Una delegación de ministros se ha reunido con él para pedirle que tire la toalla. El grupo parlamentario prepara una nueva moción de censura interna por si Johnson se aferra al cargo
Fiel hasta el final a su convicción de que las reglas que valen para los demás no valen para él, Boris Johnson ha ignorado este miércoles el clamor general de su partido y ha dejado claro que no piensa dimitir: tendrán que echarle de Downing Street, porque se siente legitimado por el mandato que logró en las elecciones generales de 2019, cuando logró una mayoría histórica.
Como respondió aquel personaje de la novela Fiesta, de Hemingway, el hundimiento de Johnson llegó “gradualmente, y luego de repente”. En las 24 horas más trágicas y vertiginosas de la carrera del político británico conservador más popular de las últimas décadas, la rabia acumulada contra él por muchos compañeros de partido se ha convertido finalmente en un aluvión de puñaladas en la espalda. Ya no es cuestión de saber si Johnson abandonará Downing Street, sino de cómo va a hacerlo. Y todo apunta que será a la fuerza.
Este miércoles, a media tarde, una delegación de ministros del Gobierno esperaba al primer ministro en Downing Street con un mensaje claro y rotundo: había llegado el momento de que hiciera lo correcto y dimitiera. Johnson regresaba de una larga jornada parlamentaria donde había sufrido el castigo y el escarnio de la oposición, pero también de muchos de sus propios diputados. En el grupo de emisarios estaban Chris Heaton-Harris, el jefe del grupo parlamentario conservador (con rango ministerial); Brandon Lewis, el ministro para Irlanda del Norte; Simon Hart, ministro para Gales; Grant Shapps, ministro de Transportes; y, sorprendentemente, Nadhim Zahawi, el hombre a quien Johnson había nombrado horas antes ministro de Economía —el puesto de Gobierno más importante después del de primer ministro— para intentar frenar el primer impacto de la hemorragia. Zahawi aceptaba el puesto —un fantástico trampolín político— pero se sumaba a los Idus de Marzo contra el primer ministro.
La puntilla final ha sido la incorporación al grupo de la ministra del Interior, Priti Patel, fiel hasta la extenuación a Johnson y aliada fundamental en el duro giro llevado a cabo por el Gobierno en la política migratoria del Reino Unido. También ella le pedía que abandonara.
A todos les ha respondido de modo desafiante que no piensa abandonar por la puerta de atrás, según informaban múltiples medios británicos. Debían elegir, les ha dicho Johnson, entre un verano dedicado a mejorar la delicada situación económica del país, o el caos de una moción de censura interna, y unas primarias a navajazos en el Partido Conservador. Simon Hart ha presentado su dimisión a última hora de la noche de este miércoles y todo sugiere que, en las próximas horas, nuevos ministros presentarán su renuncia para aumentar la presión.
En coordinación con la delegación de ministros que entregaba a Johnson el veredicto final, se había reunido la ejecutiva del Comité 1922. Este organismo, que reúne a los diputados conservadores que no ocupan ningún cargo en el Gobierno —más libres a la hora de hacer oír su voz— tiene la competencia para organizar una moción de censura interna contra el líder del Partido Conservador en el Gobierno, y para poner en marcha el proceso de primarias en caso de que la moción triunfe. Con las reglas actuales, no puede celebrarse una nueva moción antes de que pase un año de la anterior. Johnson superó el desafío a principios de junio, aunque 148 diputados —un 41% del grupo parlamentario conservador— exigieron su reemplazo. Un durísimo golpe del que, aun así, confiaba en recuperarse. Pero el Comité 1922, y su presidente, Graham Brady, ya eran conscientes este miércoles de que la suerte estaba echada, y de que era una amplia mayoría de tories los que querían que Johnson tirara la toalla. Aunque de momento han decidido no cambiar las reglas del juego, el lunes se elegirá nueva ejecutiva, y será esta, probablemente, la que cambie el procedimiento para acelerar la celebración de una nueva moción. Brady se sumaba poco después, en Downing Street, a la delegación de ministros para explicar personalmente a Johnson el fúnebre estado de ánimo dentro del Partido Conservador.
