Martín Menem, sobrino del expresidente argentino, preside Diputados y tiene un papel central para que se convalide el decreto de reducción del Estado firmado por el nuevo Gobierno de ultraderecha
El economista y divulgador Javier Milei y el empresario productor de barras de proteínas Martín Menem visitaron a Carlos Menem en su casa de Buenos Aires a las 7 de la tarde de un viernes lluvioso de agosto de 2019. Milei quería conocer a su admirado expresidente, estrechar su mano, mirarlo a los ojos. Fueron por un café protocolar de 30 minutos con el entonces senador; no querían importunar a un hombre de 89 años que, por los achaques de la vejez, solía tener días sombríos y de largos silencios. El encuentro duró tres horas y media. Menem, que estaba afable y expansivo, les ofreció un tapeo de exquisiteces árabes. Milei le preguntó por los grandes hitos de su presidencia (1989-1999), por sus primeros meses de Gobierno, las desregulaciones, las consecuencias del llamado Efecto Tequila de 1994.
Menem devolvió el interés con el afecto de los seductores.
—Vos tenés talento y vas a ser presidente de la Nación —le dijo, y más tarde repitió la idea con una leve variación.
—Vos tenés talento. Yo tuve intuición.
Milei se incomodó, acaso temió defraudar al anfitrión: no le gustaba la política.
—Ya te va a gustar —profetizó el expresidente.
Martín Menem (La Rioja, 48 años) cuenta los detalles de aquel encuentro, ocurrido un año y medio antes de la muerte de su tío, en el despacho que hoy ocupa como presidente de la Cámara de Diputados. Come un tentempié de su empresa: una IronBar de banana, 46 gramos con 0% de grasas trans y 35% de proteínas. En su brazo izquierdo lleva tatuada una frase en el dialecto de Okinawa: “Todo va salir bien”. Con título de abogado, lleva 25 años de emprendedor y tres en política. Poco antes de aquella noche de 2019, que ahora cuenta con los fraseos de las fundaciones mitológicas —en este caso un menemismo del siglo XXI—, ya estaba decidido a probar suerte como candidato por La Rioja.
El miércoles pasado Milei homenajeó sin nombrar al fallecido expresidente Menem con un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) que pretende modificar unas 300 leyes con el propósito de —uno de los temas sobre los que le había preguntado— desregular la Economía y habilitar las privatizaciones de empresas públicas. Como presidente de la Cámara de Diputados, Martín Menem debe conseguir, en una primera etapa, que una bicameral convalide el decreto, pero ese DNU ha recibido ya impugnaciones por inconstitucionalidad, además del rechazo de la mayoría de los bloques parlamentarios. En la misma noche de la presentación del decreto hubo un cacerolazo en varios puntos de la ciudad de Buenos Aires y en otras del interior.
Desde esta semana, Menem tendrá un encargo aún mayor: la aprobación en sesiones extraordinarias de una ley “ómnibus” que contiene, entre otros puntos, la vuelta del impuesto a la renta para un grupo de trabajadores que había quedado exento, cambios en las jubilaciones y la supresión de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), el sistema de elecciones internas creado durante el kirchnerismo.
Pregunta: La Libertad Avanza (LLA, el partido de Milei) tiene 37 diputados sobre 257 y no hay quórum con menos de 129. ¿Cómo piensa conseguir el apoyo necesario para la nueva ley?
Respuesta: Milei fue electo con más del 55% de los votos. La gente eligió cambiar. Es la primera vez que un presidente llega y dice la verdad. Llegó con una motosierra, sin prometer la Argentina de la alegría, diciendo lo que iba a hacer. Y llegó sin la supremacía parlamentaria, pero los diputados y senadores no pueden desconocer el apoyo masivo que tuvo entre la clase más humilde, la gente más pobre, los trabajadores.
P. Durante la campaña, en una entrevista con EL PAÍS, Milei dijo que si no consiguiera que se aprobaran las leyes importantes, llamaría a un plebiscito ¿Cobró fuerza esa hipótesis?
