumiendo grandes retos en un país en crisis
Algo puede sonar paradójico en estos primeros 100 días de Joe Biden en la Casa Blanca: el presidente de mayor edad en asumir el cargo impulsa una vorágine de cambios sorprendentes para este país.
Muchos esperaban que este político de 78 años, exponente de la vieja guardia demócrata, buscara “bajar la pelota al piso” como presidente luego del caótico y divisivo mandato de Donald Trump.
Después de todo, el propio Biden asumió llamando al país a la “unidad”, palabra que repitió ocho veces en su discurso de toma de posesión el 20 de enero.
Pero, en el centenar de días transcurridos desde entonces, Biden ha dejado claro que esa llamada estaba lejos de implicar que su gobierno fuera tibio o timorato.
Frente a un cúmulo de retos colosales, como una crisis sanitaria por la pandemia de covid-19, una crisis económica por el colapso de la actividad, una crisis política por la grieta entre partidos, una crisis social por las tensiones raciales y una crisis ecológica por el cambio climático, Biden plantea una serie de reformas audaces e inéditas en la historia moderna de este país.
Joan Hoff, una prominente historiadora que encabezó el Centro para el Estudio de la Presidencia de EE.UU., señala que hay que remontarse hasta el primer mandato de Franklin Roosevelt en 1933, cuando impulsó su New Deal contra la Gran Depresión, para encontrar algo “tan osado y abarcador” como la agenda de Biden.
“Hacia la izquierda”
Un común denominador de las reformas propuestas por Biden es que colocan al gobierno federal en el centro de la respuesta a los desafíos del país, ampliando su cometido en diversas áreas.
Los planes incluyen destinar billones de dólares a programas sociales de atención infantil, enseñanza preescolar o terciaria, mitigación del cambio climático y generación de trabajo mediante la construcción de infraestructura como carreteras, aeropuertos o acceso a agua potable.
Biden propuso financiar esos planes de “Empleo” y “Familias” con un costo de $4 billones de dólares con aumentos de impuestos a las corporaciones y al 1% más rico del país.
Esas iniciativas se añaden a un “Plan de Rescate” por $1.9 billones de dólares aprobado en marzo, con pagos directos a los estadounidenses y beneficios adicionales de desempleo ante la pandemia.
El mandatario defiende estas propuestas como parte de una lucha por la democracia.
“En nuestros primeros 100 días juntos, actuamos para restaurar la fe de la gente en que nuestra democracia cumple”, dijo Biden el miércoles, en su primer discurso presidencial ante el Congreso.
“Estamos vacunando a la nación, creando cientos de miles de puestos de trabajo”, continuó.
“Estamos brindando resultados reales, la gente puede verlos, sentirlos en sus propias vidas. Abriendo puertas de oportunidad. Garantizando algo más de equidad y justicia. Esa es la esencia de EE.UU. Esa es la democracia en acción”.
Biden mencionó allí a Roosevelt y su llamado a actuar, “en otra era en la que nuestra democracia fue puesta a prueba”, y aludió a una historia de “inversiones que sólo el gobierno estaba en condiciones de realizar” para impulsar el país.
Pero las iniciativas de Biden a nivel doméstico plantean, según expertos, un cambio en el consenso económico dominante en Washington, que ponía al mercado (y no al gobierno) como motor de la economía y distribuidor de la riqueza.
“Nunca vimos este tipo de sugerencias progresistas de ningún gobierno, republicano o demócrata”, señala Hoff. “Así, la política interna claramente se inclina consistentemente hacia la izquierda. Sin embargo, la política exterior aún está por verse”.
“El cambio es lo suficientemente grande como para describirlo como una ruptura con el neoliberalismo“, afirma J.W. Mason, miembro del Instituto Roosevelt, en una entrevista con BBC Mundo.
Una apuesta riesgosa
Impulsar semejante transformación es una apuesta riesgosa para cualquier presidente de este país, incluido Biden.
Desde el punto de vista económico, sus críticos señalan el peligro de que la expansión del gasto público aumente el déficit fiscal, la deuda pública y la inflación, o que los estímulos recalienten la economía.
De hecho, con más de 43% de la población vacunada al menos con una dosis contra la covid-19, una caída de la curva de contagios y un alivio de las restricciones, ya hay señales de un rebote económico fuerte en EE.UU.
El PIB se expandió 1.6% en el primer trimestre del año, y su aceleración respecto al final de 2020 proyecta una tasa de crecimiento anual de 6.4%.
Por otro lado, el Comité para un Presupuesto Federal Responsable, una organización no gubernamental no partidista, estima que sólo el plan de empleos con su mejoras en la infraestructura incrementaría en $900,000 millones de dólares el déficit en una década.
Cubrir su costo final con los impuestos previstos a las corporaciones tardaría 15 años y los déficit se reducirían a largo plazo.
En materia de clima, el presidente también mostró arrojo al prometer recortar hasta en un 52% las emisiones de dióxido de carbono al final de esta década respecto a los niveles de 2005.
Pero con la polarización actual de Washington, el mayor obstáculo para la agenda de Biden sigue siendo político.
Los republicanos se apresuraron en presentar los planes del presidente como demasiado orientados a la izquierda y dañinos para la economía.
“Nuestro futuro mejor no vendrá de esquemas de Washington o de sueños socialistas. Vendrá de ustedes, del pueblo estadounidense”, sostuvo el senador republicano Tim Scott en la respuesta al discurso de Biden el miércoles.
A contrarreloj
Un área que refleja a las claras las dificultades de Biden para avanzar con sus grandes planes es la migración.
Al asumir, el presidente propuso una amplia reforma que abra el camino a la ciudadanía a 11 millones de extranjeros indocumentados que viven en EE.UU. y reviva la noción de que este es un país de inmigrantes.
Sin embargo, un fuerte aumento del flujo de migrantes irregulares que intentan entrar a EE.UU. desde México ha creado presiones para el presidente: los republicanos lo acusan de provocar una crisis fronteriza y desde la izquierda le piden mejorar la acogida a los recién llegados.
En su discurso del miércoles, Biden volvió a pedir al Congreso que apruebe sus propuestas migratorias, que incluyen recursos para atacar problemas como la violencia y la corrupción en Guatemala, Honduras y El Salvador, desde donde proviene buena parte de los migrantes.
Pero, a la vez, sugirió un acuerdo menos ambicioso que cubra a miles de jóvenes indocumentados que llegaron a EE.UU. siendo niños (los llamados dreamers), a inmigrantes que poseen un Estatus de Protección Temporal y a trabajadores agrícolas.
“Si no les gusta mi plan, al menos aprobemos lo que todos estamos de acuerdo”, propuso el presidente al Congreso.
Algunos expertos anticipan que Biden podría lograr que se vote su plan de infraestructura, pero también tendrá dificultades para que los republicanos e incluso algunos demócratas conservadores en el Senado apoyen la expansión de la asistencia social.
Joshua Sandman, profesor de ciencia política en la Universidad de New Haven y experto en comportamiento presidencial, cree que hay apoyo popular para esos planes, pero piensa Biden corre a contrarreloj pese a tener índices de aprobación por encima de 50%.
“Es probable que los demócratas pierdan la Cámara de Representantes en (las elecciones de mitad de mandato de) 2022, y también pierdan el Senado”, dice Sandman a BBC Mundo.
A su juicio, no es a pesar de la edad sino debido a ella y su larga experiencia que Biden va con tanta prisa.
“Los años enseñan sabiduría”, señala. “Él no tiene mucho tiempo”.