En el escalafón gubernamental británico, los llamados secretarios parlamentarios privados son aquellos diputados que actúan de enlace entre el Parlamento y un ministro. Son el rango último (llamados despectivamente bag carriers, los que le llevan el maletín al ministro), pero sus dimisiones añaden ruido y tensión a la crisis. En las últimas horas han dimitido muchos de ellos, junto con algunos enviados comerciales a países como Marruecos o Kenia, y asesores gubernamentales. En total, las dimisiones de conservadores que, de uno u otro modo, están a las órdenes del Gobierno, llegan a sumar más de cuarenta. El ex primer ministro conservador David Cameron no llegó a tener en seis años de mandato ese número de abandonos en cargos del Gobierno que Johnson ha provocado en apenas 24 horas.
Este miércoles, el primer ministro británico se ha enfrentado a una oposición laborista que reclamaba ya abiertamente nuevas elecciones y extendía sobre todo el Partido Conservador la sombra de la corrupción. Lo más relevante, sin embargo, era el grado de respaldo, de jaleo, de gritos de apoyo, en la bancada de los suyos. Salvo tres diputados conservadores que han pedido la palabra para criticar abiertamente a Johnson, el resto ha optado por un silencio revelador de su desánimo. “El trabajo de un primer ministro, en circunstancias difíciles, cuando ha recibido de las urnas un mandato colosal [en referencia a su amplia victoria de 2019] es seguir adelante, y eso es lo que voy a hacer”, ha dicho Johnson, para intentar dejar claro que no contempla una dimisión.
Pocas horas antes de su intervención en el Parlamento, el primer ministro tuvo que escuchar cómo Michael Gove, el ministro de Vivienda -pero, sobre todo, el político más astuto y hombre para todo del Gobierno-, le decía en una tensa reunión que “el juego había llegado a su fin” y le recomendaba que dimitiera. Segunda puñalada de Gove a Johnson. Cuando en 2016 ambos participaron en el referéndum del Brexit, y vencieron, Gove se comprometió a colaborar con Johnson en su aspiración a reemplazar al frente del Gobierno al primer ministro David Cameron, que acababa de presentar su dimisión. Horas antes de lanzar la campaña, Gove anunció públicamente que no consideraba a su amigo capacitado para el puesto, y anunció su propia candidatura. Poco después, Johnson se retiraba.
Al final del día, una vez quedaba claro que Johnson no pensaba dimitir, como le pedían sus ministros, ha comunicado a Gove que prescindía de sus servicios y le ha echado del Gobierno, según apuntaba la BBC.
Durante la sesión del Parlamento, el ya exministro Sajid Javid ha intervenido para explicar las razones personales de su dimisión. “Me temo que el botón de ‘resetear’ solo funciona unas pocas veces. Solo puedes apagar y encender la máquina un limitado número de veces hasta darte cuenta de que algo va mal. Tenemos el problema en la cúspide, y ha llegado el momento de decir basta”, ha asegurado Javid ante el silencio de sus compañeros y el rostro contrariado de Johnson, al que acusaba de haber mentido en numerosas ocasiones y faltado a la integridad debida. Ecos históricos del famoso discurso en la Cámara de los Comunes de Geoffrey Howe, el político leal a Margaret Thatcher que, con su abandono del Gobierno, clavó el último clavo en el ataúd de la Dama de Hierro. “Caminar por la cuerda floja que une la lealtad con la integridad ha acabado siendo misión imposible en los últimos meses, y yo nunca asumiré el riesgo de perder mi integridad”, aseguraba Javid en un discurso devastador escuchado en silencio por sus colegas conservadores.