El mandatario anota en su nuevo libro los fundamentos de su pensamiento político, arremete contra con los expresidentes y al final extiende una bandera de paz a sus adversarios
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, lee su libro llamado ‘¡Gracias!’, en su oficina del Palacio Nacional.
MEXICO PRESIDENCY (VIA REUTERS)
El último libro de Andrés Manuel López Obrador, ¡Gracias! (Planeta, 2024), tiene el tono de una carta de despedida y un testamento político. El mandatario mexicano ha dejado en más de 500 páginas una autobiografía de su lucha en la izquierda; ha reflexionado sobre su rol en la historia mexicana, las decisiones que tomó, los errores cometidos; ha definido su credo político y ha dejado lo que parece una última voluntad para Claudia Sheinbaum, su delfín. López Obrador ha recordado sus momentos de flaqueza —incluida su experiencia de un infarto—, ha hablado con franqueza sobre los expresidentes surgidos del PRI y el PAN, y ha confirmado que, al final de su mandato, se retirará del ojo público. “Ofrezco a mis adversarios sinceras disculpas; nunca pensé en hacerle daño a ninguna persona y me retiro sin odiar a nadie”, escribe López Obrador en el cierre de su libro. “Espero que comprendan que, si me expresé con dureza y radicalismo, lo hice siempre con el fin de alcanzar la bella utopía, el sublime ideal del amor al prójimo”, agrega. “A finales de septiembre me jubilaré y no volveré a participar en nada público. Si hice bien o no, la historia lo dirá”.
El presidente, que ha publicado más de una decena de libros, cuenta sus inicios de político en la década de los setenta y por qué siempre se ha inclinado por las causas de los pobres. En su credo político, que ha bautizado como Humanismo mexicano, los pobres y el pueblo, a veces sinónimos, tienen un lugar central. “Es un hecho que nosotros hemos podido avanzar porque nos funciona la alianza con el pueblo”, escribe. “En nuestro caso, si no estuviéramos respaldados por la mayoría, y en especial por los pobres”, prosigue, “ya nos habrían derrotado los conservadores o habríamos tenido que rectificar y someternos a sus caprichos e intereses para convertirnos en simples adornos, floreros, títeres o peleles de esos que se habían acostumbrado a robar y a detentar el poder económico y político de México”.
López Obrador define que los pobres, en general, “son más sinceros, leales, menos exigentes y que no requieren de muchas explicaciones; son humildes, no se creen sabiondos, están próximos a sus emociones y sentimientos, y a la vez tienen un instinto certero para distinguir entre quienes de verdad los quieren y respetan, y quienes tratan de engañarlos, aunque los desprecien”. El presidente afirma que se debe apostar a una alianza con los pobres —que “no suelen traicionar” y “nos han sacado a flote”— para empujar cambios transformadores en el país. En un mensaje en clave para Sheinbaum, la abanderada presidencial de Morena, López Obrador sostiene que no debe “zigzaguear” ni andarse con “medias tintas”, sino mantenerse fiel a los principios del movimiento. “¿Quién defiende realmente a un gobierno democrático? El pueblo”, dice. “Lo principal es tenerle amor al pueblo, querer al pueblo, cultivar un profundo amor al pueblo, nada se logra sin amar al pueblo”.
El presidente sostiene que en dos ocasiones fue víctima de un fraude electoral: en las elecciones de 2006 y en las de 2012. Pese a ello, dice, no abandonó la lucha civil (aunque en algún punto pensó en darse por vencido, confiesa, cuando atravesaba “días de desolación, desaliento y depresión”). López Obrador recuerda la ocasión en que, involucrado en el movimiento de resistencia, sufrió un infarto y estuvo al borde de la muerte. Era 2013, y el presidente Enrique Peña Nieto había conseguido en el Congreso un ambicioso paquete de reformas (“nefastas”, apunta). Una de ellas era la polémica reforma energética, que abría la puerta a las inversiones extranjeras en la explotación del petróleo, un recurso de propiedad nacional. López Obrador y sus simpatizantes dieron siempre una dura batalla en la defensa de la soberanía nacional respecto de ese recurso.
