Debemos reconocer la resiliencia de las negritudes en Latinoamérica que han perseverado en salvaguardar tradiciones ancestrales para el cuidado de la naturaleza
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La sostenibilidad es una discusión que hay que comenzar a abordar de manera más aguda. Hay que entender cuáles son las razones por la que países enteros siguen negando fenómenos como el calentamiento global y ver de dónde vienen los esfuerzos colectivos por preservar el bienestar del Planeta. Cuando hablamos de desarrollo sostenible, a veces dejamos de lado una conversación esencial que tiene consecuencias relevantes y continuas en nuestras sociedades: la sobreexplotación y el extractivismo de los recursos naturales son dinámicas heredadas del colonialismo y perfeccionadas por el capitalismo tardío. En contraste a estos modelos de consumo exacerbado, las comunidades negras e indígenas han mantenido vivas técnicas milenarias de cuidado ambiental. Las discusiones ecológicas sobre los derechos de la naturaleza pueden estar muy mediadas por un cientificismo occidental que olvida hacer un recuento sobre cómo las comunidades afro y de pueblos originarios han buscado desde siempre mantener un equilibrio con la naturaleza. El Sur Global, donde viven muchas de estas comunidades, sigue dando la pelea por mantener dicho equilibrio, ahora más que nunca.
En el Pacífico colombiano se puede ver este deseo de preservación, está búsqueda por el mutualismo que hace parte de los saberes ancestrales de las comunidades afrodiaspóricas. Colombia es el país con el mayor número de colibríes del mundo (estas aves son polinizadoras), uno de los países con territorio amazónico (pulmón de la Tierra) y el hogar de ballenas jorobadas de mayo a diciembre donde vienen a cumplir su ciclo de apareamiento, gracias a la temperatura de las aguas del Pacífico. Las ballenas jorobadas mantienen los ecosistemas marinos, puesto que los fertilizan. Estos son apenas algunos casos de los miles que existen en este territorio tan diverso biológicamente con un impacto global en la preservación del medio ambiente. Por esto es tan significativo ver lo que esta región puede enseñarle al mundo sobre cuidado de los territorios y, a su vez, sobre el cuidado de las personas que en éstos viven.
Muntú Bantú, el centro de memoria afrodiaspórica de Colombia, hace un llamado a tener más conversaciones que relacionen la historia de los pueblos negros con la escucha activa del entorno, entendiendo de tal manera la importancia de mantener la armonía con la naturaleza para así atender las urgencias ambientales que ahora mismo nos interpelan. Debemos reconocer la resiliencia de las negritudes en Latinoamérica que han perseverado en salvaguardar tradiciones ancestrales para el cuidado de la naturaleza.
Por esto, saberes como los tecnoambientales son también un registro en sí mismos de las luchas de las comunidades afrodiaspóricas. Volvamos al momento donde se dio la trata transatlántica de personas esclavizadas: las personas esclavizadas fueron forzadas a viajar largas distancias para llegar al continente americano; esos viajes no estuvieron desprovistos de conocimiento, pues los africanos se caracterizaron por poseer entre sí muchas formas de experticia como saberes sobre plantas, tanto medicinales como alimentarias. Según el director académico y maestro de Historia Sergio Antonio Mosquera, existen lugares en el Chocó llamados azoteas, donde se cultivan diferentes tipos de plantas, que en sus propias palabras son “como farmacias vivientes”.
Durante la crisis global que suscitó la covid-19, muchas comunidades negras empobrecidas tuvieron que recurrir a sus propios recursos para atender a las personas contagiadas. La crisis que trajo consigo la pandemia no fue solo sanitaria, fue también una ventana para ver la deficiencia en los sistemas de salud del Sur Global tan atravesados por la corrupción y la negligencia estatal. Las comunidades afrocolombianas no fueron ajenas a este olvido. Gracias a saberes heredados de recursos afrodiaspóricos como el de las farmacias vivientes, muchas personas lograron sobrellevar los síntomas de la covid-19, incluso vencerlo. Es innegable que el centralismo gubernamental es un problema real para las personas que viven en la llamada periferia. Durante el pico de la pandemia fue evidente también la falta de alimentos y otros recursos.
Los saberes tecnoambientales en el Chocó desarrollados en las azoteas apuntan a la soberanía alimentaria, pero la soberanía alimentaria en el Pacífico colombiano no solo hace referencia a técnicas agrarias amigables con la tierra. Para llevar a cabo estas tradiciones, es necesario escuchar al territorio en su totalidad. Sergio Antonio Mosquera y María Fernanda Parra, gerente general de Muntú Bantú, mantienen un espacio en el centro afrodiaspórico exclusivamente para hablar sobre el impacto que tiene la naturaleza en las vidas humanas y viceversa. Para ellos, es de vital importancia respetar los ciclos de cultivo en su región, pues son los que determinan qué actividades económicas realizan las personas y no al revés.
“Hay unas ciertas épocas del año en que viene la cosecha del pescado. En las subiendas (como se llama en Colombia a las épocas donde los peces remonta el río), la gente baja de donde están sus cultivos y hace ranchos a la orilla de los ríos donde se dedican a pescar. Mientras tanto, la siembra de maíz, de plátano, y de cacao va creciendo; cuando pasa la subienda, entonces ya la gente se dedica a las actividades agrícolas, pero si las actividades agrícolas todavía no están en su mejor momento, también se dedican a las actividades mineras. Esas tecnologías tradicionales son compatibles con el medio ambiente, porque no lo deterioran y generan una sustentabilidad”.
Las actividades económicas cambian con lo que ofrece el territorio. Así, María Fernanda Parra cuenta que en las plazas de mercado de Quibdó se pueden encontrar mujeres en la época de subienda que se dedican a vender pescado, pues es lo que más da en el momento; sin embargo, en otras ocasiones pueden estar vendiendo chontaduro o plátano. Teniendo en cuenta que la sobreproducción es uno de los peligros inminentes que debemos combatir para evitar el incremento de la crisis ecológica, este tipo de dinámicas tradicionales son pruebas infalibles de que el daño al medio ambiente no requiere de conversaciones únicamente guiadas por las ciencias naturales; tenemos que ver que también hay un elemento social detrás de la manera en que la economía mundial se sigue moviendo. El factor humano es fundamental a la hora de detener el calentamiento global, así como entender la historia detrás del conocimiento ancestral, que en ocasiones es menospreciado por la Ciencia con mayúscula. En realidad, como vemos gracias a esfuerzos como el que se hace en Muntú Bantú, estos saberes son la clave para salvar el Planeta y mantener a las personas con bienestar de forma simultánea.