El presidente ha pulverizado a la oposición en las elecciones y cuenta con todo el apoyo para implantar sus políticas
Nayib Bukele ha vivido unas horas apoteósicas. El presidente de El Salvador se dio este domingo un baño de multitudes en el balcón presidencial tras la victoria aplastante que ha obtenido en las elecciones y se ha pasado las siguientes horas compartiendo en las redes sociales los mensajes de felicitación que le llegan de todos los rincones del mundo. Bukele, de 42 años, se ha convertido en un fenómeno global por haber desactivado a las pandillas y transmitirlo en vivo por Twitter, Instagram, Facebook y Tik Tok. Eso le ha valido el sobrenombre del presidente milenial, una imagen que le gusta cultivar. Nadie imaginaba hace cinco años, cuando ganó las elecciones por primera vez, que se convertiría en un presidente todopoderoso que gobernaría bajo un régimen de excepción, una medida radical de la que se ha valido para sacar el ejército a las calles, llenar las cárceles de jóvenes con tatuajes y pacificar los barrios que durante décadas habían estado en manos de las maras. Ahora ha vuelto a revalidar su mandato hasta 2029 aplastando a la oposición, que ha quedado reducida a cenizas. El poder tiene seis letras: Bukele.
La verdad es que vivió una noche electoral plácida, sin ninguna emoción. Las encuestas le daban una mayoría abrumadora y así ocurrió. Levantó algunas suspicacias al anunciar los resultados antes de que lo hiciera el Tribunal Supremo Electoral, pero cuando comenzó el conteo de papeletas se corroboró que El Salvador se ha echado en sus manos. Con el 70% escrutado este lunes, había recibido 1,6 millones de votos, ocho veces más que los dos partidos siguientes, FMLN —la izquierda clásica— y Arena —la derecha de toda la vida—. Con la misma contundencia, su partido, Nuevas Ideas, venció en la Asamblea Legislativa, donde se pronostica que contará con 58 de los 60 diputados. Bukele dijo que era la primera vez que se instauraba la figura de “partido único en una democracia”.
Si estas elecciones eran un plebiscito sobre sus políticas, lo ha ganado de sobra. Ya ha anunciado que continuará con el régimen de excepción dados los buenos resultados que ha arrojado, a pesar de las críticas de las organizaciones de derechos humanos, que consideran que se han producido muchas detenciones arbitrarias, y algunas instituciones internacionales que han mostrado preocupación por lo que consideran una deriva autocrática. Llegados a este punto, muchos se preguntan cuáles serán sus próximos pasos. En la legislatura anterior se enfrentó a una Asamblea que estaba en manos de la oposición y llegó a entrar en ella con las Fuerzas Armadas y una multitud que le esperaba enfervorecida en la puerta. Las imágenes eran impactantes. Ocupó el puesto del presidente de la Asamblea y dijo: “Ahora creo que está muy claro quién tiene el control de la situación”. Después cerró los ojos y se cubrió el rostro con las manos. Y oró.
Después de unas legislativas tomó el control de la cámara, a mediados de su periodo presidencial. Sacó a los miembros de la Sala Constitucional y colocó juristas afines, y destituyó al fiscal general anterior. El camino estaba despejado. Instauró el régimen de excepción, que ha sido renovado en 24 ocasiones. Bukele, sin embargo, no ha logrado reducir la pobreza y los indicadores económicos no son muy halagüeños. Él lo achaca a que el país está saliendo de un shock y que la reducción de la violencia viene acompañada de un bajón de las extorsiones y otros negocios ilegales que impactaban al alza en el PIB del país. Los analistas vislumbran que reflotar el tejido laboral será uno de sus principales cometidos. La seguridad que impera ahora puede mejorar el turismo, atraer inversiones internacionales y a inmigrantes que históricamente han vivido en los Estados Unidos.
Un buen número de mandatarios internacionales han felicitado al ganador. Algunos lo han hecho con segundas intenciones. El secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, le felicitó también, pero al mismo tiempo, en algo que no parece casual, añadió que espera que se siga dando prioridad “a la buena gobernanza, la prosperidad económica inclusiva, las garantías de un juicio justo y los derechos humanos”. Bukele mantiene una relación ambigua con Washington. Ha respondido airado a los comentarios que le llegan desde allí por su supuesta deriva autoritaria y se ha acercado a China, que ha financiado la construcción de una Biblioteca Nacional espectacular, con aire modernista, iluminada de noche en el horizonte de San Salvador. El presidente defiende que las políticas de Estados Unidos y Europa que se han querido implantar para reducir años atrás la violencia han resultado un fracaso y solo han hecho crecer el crimen organizado. Aquí, suele repetir, no mandan las ONG, ni los medios de comunicación, ni instituciones extranjeras. Se congratula por haber tomado el timón aplicando “una receta salvadoreña”.
No ha sido otra que desarticular las bandas por completo, o al menos reducirlas al mínimo con una ola de detenciones masivas. Muchos han sido recluidos en el Cecot, una cárcel levantada de cero para albergar a supuestos terroristas, en la que aparecen sometidos, y en aparentes buenas condiciones de higiene, mareros de las dos bandas principales, la Mara Salvatrucha y Barrio 18. Mezclados unos con otros, lo que antes era una utopía. Guarda un aire a los penales estadounidenses. Estos días han accedido a ellas youtubers cercanos al bukelismo y han mostrado a reclusos en silencio, rapados al cero, quietos en sus celdas como aves en una rama. Esos vídeos los retratan haciendo gimnasia y recibiendo terapia de lo que parece ser un psicólogo o un pastor. Cuando los mueven llevas grilletes en las manos y los pies. Los salvadoreños han respirado aliviados por verlos sometidos y no en las calles imponiendo el terror. Reconocen, muchos de ellos, que se han incumplido las garantías judiciales para unos cuantos, que hay detenidos inocentes, pero les parece que el beneficio ha sido mayor que el costo. Esa visión de las cosas impera incluso entre familiares que tienen reos ahí dentro y con los que a duras penas han logrado contactar. El efecto Bukele lo absorbido todo. Su poder, a día de hoy, es inmenso. Nace la era del partido único y el líder único en El Salvador.