El presidente de Estados Unidos recibe en la Casa Blanca a su homólogo de Colombia, descolocado por el giro en la política estadounidense hacia Venezuela
Iván Duque se ha empeñado en limar asperezas con la Casa Blanca. El presidente de Colombia, a un semestre de entregar el poder, por fin tiene este jueves una audiencia con Joe Biden en Estados Unidos, un gesto que debería terminar de cerrar de una vez por todas las heridas entre dos estrechos aliados en el ocaso de su administración. Pero la esperada foto entre los dos mandatarios ha perdido lustre, pues se produce justamente cuando Washington acaba de iniciar un inesperado acercamiento con el Gobierno chavista de Venezuela que deja a contrapié a Bogotá.
El incipiente deshielo entre Washington y Caracas se produce en medio del fragor de la invasión de Rusia a Ucrania, con el veto estadounidense a la producción petrolera rusa como telón de fondo, y también ha descolocado a la propia oposición venezolana. La reunión largamente esperada entre Biden y Duque —un entusiasta defensor de la OTAN—, se da “en un momento desafiante para la humanidad”, según la Casa de Nariño. En un comunicado, en el que no menciona las relaciones con Venezuela, dice que en el encuentro los mandatarios tratarán temas como la defensa de la democracia, la lucha contra el narcotráfico, la crisis migratoria, el cambio climático, la transición energética y la reactivación económica. Duque no reconoce al Gobierno de Nicolás Maduro, al que considera un dictador y acusa de dar cobijo en su territorio a la guerrilla del ELN y las disidencias de las FARC que se apartaron del proceso de paz.
Varios funcionarios colombianos han ventilado sus reparos. “Si acabas de prohibir el petróleo del que llaman dictador ruso, es difícil explicar por qué le vas a comprar petróleo al dictador venezolano”, le dijo al Financial Times el ministro de Minas y Energía, Diego Mesa, en el marco de una conferencia anual sobre energía en Houston, en la que también participó esta semana Duque. Incluso la vicepresidenta y canciller, Marta Lucía Ramírez, que hace parte de la delegación colombiana, ha insinuado que pedirá explicaciones a Estados Unidos. El exvicepresidente Francisco Santos, quien fue embajador en Estados Unidos, fue un paso más allá al considerar el acercamiento una “bofetada” a Duque.
Los opositores del mandatario colombiano no tardaron en considerar que las nuevas circunstancias evidencian el fracaso de su política exterior. “El Gobierno sacrificó las relaciones con Venezuela por ideología y protagonismo. Hoy, Estados Unidos negocia con nuestros vecinos y nos deja una lección: las relaciones exteriores se rigen por los intereses de los Estados, no por las apuestas de los políticos de turno”, dijo el exnegociador de paz Humberto de la Calle, que aspira al Senado. “El próximo Gobierno debe regresar a una política exterior pragmática que priorice a Colombia por encima de las ideologías”. La reapertura del flujo fronterizo y el restablecimiento de algún tipo de relaciones con Venezuela, rotas por completo desde 2019, es un clamor en las poblaciones a lo largo de una porosa línea limítrofe de más de 2.200 kilómetros, y la mayoría de los precandidatos presidenciales que buscan relevar a Duque se han mostrado a favor de ese cambio.
“El acercamiento deja mal parado al Gobierno de Duque, esencialmente porque si en algo ha sido inamovible ha sido en sus posiciones frente a Maduro y Venezuela”, valora Arlene Tickner, profesora de relaciones internacionales de la Universidad del Rosario, en Bogotá. Señala que la obsesión de Duque de lograr un encuentro en la Casa Blanca “corresponde más a una necesidad personal que nacional”, en momentos en que se prepara para dejar el poder. Algunas de las reacciones de funcionarios colombianos, concluye, “denotan un sentimiento de infidelidad y de traición que es muy diciente de la fantasía que se ha construido aquí en torno al carácter especial que tiene Colombia para Estados Unidos”.
Biden tiene una extensa historia con Colombia. El presidente demócrata suele referirse al país andino como “la piedra angular” de la política exterior de Washington en Latinoamérica; como congresista por Delaware fue uno de los grandes promotores la alianza antinarcóticos y contrainsurgente articulada en torno al Plan Colombia a comienzos de este siglo; y como vicepresidente de Barack Obama respaldó el acuerdo de paz con la extinta guerrilla de las FARC durante el Gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018), que Duque ha vacilado en implementar con decisión.
Nada de eso evitó las tensiones con el Gobierno de Duque, que se remontan a la propia campaña que llevó al demócrata al poder, a finales de 2020. En las elecciones estadounidenses, el indisimulado apoyo a la reelección del republicano Donald Trump del Centro Democrático, el partido de Gobierno fundado por el expresidente Álvaro Uribe, en especial en el crucial Estado de Florida, irritó a muchos líderes demócratas. El costo de esa injerencia ha planeado desde entonces sobre la diplomacia colombiana, y agrietó el tradicional apoyo bipartidista que solía cosechar en Washington.
Aunque el presidente colombiano fue uno de los primeros en reconocer la victoria de Biden, antes había sido un íntimo socio de Trump, con una evidente sintonía con respecto a la crisis de la vecina Venezuela y el “cerco diplomático” contra el régimen de Maduro. En tiempos más recientes, Duque ha sido enfático en que Colombia no reconocerá a la “dictadura” mientras él sea presidente, y en su lugar mantiene su apoyo irrestricto a Juan Guaidó, lo que ha provocado acalorados debates sobre la eficacia y el pragmatismo de la diplomacia colombiana.
“Biden puede estar mirando hacia adelante, pero Duque está atrapado en su decisión de haber reconocido a Guaidó y no ha podido moverse hacia adelante. Es un Gobierno que está tratando de garantizarse influencia después de que se acabe, pero le va a costar mucho trabajo”, apunta el analista Sergio Guzmán, director de la consultora Colombia Risk Analysis. “Duque ha hecho de apoyar a Guaidó un punto de honor, no veo que eso vaya a cambiar”.
En la recta final de su periodo, el colombiano ha dado prioridad a recomponer las relaciones con Estados Unidos, al punto de alinear su agenda con la Casa Blanca de Biden al poner el foco en temas de migración –Colombia es el principal destino de la diáspora venezolana– y cambio climático, en lugar de seguridad y lucha contra el narcotráfico. Los dos mandatarios han sostenido una conversación telefónica y coincidieron en noviembre en una de las reuniones de la cumbre climática de Glasgow. Pero solo hasta ahora han concretado una reunión eclipsada por el pulso de superpotencias entre Washington y Moscú.