El líder de la oposición acudió al enlace en la isla de Sylt a los mandos de su propio avión privado
El enlace entre el ministro de Finanzas, el liberal Christian Lindner, y la presentadora de televisión Franca Lehfeldt ha sido “la boda del año” en Alemania, en palabras de la revista del corazón Bunte. Pero la celebración no solo ha llenado de bonitas fotos de la exclusiva isla de Sylt las páginas de las publicaciones dedicadas al cotilleo; también ha generado una intensa polémica sobre el momento, los gastos y el contraste con los esfuerzos que el Gobierno alemán está pidiendo a sus ciudadanos en tiempos de crisis energética.
Una de las imágenes más perturbadoras la protagonizó Friedrich Merz, el líder de la oposición, que llegó a la isla a los mandos de su propio avión privado junto con su mujer, Charlotte Merz. Sylt es la mayor de las islas alemanas del mar del Norte, conocida porque acoge todos los veranos a un buen número de ricos y famosos en sus lujosos hoteles y restaurantes. Llegar a la isla ni siquiera requiere el esfuerzo de tomar un ferri: está conectada al continente por una línea férrea que también transporta vehículos.
La estampa no va a ayudar a que Merz se libre de la imagen de millonario alejado de los problemas reales de los alemanes que arrastra desde que amasó su fortuna trabajando en varios consejos de administración durante su retirada temporal de la política. Desde su vuelta, en 2018, los millones de su cuenta corriente son un tema habitual en las tertulias. Este sábado, tras aparecer las imágenes de su aeronave, las redes sociales recordaban una de sus frases más controvertidas, cuando se negó a reconocer que forma parte de la élite: “Considero que pertenezco a la clase media-alta de Alemania”, dijo sin atisbo de ironía durante una entrevista.
La boda de Lindner, de 43 años, y Lehfeldt, de 33, se celebra cuando las autoridades alemanas están urgiendo a los ciudadanos a reducir su consumo energético de cara a un posible racionamiento del gas el próximo invierno. La invasión rusa de Ucrania ha provocado el aumento del precio de la energía, que a su vez ha arrastrado la inflación hasta niveles desconocidos desde la reunificación. La cesta de la compra se ha encarecido y preocupa cómo va a afectar al coste de la vida el futuro traslado del coste del gas —hasta ahora no ha sido muy evidente porque la mayoría de contratos son a largo plazo— a las facturas de las familias.
Aunque el enlace es una fiesta privada, hace semanas que se ha convertido en un asunto político en Alemania. Además de que Lindner es miembro del Gobierno que lidera el socialdemócrata Olaf Scholz, muchos de los invitados son también altos cargos (ministros, secretarios de Estado…), empezando por el propio canciller. El elevado gasto público en la seguridad de las personalidades reunidas en Sylt es una de las cosas que más ha molestado. Muchos alemanes se han sumado a las críticas de la popular cómica Ilka Bessin, que abrió el debate al preguntar por qué debían financiar los contribuyentes la seguridad de la fiesta privada del ministro, o de políticos de la formación de izquierdas Die Linke.
También se está escuchando el contraargumento de que muchos de los invitados tienen igualmente protección las 24 horas del día, estén donde estén, por lo que el gasto extra de la seguridad de Sylt no es tan elevado como puede parecer al ver las fotos de las hileras de furgonetas policiales en la isla. Las protestas en el lugar han sido anecdóticas. Un grupo de unos 35 punkis intentó abuchear a los asistentes, pero se equivocaron de hotel y acamparon frente al que no era, ha relatado la prensa local.
La pareja “ha establecido un nuevo e irritante estándar híbrido con su celebración”, asegura el semanario Der Spiegel en un artículo publicado este domingo. Por un lado, organizan una fiesta como si fueran celebridades, pero con medidas de seguridad proporcionadas por el erario público. A algo así, critica la publicación, no se le puede definir como “privado”.
La boda ha tenido entretenidos a los alemanes varios días. El jueves los novios se casaron en una ceremonia civil en el museo de Sylt. El viernes fue el turno de la despedida de solteros. Y finalmente el sábado fue la boda religiosa en la iglesia de Keitum, seguida de un cóctel y de la cena en uno de los restaurantes más famosos de la isla, el Sansibar.
Esta última ceremonia también ha provocado críticas porque ambos contrayentes se dieron de baja de sus respectivas confesiones —católica Lindner, evangélica Lehfeldt— hace muchos años. Teóricamente, eso les impediría casarse ahora por la Iglesia. ¿Con la ayuda de Dios, pero sin el impuesto eclesiástico?, titulaba el Frankfurter Allgemeine esta semana. En Alemania, ser miembro activo de una confesión equivale a pagar un impuesto que recauda el propio Estado reteniéndolo del salario mensual. “Si la boda por la Iglesia en la idílica Sylt está abierta a todo el mundo, algunos feligreses podrían preguntarse qué hacen pagando impuestos cada mes”, apunta el diario.