El Papa Francisco ha abogado este sábado en Marsella por una acogida justa de los migrantes en Europa, facilitando la entrada de estas personas por vías legales, y ha rechazado la propaganda alarmista sobre la realidad de la inmigración.
“Las palabras invasión y emergencia alimentan los temores de la gente y los puertos se cierran, pero quien se juega la vida en el mar no invade, busca acogida, busca vida”, ha dicho el Pontífice.
Durante la clausura de los ‘Encuentros Mediterráneos’, el Papa ha apelado a la responsabilidad europea y ha reiterado su petición de no encerrarse en la indiferencia ante el drama de la migración. “Los que se refugian con nosotros no deben ser vistos como una carga que hay que llevar, sino como dones”, ha subrayado.
“Hay un grito de dolor que resuena sobre todo, y que está convirtiendo el Mare Nostrum en Mare Mortum, el Mediterráneo de la cuna de la civilización a la tumba de la dignidad. Es el grito ahogado de los hermanos y hermanas migrantes”, ha dicho Francisco sentado en un sillón blanco en el centro del escenario instalado en el Palais du Pharo de Marsella.
Este llamamiento ha ido acompañado de la denuncia de las “campañas alarmistas”, de la “retórica fundamentalista” y de los “nacionalismos anticuados y beligerantes que quieren hacer menguar el sueño de la comunidad de naciones”.
El Mediterráneo es un “espejo del mundo” y “lleva en sí mismo una vocación global de fraternidad, único camino para prevenir y superar los conflictos”, según las palabras del Papa.
Durante siete días, más de 120 representantes de Iglesias y jóvenes de las cinco orillas del Mediterráneo compartieron los actuales desafíos políticos, económicos y medioambientales de la región, pero también sus esperanzas para el futuro, con especial atención a la actual crisis migratoria.
Recordando el carácter heterogéneo y cosmopolita distintivo de Marsella, una “multitud de pueblos” que “ha hecho de esta ciudad un mosaico de esperanza, con su gran tradición multiétnica y multicultural”, reflejo de las múltiples civilizaciones del Mediterráneo, el Papa Francisco desarrolló su reflexión en torno a tres aspectos que caracterizan a la ciudad del sur de Francia: el mar, el puerto y el faro.
Francisco observó que a menudo se oye hablar de la historia mediterránea como un “entramado de conflictos entre civilizaciones, religiones y visiones diferentes” pero esto no debe hacernos olvidar que el Mediterráneo es una “cuna de civilización” y que el Mare Nostrum (nuestro mar) ha sido durante siglos un espacio de encuentro “entre las religiones abrahámicas; entre el pensamiento griego, latino y árabe; entre la ciencia, la filosofía y el derecho, y entre muchas otras realidades”.
“El Mare Nostrum, en la encrucijada entre Norte y Sur, Este y Oeste”, dijo el Papa Francisco, “nos invita a oponer a la división de los conflictos la convivialidad de las diferencias” y, al mismo tiempo, “concentra los desafíos del mundo entero “, incluido el cambio climático.
Para que el Mediterráneo “vuelva a ser un laboratorio de paz” en el mundo, en medio del “mar de conflictos de hoy” y del resurgir de los nacionalismos beligerantes, Francisco dijo que se debe escuchar el grito de los pobres como hizo Jesús a orillas del mar de Galilea. “Es desde el grito de los últimos, a menudo silencioso, que debemos partir de nuevo, porque son rostros, no números”, dijo el Papa.
Constatando que “el mar de la convivencia humana está contaminado por la precariedad” que hiere incluso en ciudades europeas como Marsella, que afrontan tensiones comunitarias y un aumento de la criminalidad, el Papa Francisco insistió una vez más en la urgencia de una sacudida de conciencia para decir “no” a la ilegalidad y “sí” a la solidaridad.
En su opinión “el verdadero mal social no estriba tanto en el crecimiento de los problemas, sino en el declive de la atención” a los más vulnerables: los jóvenes abandonados a su suerte, que son presa fácil de la delincuencia, las familias asustadas, temerosas del futuro, los ancianos solos, los niños no nacidos, los gritos de dolor que se elevan desde África del Norte y Oriente Próximo, incluidos los cristianos que huyen de la persecución.