Karishma Vaswani
China afirma que sus políticas para reducir la creciente desigualdad en el reparto de la riqueza son justo lo que necesita en este momento de su desarrollo económico, pero los críticos aseguran que traen consigo un mayor control sobre las empresas y la sociedad en general.
Y, mientras esta búsqueda de la “prosperidad común” se centra exclusivamente en los habitantes de China, podría tener hondas repercusiones en todo el mundo.
Una de las consecuencias de la política de la “prosperidad común” ha sido que las compañías chinas han vuelto a priorizar el mercado nacional.
El gigante tecnológico Alibaba, que en los últimos años ha elevado su perfil global, acaba de comprometer US$15.500 millones en proyectos relacionados con la “prosperidad común” en China y establecer un grupo de trabajo, liderado por Daniel Zhang, su máximo responsable.
La compañía mantiene que es una de las beneficiadas por el progreso económico del país y que “si a la sociedad le va bien, y a la economía le va bien, entonces a Alibaba le va bien”.
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Su rival, el gigante tecnológico Tencent, también se ha apuntado a la causa y ha prometido aportar US$7.750 millones.
El tejido corporativo chino está deseoso de mostrar su compromiso con los dictados del Partido Comunista Chino (PCCh), pero cuando comenzó el impulso para que las compañías se adhirieran a la nueva visión del presidente Xi Jinping produjo “un cierto shock”, como me dijo en privado un representante de una de las principales empresas chinas.
“Pero luego nos habituamos a la idea. No se trata de robarles a los ricos. Se trata de reestructurar la sociedad y construir una clase media. Al fin y al cabo, somos negocios basados en el consumo, o sea que es bueno para nosotros”.
El sector del lujo podría salir perjudicado
Si la “prosperidad común” implica prestar más atención a la emergente clase media china, podría suponer un “boom” para las empresas que sirven a estos consumidores.
“Vemos que la idea de priorizar que los jóvenes consigan trabajo es buena”, asegura Joerg Wuttke, presidente de la Cámara de Comercio de la Unión Europea en China.
“Si se sienten parte de la movilidad social en el país, que se había venido resintiendo, es bueno para nosotros. Porque cuando crece la clase media hay más oportunidades”.
Sin embargo, a los negocios vinculados al sector del lujo quizá no les vaya tan bien, advierte Wuttke.
“El gasto chino representa alrededor de un 50% del consumo global de lujo, y si los ricos de China deciden comprar menos relojes suizos, corbatas italianas o autos europeos de alta gama, el sector va a sufrir un golpe”.
Pero, si bien reconoce que la economía china necesita reformas críticas para aumentar lo que gana un chino promedio, Wuttke asegura que la “prosperidad común” quizá no sea la mejor manera de lograr ese objetivo.
Steven Lynch, de la Cámara de Comercio de Reino Unido en China, tampoco cree que este plan sea una garantía de que la clase media va a crecer de la misma manera que lo ha hecho en los últimos 40 años.
A Lynch le gusta contar una historia sobre cuánto ha crecido la economía china en las últimas décadas.
“Hace 30 años, una familia china podía tener un bol de tallarines una vez al mes. Hace 20 años, posiblemente una vez a la semana. Hace diez años, empezaron a poder comer tallarines a diario. Ahora, también pueden comprarse un auto”, me cuenta por teléfono desde Pekín.
Pero Lynch señala que el plan de la prosperidad común no ha dado por ahora ningún resultado concreto, mas allá de los esfuerzos adoptados por Alibaba y Tencent.
“Hay un montón de regulaciones instantáneas que surgieron en muchos sectores”, afirma, refiriéndose a las recientes medidas del gobierno chino para controlar a las compañías tecnológicas. “Eso provoca incertidumbres y plantea preguntas: si vuelven la mirada hacia dentro, ¿entonces realmente necesitan al resto del mundo?”.
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El nuevo socialismo
En esencia, la prosperidad común busca una sociedad china más equitativa, al menos eso dice el Partido Comunista. Y eso podría transformar el significado del socialismo en el contexto global.
“China quiere evitar la sociedad polarizada que tienen algunos países occidentales y hemos visto que llevan a la desglobalización y a la nacionalización”.
Pero los expertos sostienen que si el Partido busca transformar el socialismo chino en un modelo alternativo para el resto, entonces la prosperidad común no es la manera.
“Es parte del bandazo hacia la izquierda y hacia un mayor control que ha caracterizado el periodo de Xi Jinping”, sostiene George Magnus, investigador en el Centro China de la Universidad de Oxford.
Para Magnus, la prosperidad común no significa replicar un modelo de bienestar social al estilo europeo.
“La presión implícita es para cumplir con los objetivos del Partido”, dice. “Habrá impuestos en los ingresos altos y ‘no razonables’ y presión para que las firmas privadas hagan donaciones para lograr los objetivos económicos del PCCh, pero no un gran movimiento hacia una fiscalidad progresiva”.
Una China utópica
Ha quedado claro que la prosperidad común será uno de los ejes en torno a los que pivotará el gobierno del Estado y la sociedad en China. bajo el mando de Xi.
Con ella llega la promesa de una sociedad más igualitaria y una clase media mayor y con más riqueza, así como compañías que reinvierten parte de sus ganancias.
Será una especie de China utópica de la que el PCCh espera que se muestre como un modelo alternativo viable frente a lo que Occidente ofrece al mundo.
Pero tiene otra vertiente, más control en manos del Partido.
China siempre ha sido un entorno difícil para las compañías extranjeras.
La prosperidad común significa que la segunda mayor economía del mundo se ha vuelto un espacio aún más difícil de navegar.