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El dilema alemán: ¿puede un líder ‘normal’ guiar a Europa en tiempos extraordinarios?

Las recientes elecciones en Alemania han vuelto a poner de manifiesto una de las grandes paradojas de este país: su anhelo de estabilidad en un mundo en constante cambio. A pesar de su historia, marcada por transformaciones profundas, Alemania ha optado una vez más por la estabilidad y lo conocido.

El dilema alemán: ¿puede un líder ‘normal’ guiar a Europa en tiempos extraordinarios?

El liderazgo de la nación recaerá nuevamente en la CDU, partido que ha gobernado la mayor parte del tiempo desde 1949 con figuras como Adenauer, Kohl y Merkel. La gran coalición entre conservadores y socialdemócratas es una fórmula ya empleada en varias ocasiones. Sin embargo, la estabilidad aparente se ve desafiada por un fenómeno sin precedentes en la historia política de la Alemania de posguerra: la irrupción de la derecha radical como segunda fuerza política. La AfD ha logrado consolidarse, aunque su avance se ve limitado por el rechazo del resto de formaciones a pactar con ella. A nivel internacional, el respaldo de figuras como Elon Musk o J. D. Vance refuerza su integración en la nueva ola derechista global, pero sin alterar sustancialmente su desempeño electoral.

El verdadero reto para el nuevo canciller, Friedrich Merz, radica en los desafíos estructurales que enfrenta Alemania, empezando por su modelo económico, antaño sinónimo de éxito, y que hoy muestra signos de agotamiento. La locomotora de Europa ha experimentado un crecimiento anémico en los últimos años. Tras la contracción de 2023, el PIB apenas ha logrado una recuperación moderada. La ralentización del sector manufacturero, el impacto de la crisis energética y la caída de la inversión extranjera han lastrado la economía, que se mantiene en un frágil equilibrio entre la recesión técnica y una recuperación muy débil. A eso se suma el problema de la inflación, que se disparó globalmente tras la crisis energética de 2022, pero que golpeó con más fuerza a Alemania por su gran dependencia del gas y petróleo procedente de Rusia, y que, aunque ha mostrado una tendencia a la baja, sigue sin volver a niveles pre-COVID, reduciendo la capacidad adquisitiva de los hogares y las empresas.

Por otro lado, la crisis que viven sectores clave, como la industria automotriz y la manufactura, han provocado despidos debido a la reestructuración del modelo de negocio y la transición hacia nuevas tecnologías, lo que se refleja en un incipiente repunte de la tasa de desempleo desde el 5% hasta el 6.2%, que contrasta con la tendencia a la baja que se registra en el resto de Europa. En la medida que la industria automotriz sigue teniendo un gran peso en la economía alemana, la llegada de los fabricantes chinos, que han logrado posicionarse con rapidez en el mercado europeo gracias a precios más competitivos y al respaldo estatal de Pekín, ponen en jaque un modelo de negocio, y el liderazgo pasado de gigantes como Volkswagen, BMW y Mercedes-Benz.

Internamente, el debate sobre la inmigración sigue polarizando a la sociedad, y la presión por encontrar soluciones efectivas es creciente. Y en el plano internacional, la incertidumbre que ha generado el regreso de Donald Trump a la presidencia de EEUU no deja de crecer. Su política exterior anuncia una guerra comercial con la UE y empuja a Europa a asumir un papel más activo en su propia seguridad ante la amenaza rusa. Todos los ojos parecen mirar a Alemania como actor clave en la UE, lo que exigirá del nuevo canciller, Friedrich Merz, tomar decisiones muy complejas y en poco tiempo, que decidirán en parte el futuro del proyecto europeo.

El único bastión donde los alemanes pueden seguir sacando pecho es en el control del déficit fiscal y la deuda pública, a diferencia de lo que ocurre con otros miembros de la Unión Europea y con los principales competidores internacionales, EEUU y China. El problema es que ser el único que muestra responsabilidad en este ámbito, por muy positivo que pueda ser a largo plazo, deja a Alemania, en el corto y medio plazo, en una clara posición de desventaja en la batalla por tener voz y voto en el nuevo orden global, en particular ante la acuciante necesidad de rearme europeo.

Europa necesita un líder frente a otros titanes como EEUU y China, y tras las elecciones alemanas, el mayor miedo es que Merz sea, sencillamente, un líder demasiado normal y responsable para estos tiempos tan extraordinarios, y que el votante alemán haya apostado por lo conocido cuando el mundo ya se rige por normas y alianzas que son totalmente nuevas.

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