El 24 de febrero, día en que Rusia invadió Ucrania, el legado de Mijaíl Gorbachov se hizo sentir en el discurso que pronunció Vladimir Putin antes del amanecer.
“La parálisis del poder y la voluntad es el primer paso hacia el deterioro total y el olvido”, recitó Putin, refiriéndose a la desintegración de la Unión Soviética. “Perdimos la confianza, durante un breve momento, pero fue suficiente para que se desequilibraran las fuerzas en todo el mundo”.
Para Putin, el fin de la Unión Soviética fue “la mayor catástrofe geopolítica del siglo”, una “verdadera tragedia” para millones de rusos pues los dejó dispersos del otro lado de fronteras nacionales recién creadas. Según Putin, el desastre fue provocado por la debilidad de un dirigente demasiado dispuesto a cumplir las exigencias de un Occidente artero y traidor. Se trata de un error que —como ahora le recuerda con frecuencia la propaganda televisada del Kremlin a la población— Putin está decidido a no repetir.
En Ucrania, Putin está combatiendo en las sombras del imperio cuyo fin presidió Gorbachov, después de haber comenzado una guerra en la que han muerto miles de personas en nombre de la restitución del dominio de Moscú sobre lo que reclama como territorio ruso. Pero la batalla de Putin para anular el legado de Gorbachov no se limita al control territorial, sino que abarca las libertades personales y políticas que instauró el último presidente soviético… y que ahora el Kremlin está desbaratando con gran velocidad.
“Ahora, todas las reformas de Gorbachov se reducen a nada, a cenizas, a humo”, señaló un amigo de Gorbachov, el periodista de la radio Alexei A. Venediktov, en una entrevista de julio. “Esa fue la obra de toda su vida”.
Gorbachov, quien falleció a los 91 años, seguía en el poder cuando la emisora liberal de Venediktov, Eco de Moscú, salió al aire en 1990 para convertirse en el símbolo de las libertades recién adquiridas de Rusia. Después de que Putin ordenó en febrero que entraran los soldados a Ucrania, el Kremlin hizo que cerrara la estación.
También, Novaya Gazeta, el diario independiente que, a principios de la década de 1990, Gorbachov ayudó a fundar con el dinero de su Premio Nobel de la Paz, fue obligado a interrumpir su publicación en marzo, bajo la amenaza de una nueva ley de censura en tiempos de guerra.
Este año, Gorbachov, ya delicado de salud, no se pronunció públicamente sobre la guerra en Ucrania. Su Fundación Gorbachov, un instituto de investigación que “busca promover los valores de la democracia”, emitió un comunicado dos días después de la invasión en el que exhortaba a un “pronto cese de las hostilidades” y “al inicio inmediato de las conversaciones de paz”.
Pero Gorbachov, de madre ucraniana y padre ruso, concordaba con la idea que tenía Putin de Ucrania como un “país hermano” que legítimamente debía estar en la órbita de Rusia. También respaldó la anexión de la península de Crimea en 2014 y calificó esta maniobra como el emblema de la voluntad de una región con una gran población que se considera rusa. También reprobó el intento de Occidente de “querer integrar a Ucrania a la OTAN” y advirtió que esos intentos “no harán más que provocar conflictos entre Rusia y Ucrania”.
Jamás descalificó a Putin de manera abierta, ni siquiera cuando, en los últimos años, insinuó que le disgustaba la represión del Kremlin contra la libertad de expresión y las elecciones libres. Rechazaba la idea de que la realidad política de Rusia exigiera que se limitaran los derechos del pueblo.
“No me canso de decir que en Rusia se necesita que haya más democracia”, le dijo Gorbachov a The New York Times en 2016. “Escuchamos, incluso de personas cercanas a Putin, declaraciones que insisten en el autoritarismo y la firmeza y que insinúan que la democracia solo se puede alcanzar en un futuro lejano”.
Parecía que Gorbachov confiaba en que se podía evitar lo peor. Cuando, en 2014, una agencia de noticias de Siberia le preguntó sobre las tensiones entre Rusia y Ucrania, comentó: “Una guerra entre Rusia y Ucrania… es absurdo”.
“Fue un hombre que, por principios, rechazaba la violencia y el derramamiento de sangre”, dijo en una entrevista Dmitri Muratov, editor de Novaya Gazeta y ganador del Premio Nobel de la Paz del año pasado.
No obstante, siguió siendo un misterio qué opinión concreta tenía Gorbachov acerca de la invasión que comenzó seis meses antes de su deceso. Muratov comentó que durante los dos últimos años visitó mucho a Gorbachov en el hospital y que creía que Gorbachov “no estaba en condiciones de hablar sobre los actuales acontecimientos políticos”.
El miércoles, Putin emitió un comunicado que parecía conciliador, aunque sus aliados en el Parlamento y en los medios de comunicación estatales hasta le asignaron a Gorbachov un lugar en el infierno.
