En casi cuatro años, Bolsonaro ha formulado más de 6000 mentiras en sus discursos o intervenciones públicas. El debate entre ambos candidatos no hizo más que ponerlo en evidencia
En pocas horas se realizará la elección presidencial más importante de los últimos años. Brasil es el escenario de una disputa de modelos de futuro que se replica a nivel global. El debate presidencial que acaba de realizarse entre Lula y Jair Bolsonaro ha puesto en evidencia lo que está en juego.
Aunque muy probablemente Bolsonaro perderá la elección del próximo domingo, el bolsonarismo ha tenido una truculenta capacidad de hacer de la política un territorio de mentiras e insultos, de falsedades e infamias.
La campaña electoral, tanto en la primera, como especialmente en la segunda vuelta, ha estado capturada, casi exclusivamente, por una psicopática pulsión violenta a la agresión y a la difamación ejercida por el presidente Bolsonaro, que no ha hecho otra cosa que despolitizar el debate público, obligando a Lula a ejercer un titánico esfuerzo por mantener sus intervenciones en el plano de las propuestas, del plan de gobierno presentado y del modelo de país en juego.
La cuestión es especialmente relevante no solo para entender qué razones orientarán la decisión del electorado brasileño, sino también como una urgente señal de alerta para todas las fuerzas democráticas que enfrentan al avance avasallador de la extrema derecha en sus propios territorios.
No se trata solo de constatar que la mentira se ha instalado en la política. Nunca ha sido de otro modo. La política siempre ha estado contaminada de la falsedad, la distorsión de los hechos, las promesas falsas y las hipócritas e infundadas afirmaciones de políticos que se empecinan en construir sus discursos sobre la argucia y el engaño. Tampoco en la cada vez más sofisticada ingeniería de producción de fake news, ni en el uso de las redes sociales para amplificarlas hasta dimensiones hace poco desconocidas.
Se trata, más bien, de dos cuestiones que no dejan de ser perturbadoras.
¿Cómo enfrentar el debate público contra un oponente que solo afirma falsedades y propina agresiones violentas, racistas, xenófobas y machistas? ¿Cómo interpelar a un electorado que, en un porcentaje muy significativo, encuentra en la mentira y la difamación la respuesta más convincente a sus miedos, a sus fragilidades, su desencanto con la democracia, su rencor y resentimiento?
Lula comenzó el debate electoral sosteniendo que, como han demostrado mediciones recientes, en casi cuatro años de gobierno, Bolsonaro ha formulado 6.498 mentiras en sus discursos o intervenciones públicas, o sea, cinco por día. Los 90 minutos que duró el intercambio entre ambos candidatos no hizo más que poner en evidencia que Bolsonaro, lejos de ser un incompetente autoritario, sabía perfectamente bien que su audiencia lo que buscaba era el escarnio, el insulto y la burla de todo lo que representaron las conquistas y las transformaciones políticas, económicas y sociales de los gobiernos del Partido de los Trabajadores, así como su vínculo con la corrupción y su subordinación a las ideologías que destruyen la familia, la propiedad privada, el derecho a portar armas, la ideología de género y la adhesión a Cuba, Venezuela o Argentina.
En pocas horas sabremos el número de mentiras, calumnias e ignominias que Bolsonaro utilizó para sustentar su violencia discursiva. Como siempre, el discurso de odio del presidente brasileño se multiplica en la enorme proyección que tienen los pastores evangélicos que actúan en las redes sociales con más de 100 millones de seguidores y un gran poder alcance en las clases populares y los sectores medios. Bolsonaro y sus estrategas de campaña saben que las mentiras circulan más rápido que las propuestas. Un estudio reciente ha mostrado que, en Brasil, entre los 10 contenidos más virales en las redes sociales, 6 suelen ser informaciones falsas que alcanzan una interacción, un 30% superior a las noticias o informaciones verdaderas.
Esa fue su estrategia y a ella se dedicó con disciplina militar.
Por su parte, el expresidente Lula mantuvo la postura firme y decidida de hacer del debate un intercambio de ideas y propuestas. Expuso las conquistas de su gobierno y del Gobierno de Dilma Rousseff, trató en vano de conducir a su adversario a la confrontación de ideas, mantuvo la calma frente a las persistentes derivas autoritarias de Bolsonaro y eludió, casi totalmente, la invitación a caer en la respuesta difamatoria e injuriosa.
El contrapunto fue abrumador: a cada mentira formulada por un desbocado y, por momentos, aturdido Bolsonaro, Lula respondió con un inventario de ideas, promesas y compromisos de gobierno que expusieron que, entre ambos, hay un abismo mucho más amplio que el que se deriva de una trivial cuestión de estilos discursivos. Se trata más bien de la distancia que separa la democracia de la barbarie.
Esto es lo que está en juego en las elecciones del próximo domingo. Una elección en cuyo espejo se refleja el futuro de la política a nivel global.
El pueblo brasileño decidirá qué futuro prefiere. Como sea, más allá de estas elecciones, la lucha contra las fuerzas de extrema derecha que degradan nuestras democracias será mucho más larga y nos obligará a tomar nota de las enormes dificultades que enfrentarán nuestras naciones para hacer de la política un proyecto de transformación y emancipación que permita mejorar la vida de la gente.