R. No he escuchado eso.
P. Una de las críticas a los anuncios económicos es que el ajuste económico recae sobre los sectores bajos y medios.
P. Tenemos un estudio que dice que más del 60% recae en la política y 40% en el sector privado, y en ese 40% están los subsidios. Muchos de esos anuncios son transitorios porque Milei aborrece la suba de impuestos. Pero ha recibido la peor herencia de la historia. No puede tomar deuda porque somos defolteadores seriales, no puede imprimir más billetes porque es falsificar moneda. El Gobierno peronista hipotecó la Argentina para ganar una elección que perdió.
En 1912, Saúl Menem tomó un barco en Damasco que lo llevó a Buenos Aires. En La Rioja donde se afincó al pie de la cordillera de Los Andes, había un desierto de arena tajado por el sol, escribió su hijo Carlos Saúl en sus memorias Universos de mi tiempo, que publicó en 1999 para cerrar su década como presidente argentino. En sus recorridas a caballo por pueblos de la provincia, Saúl compraba pieles y cuero y vendía bebida, ropa, enseres. Todavía no hablaba bien castellano y nunca aprendió a leer y escribir. Años más tarde, con su esposa Mohibe Akil, instaló un almacén de ramos generales en la capital riojana. Allí trabajaron todos sus hijos: Amado, Munir, Carlos y Eduardo, quien sería el padre de Martín Menem. También abrieron una bodega en el pueblo de Anillaco, en la que los chicos colaboraban aplastando las uvas con los pies. Saúl murió en 1975, cuando Carlos ya gobernaba La Rioja, y Martín llegaba al mundo.
Mientras Saúl —al igual que otros cientos de miles de inmigrantes— se abría camino en los negocios, el radical Hipólito Yrigoyen llegaba al Gobierno. Y fue el momento de su asunción, 1916, el año que Milei señala como el inicio de la decadencia argentina, las tendencias nacionales al colectivismo y socialismo.
Los Menem son el resultado de ese siglo: estudiaron en la escuela pública, fueron a universidades nacionales y se integraron a las filas del Movimiento Nacional Justicialista, el partido peronista. Carlos fue elegido gobernador por primera vez en 1973. Encarcelado por la dictadura militar, vivió un exilio interior en varias ciudades y pueblos del país hasta que, con el retorno de la democracia en 1983, volvió a ganar la gobernación. Seis años más tarde fue electo presidente de la nación. Debió asumir cinco meses antes de lo previsto por la debacle económica del gobierno de Raúl Alfonsín: en 1989 la inflación rondó el 5.000% anual.
Menem desreguló la economía, privatizó empresas públicas, se alineó decididamente con los Estados Unidos durante la agonía final de la Unión Soviética y domó la inflación con la ley de convertibilidad que en 1992 ató el peso al dólar. Durante su presidencia, Argentina tuvo la mayor tasa de desocupación hasta entonces; la desigualdad social y la deuda externa crecieron exponencialmente. Los sonados casos de corrupción pusieron en duda su honorabilidad y fue condenado por la venta ilegal de armas a Ecuador y Croacia.
Luego de la crisis de 2001, que volvió a poner a Argentina en la portada de los medios internacionales, Menem fue candidato a la presidencia. Pero desistió de competir con Néstor Kirchner en la segunda vuelta de 2003 para evitar una derrota que parecía segura y pasó a un discreto segundo lugar como senador. A su muerte no tuvo la despedida multitudinaria de Eva Duarte en 1952 o la de Juan Domingo Perón en 1974; ni siquiera la de Kirchner en 2010.
El kirchnerismo pretendió ser la antítesis del menemismo y ningún dirigente peronista de relevancia —tampoco el opositor Macri— buscó rescatarlo de esa condición de político maldito de una década maldita. La vindicación recayó en un puñado de exdirigentes hasta que Milei lo acomodó en su panteón junto a luminarias liberales del siglo XIX como Juan Bautista Alberdi, autor intelectual de la Constitución de 1853.
—Nosotros, los menemistas —suele decir Milei, ya sentado en el sillón de Rivadavia, el que usan los presidentes argentinos.
Rodolfo Barra es uno de esos escasos defensores de la herencia de Menem, y hoy es el único funcionario importante de aquel Gobierno que tiene un cargo relevante en el actual: el ex ministro de Justicia y ex integrante de la Corte ha asumido como procurador del Tesoro. Como jefe de los abogados del Estado, Barra debe darle una suerte de blindaje legal a las reformas del Milei. Este viernes, publicó una columna en Infobae en la que planteó que en la Argentina el presidente “es una figura análoga al Rey”, y negó que el megadecreto pase por encima del Congreso.