Al dirigirse a “los amigos y familiares” de Gorbachov, Putin señaló: “Mijaíl Gorbachov fue un político y un estadista que tuvo un tremendo impacto en el curso de la historia mundial”.
“Comprendía muy bien que eran necesarias algunas reformas y procuró dar sus propias soluciones a problemas urgentes”, añadió Putin.
Este breve comunicado hizo que Putin pareciera un estadista por encima de la contienda política, pero pronto fue evidente que el Kremlin no honraría a Gorbachov. Su vocero señaló que todavía no se había decidido qué formato tendría el funeral de Gorbachov ni si, por ejemplo, si recibiría los honores del Estado.
Un elemento fundamental del mensaje de propaganda de Putin es que, después de la década caótica y humillante de 1990 a la que dio paso Gorbachov, él le brindó estabilidad a Rusia (al reconstruir la economía y la categoría de gran potencia que tenía el país). Como resultado, ya muerto, Gorbachov de inmediato se convirtió en un símbolo para los aliados del Kremlin que argumentan que puede ser catastrófico tratar de liberalizar a la sociedad y complacer a Occidente.
Gorbachov insistía en que no intentaba acabar con la Unión Soviética sino reformarla desde dentro. Liberó presos políticos, retiró las restricciones a los libros y películas prohibidos y advirtió a los líderes comunistas en Alemania Oriental para que no usaran la fuerza en contra de su propio pueblo incluso cuando el país estaba saliendo del control de Moscú. Pero para cuando renunció, debilitado políticamente, en diciembre de 1991, asegurando el fin de la URSS, las fuerzas centrífugas que fragmentaban al imperio se habían salido de su control.
Ahora el Kremlin señala que el mandato de Gorbachov es una parábola sobre el peligro de los ideales liberales. Y más allá de su política exterior asertiva, Putin se ha ocupado en regresar a la represión al estilo soviético: la invasión a Ucrania ha activado una nueva campaña contra activistas, personajes culturales e incluso influentes de redes sociales que critican al gobierno.
Putin también ha estado esforzándose en pulir la imagen de la Unión Soviética, ensalzando su poderío militar y reprimiendo a los académicos que estudian los crímenes de su policía secreta.
El año pasado, Putin externó sin querer la opinión que tenía de Gorbachov como un negociador débil: le dijo a la NBC que Occidente había engañado al último líder soviético al final de la Guerra Fría cuando le dijo a aquel que la OTAN no se extendería hacia el este, pero que no incorporó esa promesa en un tratado. (Los funcionarios de Estados Unidos afirman que no hicieron tal compromiso).
“Engañaron al tontito”, dijo Putin en la entrevista, empleando una rima popular en los patios escolares.
Ese reclamo histórico sustenta el argumento de Putin de que no se debe de confiar en Occidente y que Rusia necesita un dirigente más fuerte y asertivo, una idea que los medios estatales trataron de recalcar el miércoles cuando criticaron a Gorbachov a todo pulmón.
“Mijaíl Gorbachov sirve de ejemplo para ilustrar que las buenas intenciones de un dirigente nacional pueden generar un infierno sobre la tierra en todo un país”, decía una columna publicada el miércoles temprano por la agencia de noticias estatal RIA Novosti. Lo calificaba como el responsable de un “país destruido, de la pesadilla de la década de 1990 y de los millones de vidas perdidas en guerras civiles, limpiezas étnicas, ataques terroristas y guerras de pandillas”.
Igor Korotchenko, un analista militar que aparece mucho en programas de debates en la televisión estatal, fue todavía más contundente. “¡¡Arde en el infierno!!”, escribió sobre Gorbachov en Twitter.
Para los rusos que anhelan que haya una mejor relación con Occidente y más libertades en el país, Gorbachov sigue siendo un visionario. Pero Muratov, el editor de Novaya Gazeta, explicó que tal vez el mayor legado que dejó el exdirigente soviético fueron sus conversaciones con el presidente Ronald Reagan en materia de control armamentista, las cuales redujeron las probabilidades de una aniquilación nuclear. En cambio, Putin no ha dejado de amenazar a Occidente con su arsenal nuclear y sus intimidantes misiles nuevos.
“Nos regalaron por lo menos 30 años de vida sin la amenaza de una guerra nuclear a nivel mundial”, dijo Muratov acerca de Gorbachov y Reagan. “Ese regalo lo hemos perdido. El regalo ya no existe”.
Anton Troianovski es el jefe de la corresponsalía de Moscú para The New York Times. Antes fue el jefe de la corresponsalía de The Washington Post en Moscú y pasó nueve años con The Wall Street Journal en Berlín y en Nueva York. @antontroian
Anton Troianovski is the Moscow bureau chief for The New York Times. He