El líder de la izquierda, que recientemente usó un chaleco antibalas en un mitin en la calle, dice que sus adversarios están intentando convertir la campaña en una guerra. Días antes, un bolsonarista asesinó a tiros a un dirigente del PT
Faltan menos de tres meses para las elecciones presidenciales en Brasil y el ambiente empieza a caldearse. El asesinato, la semana pasada, de un dirigente del Partido de los Trabajadores (PT) a manos de un bolsonarista encendió todas las alarmas. La oposición recurrió a la Fiscalía y al Tribunal Superior Electoral, la corte que organiza las elecciones, para que se tomen medidas urgentes para que de aquí a octubre haya paz. El asesinato del tesorero del PT Marcelo Arruda no fue un hecho aislado. Los incidentes se acumulan y aunque en su partido son pocos los que lo reconocen abiertamente por miedo a sonar alarmistas, el temor por la integridad física del expresidente Lula da Silva es un hecho.
“Es una preocupación permanente”, confiesa el diputado Alexandre Padilha, uno de los más próximos al candidato de la izquierda, que atribuye al discurso de Bolsonaro y a sus seguidores el aumento de la violencia política. Ese temor ha movilizado también a un juez del Supremo, la más alta instancia judicial del país. Alexandre de Moraes exigió el viernes al mandatario un pronunciamiento sobre una demanda que le acusa de alentar un “discurso de odio” y este contraatacó tildando de “cobarde” al magistrado.
Hace poco más de una semana, Lula, claro favorito en todas las encuestas, estuvo en un acto en el centro de Río de Janeiro al que acudieron miles de personas. Subió al escenario con una camisa blanca que cubría un chaleco antibalas. Los que se acercaron a escucharle de cerca se sorprendieron con el fuerte esquema de seguridad, nunca visto hasta la fecha: la plaza fue rodeada de vallas de más de dos metros de altura y todos los asistentes eran cacheados uno a uno. Aun así, un hombre lanzó una bomba casera a pocos metros del escenario al que subiría Lula minutos después. Al explotar, desprendió un fuerte olor a heces. No hubo heridos y el sospechoso fue detenido rápidamente, pero dejó muchas caras de preocupación. Este tipo de agresiones se han ido sucediendo. A principios de junio, en un acto en la ciudad de Uberlândia, un dron lanzó sobre los simpatizantes de Lula un líquido maloliente. Antes, militantes bolsonaristas rodearon el vehículo en el que viajaba el expresidente en la ciudad de Campinas y hubo amenazas ante una visita al Estado de Paraná.
“Brasil cambió, y aún no sé porqué Brasil cambió tanto, pero están intentando transformar las campañas electorales en una guerra. Están intentando instaurar el miedo en la sociedad brasileña”, lamentó el propio Lula esta semana en otro acto en Brasilia, esta vez desde el escenario más controlado de un palacio de congresos. A finales del año pasado el expresidente dejó el apartamento donde vivió buena parte de su vida en São Bernardo do Campo, a las afueras de São Paulo, y se mudó a otro en la capital paulista. “Se hizo porque así los agentes de seguridad que le acompañan pueden estar junto a él las 24 horas”, explica Padilha. El líder del PT, en calidad de expresidente y además candidato electoral, tiene derecho a contar con una escolta del Estado, que según la prensa local está formada por más de 30 agentes.
En el ranking de riesgo que la Policía Federal estableció sobre los candidatos, que va del 1 al 5, Lula está en el nivel más alto. A pesar de los temores a un atentado, el PT asegura que la campaña seguirá con normalidad y que Lula seguirá fiel a su estilo, en el cuerpo a cuerpo con sus seguidores: un quebradero de cabeza para su equipo de seguridad, que teme más que nunca lo que pueda pasar en esos baños de masas. Esta semana, la Policía Federal mandó una circular a las fuerzas de los estados para que redoblen la seguridad de los presidenciables durante sus giras por el país, teniendo en cuenta “los incidentes ya registrados en la precampaña electoral”. En lo que va de año, se dieron 214 episodios de violencia política y 40 asesinatos, según un estudio de la Universidad Federal de Río de Janeiro. Es un 23% más que en el primer semestre de 2020, año en que hubo elecciones municipales y había muchos más candidatos.
Además de por el aumento de casos, la preocupación viene dada también por el recuerdo de lo que pasó poco antes de los comicios de 2018, cuando el entonces candidato Bolsonaro sufrió una puñalada en el abdomen que casi acaba con su vida. La investigación policial concluyó que el atacante sufría trastornos psiquiátricos y que actuó en solitario, pero el ahora presidente suele usar ese episodio para ironizar sobre la “violencia del bien” que en su opinión propaga la izquierda. En aquella campaña electoral, Bolsonaro empuñó un trípode como si fuera un fusil y entre risas prometió “fusilar a la toda la petralhada”, en referencia a los seguidores del PT. Ningún otro candidato usó en todo este tiempo términos tan graves. La retórica violenta continuó siendo la tónica en estos cuatro años de gobierno. En abril de este año, el diputado bolsonarista Otoni de Paula amenazó con recibir “a balazos” a los militantes del PT que fueran a protestar a su casa, después de que Lula sugiriera a los sindicalistas que realizasen escraches a los parlamentarios fieles a Bolsonaro.