Un hilo rojo adicional une a Barra con Milei: ambos son ex empleados de Corporación América, de Eduardo Eurnekián, el magnate de los aeropuertos. Milei trabajó 14 años en la compañía del empresario por donde también pasaron, además de Barra, otros importantes integrantes del actual Gabinete, como el jefe de ministros, Nicolás Posse —a quien aún no se le conoce la voz en público—, y el ministro del Interior, Guillermo Francos.
Alberto Kohan, dos veces secretario general de la presidencia durante el menemismo, mira con simpatía el inicio de la presidencia de Milei. “A Menem le intentaron dar un golpe en 1990 y fue la última vez. Él quería bombardear el edificio donde estaban los militares insurrectos. Si se toman decisiones duras, se consiguen cosas”, sostiene en una entrevista telefónica. “Esa misma decisión mostró Milei con el protocolo de seguridad para la marcha piquetera. Los dos, Milei y Menem, han sido muy subestimados, y hasta caricaturizados”.
Se diría que Eduardo Menem, abogado y doctor en Derecho por la Universidad de Córdoba, no tendría más remedio que sumarse al grupo de fieles, por mera portación de apellido. Sin embargo, el menor de los hermanos riojanos fue también un político de peso durante la presidencia de su hermano, y presidió el Senado durante esa década. Se especializó en Derecho legislativo y cumplió funciones como senador de 1983 a 2005. “Milei reivindica al Gobierno de Menem desde mucho antes de ser presidente”, dice. “Los comienzos de sus presidencias tienen un punto en común: recibieron una situación muy caótica y una inflación alta, aunque la de 1989 era peor. Mi hermano pudo sacar dos leyes clave del comienzo, la de Reforma del Estado y la Emergencia Económica, como parte de un acuerdo con el radicalismo, que le dio quórum para su aprobación. Él tenía un gran respaldo político que Milei no tiene, y eso se ve en la representación legislativa. Hay una diferencia adicional: Carlos tenía la experiencia de haber sido gobernador de la Rioja, de haber hecho política durante muchos años”.
Eduardo Menem es, además, el padre de Martín Menem. “¿Qué le aconsejó a su hijo para su nueva función?”. “Yo dirigí el Senado y a él le toca dirigir Diputados. Deberá recurrir, dado la minoría de LLA, a su empatía y a su capacidad de seducción”, responde.
Mientras posa para las fotos, Martín Menem lee el reglamento de sesiones y piensa en Eduardo: “Si me viera papá leyendo esto”, dice. Su perfil parece otro: le gusta mirarse en el espejo de su abuelo Saúl. “Trabajaba de domingo a lunes. Hacía todo. Yo también hacía todo. Iba a la escuela pública a la mañana, compraba jugos que congelaba y los vendía en otro colegio a la tarde. ¡Le vendía las revistas a mi madre! Era —y soy— un vendedor nato”. Se recibió de abogado en la Universidad de Belgrano (la misma institución privada en la que Milei se licenció en Economía) y empezó a trabajar en el estudio de abogados de su hermano Adrián, quien fue diputado y luego se retiró de la política. “Era muy bueno generando clientes. No me ocupaba de litigar, pero sí de buscar clientes”.
P. ¿Cómo llegó a los suplementos dietarios?
R. En 1998, con 22 años, estaba estudiando y quería tener algo propio. Iba al gimnasio y uno de los profesores me recomendó comprar una proteína. Noté que muchos de esos productos no se conseguían en el país. Con tres socios trajimos varios de Estados Unidos y montamos una oficina en la sala de masaje de un gimnasio, al lado del baño de mujeres. La devaluación de 2002 nos pegó mucho.
Cuenta que les fue bien de 2003 a 2008, años que coinciden con la primera presidencia de Néstor Kirchner. Alquilaron un espacio en el barrio de Constitución, compraron máquinas, desarrollaron distintos productos.
P. Usted viene de una familia de políticos, pero recién se decidió a entrar en política a los 46 años.
R. Estaba cansado de las crisis y las devaluaciones. El 2001-2002, el 2008 con coletazo de los Estados Unidos, el aumento del dólar y el cepo en 2014, y la crisis de 2018, que me mató. Teníamos un balance prolijo y pedimos prestado para comprar materia prima por unos 200 mil dólares con la cotización a 19,75. Cuando devolví el crédito, el dólar estaba a 39, el doble.
