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El poder de las “megafiestas” andinas bolivianas

Lahuachaca: Osvaldo y Celina celebraron una espectacular fiesta matrimonial a 125 kilómetros de La Paz.

  • Estreno. En 2019, la inauguración del edificio Libertad en El Alto motivó una sonada fiesta.

    Por: Rafael Sagárnaga

Sin duda, ellos, como don Federico, tampoco aceptarían un dios que no sepa o, mejor dicho, que no les haga bailar. La fiesta se celebra en su día, con víspera, misa, santo y día después incluidos, aunque haya una cuarentena nacional o mundial. Eso ha quedado claro no una, sino incontables veces, especialmente en estos dos últimos años.

La decisión de celebrar al santo patronal, el matrimonio de ocasión, el bautizo, el estreno de la megamansión se cumplen. El poder económico, social y político de quienes protagonizan estos fiestones es manifiesto y completo. ¿O alguna autoridad se animaría a tomar por asalto un pueblo, un barrio o, siquiera, un coliseo colmado de “fraternos” que celebran “la fiesta del año”?

Bueno, algunas lo intentaron, por lo menos en el tercer caso. Sucedió hace casi un mes, la noche del jueves 7 de enero, en la zona sur de Cochabamba. Cerca de 20 guardias de La Intendencia Municipal, reforzados luego por policías y un grupo de periodistas, llegaron al local de Eventos “Doña Eva”. Allí celebraban su preste la morenada comercial San Juan Bautista y sus aproximadamente dos mil invitados despreciando todas las prohibiciones ediles de estos tiempos.

Una lluvia de botellas, sillas, conos de plástico y objetos de variada naturaleza respondió a la conminatoria de las autoridades para que la fiesta finalice. Luego salieron algunos bailarines a semejanza de tropas de infantería decididas a agredir a guardias y periodistas, quienes debieron huir del lugar. Se asegura que incluso hubo amenazas con armas blancas, dos guardias sufrieron contusiones y los equipos de filmación de los periodistas sufrieron daños.

Varios minutos más tarde, la Policía reforzó su presencia en la zona, y se procedió a algunas detenciones. Pero para entonces los fraternos morenos se habían retirado quién sabe si con la música a otra parte. Una experiencia parecida había sucedido con una celebración algo menor en la zona de Coña Coña cuatro días antes.

Pueblos de fiesta

Eso en zonas periurbanas. Ya en zonas más distantes las propias autoridades policiales pueden ser las protagonistas de estas fastuosas fiestas. Así sucedió, por ejemplo, el 15 de enero, en Lahuachaca, población paceña ubicada cerca de la doble vía que une Oruro y La Paz. Es una especie de punto medio de la carretera, pues dista 104 kilómetros de la primera urbe y 125 de la segunda.

El casamiento de Osvaldo y Celina resultó probablemente uno mayores eventos del año para los aproximadamente 6.000 habitantes de este poblado. La pareja de novios descendió de una limusina Hummer de 20 metros de largo y vidrios polarizados. Osvaldo vestía su traje de gala policial y fue escoltado por guardias de seguridad uniformados al estilo de las fuerzas especiales Swat o Seals.

Las principales calles de Lahuachaca fueron cerradas. Una minientrada de morenos y su respectiva banda acompañaron a la pareja hasta el salón donde iban a celebrar su unión. Dos orquestas aguardaron el ingreso de los novios para tomar la posta del festejo.

Pero si de gastos se trata, “la boda del año” se celebró una semana antes, a 200 kilómetros al este y 1.600 metros abajo, en Sorata. Aquel turístico poblado de los valles interandinos probablemente duplicó su población cuando Marco Antonio Guayhua Laura y Genara Mamani Mamani unieron sus vidas. Sin complejos, anunciaron que esa celebración sería: “La boda del año”.

La fiesta del año

Baste firmar la intención simplemente con el detalle de los conjuntos que animaron el enlace matrimonial: Brindis (México), Los Iracundos (Uruguay), Jambao (Argentina), Kalamarka y Maroyu, entre los más conocidos. Pero también estuvieron los exitosos Puro Sentimiento (Perú), Fonseca (Santa Cruz), Sin Pecado, Cristian Vidal y Banda Proyección Pedro Domingo Murillo (La Paz). Sólo el costo de actuación de Brindis bordea los 60 mil dólares y de Jambao los 25 mil.

Esta vez la guardia de seguridad privada vestía más al estilo de la policía de Los Ángeles, pero con indumentaria estrictamente negra. La celebración duró tres días. Tras la ceremonia religiosa, que colmó el atrio del templo sorateño, la fiesta entró en su apogeo en el salón de eventos de propiedad del progenitor del novio.

Alegría chutera

Eso sólo recordando enero del aún nuevo 2022, pero las fiestas fastuosas hicieron noticia sin tregua en 2021 y 2020. Hicieron noticia, por ejemplo, los fiestones de Huachacalla, entre el 2 y 6 de junio de 2021, y Sabaya, entre el 30 de abril y el 3 de mayo. Ese 3 de mayo, Sabaya celebró la fiesta de San Felipe, animada nada menos que por la banda alemana Mr. President. En Huachacalla la banda estrella fue la también alemana Modern Talking.

Celebraban Corpus Cristi y la fiesta de San Antonio de Padua en lo que parecía ser otra directa apuesta a que el coronavirus no existe. Mientras diversas autoridades departamentales y municipales habían emitido restricciones frente a una nueva ola de la pandemia de Covid-19, aquellas dos sonadas fiestas “chuteras” hicieron noticia internacional.

