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Cuba por la recuperación, como un ciclón de voluntades

Pinar del Río recibió la furia de los vientos del huracán Ian, y es el territorio cubano más afectado. Foto: Tele Pinar

Ensañado con la cola de este caimán caribeño, el huracán Ian tocó suelo con categoría tres, y consigo se llevó techos, ventanales, casas enteras, tendidos eléctricos, torres de iluminación en estadios, carros, árboles con más años que los que vivirán quienes podrán llevar en su memoria este desastre.

La lluvia y el viento demoraron el azote. Los ruidos estremecían hogares enteros, había incertidumbre por no saber qué panorama se dibujaría al amanecer, los relojes detenidos mientras el agua corría. Fue la realidad que vivió el occidente cubano el 27 de septiembre.

La noche más larga de Pinar del Río, Artemisa y la Isla de la Juventud no ha terminado: contabilizar los daños no será tarea de un abrir y cerrar de ojos, como tampoco lo será recuperar los bienes materiales perdidos. Sin embargo, sobreponerse a este tipo de evento no es novedad, pues ya lo han hecho antes con otros eventos destructores.

Aun cuando la lluvia persistía en su empeño de ver llorar a la provincia vueltabajera, y la conciencia llamara a mantenerse a buen recaudo, la autopista nacional vio transitar manos amigas hacia ese y los demás territorios afectados.

Brigadas de electricistas, linieros, técnicos de operaciones, grupos logísticos, carros de servicio, llegaban uno tras otro desde Camagüey, Granma, Holguín, Ciego de Ávila, Sancti Spíritus, Villa Clara, Cienfuegos, de varios rincones de esta nación que conoce de sobra la solidaridad.

Díaz-Canel, con la certeza de que la recuperación será retadora, pero posible, llegó hasta la más occidental provincia para evaluar los daños, escuchar a la población que salió a su encuentro.

«No nos queda más remedio que poner el pecho e irnos por encima de la adversidad», aseguró.

No hay consuelo para las víctimas de Ian. Por más experiencia que se tenga, una tormenta tropical, un ciclón, un fenómeno natural catastrófico nunca nos deja indiferentes.

Para el dolor de perder vidas en un huracán, de ver sin ventanas la escuelita primaria donde estudiamos, deshecho el parque donde dimos el primer beso, reducida a escombros la bodega, en el suelo el árbol que nos cobijó en tormentas leves, crecido y violento el río que mansamente nos acogió en tardes veraniegas, no hay cura más efectiva que el abrazo protector de aquellos que de buena fe ayudarán a curar las heridas.

Cuba no se detiene. Inquieta dirige sus fuerzas a sobreponerse y, sin perder un segundo, se vuelca con gallardía en la tarea descomunal de despejar caminos, reconstruir vías y edificaciones de todo tipo, reponerse, crecer ante este desafío enorme. Toda una nación tiene su fe, sus manos, su voluntad en su occidente.

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