Tan curioso como que su empresa haya crecido durante los años kirchneristas es que el momento en que su deuda se duplica es cuando Luis Caputo, hoy ministro de Economía de Milei, era ministro de Finanzas de Macri. El titular de Diputados no responde si recuperó la confianza en Caputo. Hace un planteo más general: “El problema del Gobierno de entonces fue que no hizo el ajuste que tenía que hacer. No había un presidente comprometido [en referencia a Mauricio Macri] como hay ahora”.
Martín Menem siempre se sintió identificado con las ideas de los noventa, asegura. Las de su tío Carlos. “Nunca fui afiliado al peronismo. En 1995 voté a Menem, pero en el 99 voté por la continuidad de la estabilidad con [Fernando] De la Rúa. Nunca voté a los Kirchner”, dice. Y en ese proceso, conoció a Milei, por amigos en común.
P. ¿Y cuál fue su primer paso político?
R. Me presenté en La Rioja para defender las ideas de la libertad, del libre mercado. Empezamos de cero, con un grupo provincial. Javier decidió que no iba apoyar a ninguno, pero fue a darme su apoyo como amigo, un día antes del cierre de listas en la ciudad de Buenos Aires, donde él se presentaba como diputado por primera vez. Javier estaba con una lumbalgia y no se podía mover; se puso unas inyecciones para ir al acto.
Lo cuenta como otro momento fundacional: “Los empleados públicos tenían prohibido asistir. El acto era a las dos de la tarde, una hora en la que en La Rioja no salen ni las lagartijas por el calor que hace. Pero había tres mil personas. Sólo habíamos hecho una convocatoria en las redes. Ahí Milei comprendió que lo que estaba pasando era un fenómeno a nivel nacional”.
P. Esta semana usted tuiteó una nota de EL PAÍS del 28 de mayo de 1998, firmada por Francesc Relea: Menem insiste en la dolarización de la economía argentina. Y agregó una frase: “Nos hubiéramos ahorrado dos décadas de fracasos”.
R. Si no nos hubiéramos entregado a la máquina de imprimir billetes que quería la Argentina prebendaria, estatista, que gasta más de lo que tiene, quizá hubiésemos tenido otros problemas, pero también estabilidad económica.
P. El plan de dolarización parece haber quedado postergado.
R. Primero tenemos que salir de esta situación desastrosa, con todas las medidas que está tomando Caputo. Cuando superemos el déficit operativo, podremos empezar a salir del peso. Tenemos que cerrar la maquinita de imprimir. Una vez libres de estos problemas, nadie va a querer dar marcha atrás con la dolarización.
Carlos Corach, uno de los estrategas políticos más importantes de Menem, fue ministro del Interior durante cinco años. Condensó en sus memorias —18.885 días de política— una trayectoria que empezó en el socialismo, siguió en el radicalismo y se estacionó definitivamente en el peronismo. Al caer la tarde del jueves pasado, Corach, de 88 años, tomaba el té con tostadas de espaldas al Río de la Plata. Vestía traje, tiradores y mocasines lustrosos.
—Menem y Milei comparten algo muy importante: la idea de la misión. Han llegado a este mundo con una misión. En el caso de Milei tiene una dimensión religiosa por su acercamiento al judaísmo, una predestinación religiosa ausente en Menem. Milei coincide con las ideas sobre la economía y las relaciones internacionales de Menem. Milei —y esa es una diferencia— es lo nuevo y lo imprevisible. Menem era previsible.
Corach cree que el nuevo Gobierno debe hacer menemismo práctico, no reivindicativo. “La sociedad lo tiene que ver como la continuidad de una presidencia exitosa como la de Menem”, dice. Sin hablar con Corach, Milei pareció seguir su consejo con el DNU y los anuncios de ajuste del Estado y las privatizaciones. Esta semana no nombró a Menem.
En la sede del Gobierno argentino hay una galería que honra a los expresidentes. Menem es uno de los que falta homenajear. La escultura, que ya está concluida, será inaugurada por Milei, que por el momento enfrenta otras urgencias. Milei decidirá cuándo hacerla, pero acaso un Menem haya vuelto antes a la Casa Rosada.