Sabaya y Huachacalla son poblaciones ubicadas al oeste de Oruro sobre la carretera que va a la frontera con Chile. Son célebres por el contrabando de vehículos indocumentados, popularmente conocidos como “chutos” y fuente de notables fortunas de estos tiempos. Se calcula que, en cada caso, los pasantes que apadrinaron los festejos gastaron más de 150 mil dólares.

Otro gran motivo de sonada ostentación resulta la inauguración de “cholets” y “Transformers”, los singulares estilos de grandes mansiones andinas, especialmente en El Alto. En la segunda ciudad más poblada de Bolivia la opulencia suele consagrarse inmobiliariamente. Baste recordar la inauguración del edificio Libertad, a fines de 2019, cuando 12 populares agrupaciones musicales fueron contratadas para la monumental celebración de la familia de los abogados Juan Carlos Fernández y Mabel Landivar.

El conocido cantante chileno Américo se constituyó en la figura estelar de aquel estreno. Compartió el flamante escenario del salón Diosa Temis con grupos como el peruano Néctar, el argentino Tía Coca, Kala Marka y Banda Proyección Murillo. Más de 200 personas fueron responsables tan solo del fondo musical del fiestón internacional. Total, no todos los días alguien estrena no sólo un edificio de 12 plantas, sino un ícono de la arquitectura “robótica transformer”.

Y así sucesivamente, la lista de megafiestas que hacen e hicieron noticia podría continuar sin solución de continuidad. Y, sin duda, continuará. En cada caso, la promoción es intensa a través de las redes sociales y también diversos medios de comunicación. Para ello los anfitriones contratan sus respectivas empresas de filmación.

“Lo de tener”

Sí, según se rumorea, son “chuteros” quienes lucen sus logros económicos en Sabaya, en los valles y trópicos destacan fortunas los mineros auríferos. Los comerciantes de comestibles y bebidas de contrabando son protagonistas más hacia el sur del país. Los transportistas en el centro boliviano. Sin embargo, en El Alto se conforma un mosaico de los diversos sectores económicos que forman parte de esta virtual competencia.

“Para varios de ellos se puede decir que nunca hubo crisis, me consta —dice Jorge López (nombre ficticio)—. Ni cuando la UDP, ni cuando la crisis de los 90 ni ahora con Covid y agotada la era del gas”. López es un administrador de empresas que durante dos ciclos trabajó con proyectos relacionados con las fiestas populares. Entre 1989 y 1995 administró una publicación especializada que agotaba ediciones y sumaba cada vez más publicidad, tanta que desató una fatal guerra interna. En los 2000 fue parte de una empresa distribuidora de bebidas también aplicada a estas celebraciones.

“Le ponen nombres a los cholets, o a los edificios robóticos o a sus negocios complementarios —explica López—. Ahí se nota o se puede adivinar el origen de su plata según el nombre del santo, de la región o del elemento homenajeados. Así como quienes han hecho dinero con oro llaman Tipuani o Teoponte o también La Joya a su cholet, nombres como Challapata o Caldina o algún santo identifican el otro negocio. En El Alto se halla de todos los sectores: contrabandistas de diversos productos, propietarios de empresas de transporte, auríferos, loteadores, comerciantes mayoristas de artículos de primera necesidad”.

Buena parte del fenómeno responde a la ancestral figura de los “qamiris” (traducido: “el de tener”), es decir, a los potentados andinos ya identificados hace más de un siglo. Diversos investigadores sociales como Nico Tassi, Marité Zegada, Eufran Llanque y Claudia Quilali han descrito los particulares lazos sociales y económicos que se crean a través de este tipo de fiestas. Ello ha potenciado sus manifestaciones en las últimas décadas y alcanzado otras regiones y sectores sociales e incluso llegado hasta países vecinos.

“Hay una última fase donde este sector se potencia mucho y es con la globalización —explica la socióloga Marité Zegada, entrevistada por la Agencia de Noticias Fides—. Hay un estudio de Nico Tassi y un equipo que hablan de la incorporación de estos sectores a la economía hipermoderna de la globalización. Yo he estudiado algunos casos específicos del mercado de la Uyustus (La Paz) de los vendedores de electrodomésticos, por ejemplo. Sorprende que ellos viajen dos veces a China a comprar productos específicos, inclusive establecen su propia marca para los productos que van a vender”.

Por su parte, tanto Quilali como el historiador Pedro Callisaya destacan que el tipo de relación de estos empresarios y su entorno rompe el concepto antagónico de patrón y empleado. Se genera una relación espiritual de padrinazgos y también de familiaridad que fortalecen las actividades comerciales. “Ahí aparecen policías y abogados o comerciantes de otras áreas matrimoniándose —dice Callizaya—. También los ahijados, y todo eso se fortalece y consuma en las fiestas”.

“Son sectores con diferentes valores a los de las clases medias acomodadas en las ciudades —dice López—. Como muchas de sus actividades o transitan los límites de la legalidad o implican continuos esfuerzos, valoran los riesgos de otra manera, incluidos los de la pandemia. Reciben a una autoridad moral que les brinda comida, alegría y bebida y esperanza a diferencia de la mezquina mano del Estado. Como se dice: ‘Luego nada ni nadie les puede quitar lo bailado”.

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