“Esta última [reforma] fue en buena medida la causante del infarto que padecí hace 10 años”, relata. “Aclaro que antes de este gran susto me cuidaba poco y trabajaba mucho más; pensaba que eso del estrés no existía, que era una exquisitez pequeñoburguesa, como la depresión y las frecuentes visitas al psicólogo; sin embargo, constaté que estaba equivocado: la hipertensión mata”. López Obrador reconoce que, a diferencia de las luchas civiles de 2005 —contra el desafuero—, de 2006 —tras el primer fraude electoral— y de 2008 —contra otro intento de privatización del petróleo—, “la gente no se movilizó como se habría requerido”. Y reflexiona: “También es posible que nosotros no supimos hacer bien las cosas y fallamos en nuestra estrategia”. “El caso es que mi corazón no aguantó”, escribe.
Los expresidentes, al desnudo
López Obrador señala que el principal aporte de su movimiento ha sido la revolución de las conciencias, haber conseguido politizar a la mayoría de mexicanos: “contribuimos a cambiar la mentalidad de amplios sectores del pueblo de México”, “creemos en la necesidad de despertar la conciencia cívica”, “hicimos evidente que el PRI y el PAN representaban lo mismo”, “muchos ciudadanos de clase media que antes nos insultaban ahora nos respetan”. El presidente defiende su creencia en la lucha civil, y no armada, como motor del cambio. “Nosotros apostamos a que con la toma de conciencia de amplios sectores de la población sería posible alcanzar similares resultados, pero de manera pacífica, con menos sacrificios y mayor profundidad”, sostiene. “No se trata de llegar al poder y que la gente siga pensando igual, sino que la transformación sea asimilada, producida, aplicada y defendida por el pueblo”, agrega.
El mandatario afirma que un mérito de su revolución del pensamiento fue haber mostrado que los proyectos del PRI y el PAN “representan los mismos intereses”, y cómo el expresidente Carlos Salinas de Gortari fungió de bisagra en ese “gatopardismo”. “El sueño de Salinas siempre fue un bipartidismo de derecha, simular que había democracia con la alternancia en el Gobierno de dos partidos que representaran y sostuvieran la misma economía para la élite”, expone.
Al llegar al poder, por fin, en 2018, López Obrador ofreció una tregua a sus antecesores en el Ejecutivo, pero ahora les ha dedicado duras críticas en su libro. Con quien se ha cebado más es con el expresidente Felipe Calderón, del PAN, a quien acusa de haber llegado al poder en 2006 gracias a un fraude electoral y, luego, en 2012, a su salida del Gobierno, de haber intervenido para inclinar el resultado a favor de Peña Nieto, del PRI. “Pobre Calderón, infeliz”, escribe. “En vez de odio, merece compasión. Por más que repite y repite hasta el ridículo que actuó bien, no hay nada, absolutamente nada, que lo justifique. Llegó al poder de manera ilegítima, nunca probó que merecía ejercerlo, lo detentó para desgracia de muchos y se fue con el acuerdo de que sería protegido, pero sinceramente no creo que pueda vivir ni dormir con la conciencia tranquila”, añade.
Calderón, que luego del juicio en EE UU por narcotráfico a Genaro García Luna —su exsecretario de Seguridad— se marchó a vivir a España, instauró en México un “narcoestado”, “un Gobierno totalmente infiltrado por la delincuencia”, sostiene López Obrador. El presidente refiere que Calderón, a quien llama “pelele”, “mequetrefe” y “espurio”, desató la guerra contra el narco para legitimar su “Gobierno usurpador”, en lo que califica como “una idiotez”, “un error garrafal”. “La falta de principios y el fanatismo conservador puede llevar a cualquier persona con poder a emprender acciones represivas con odio enfermizo para imponer el orden, aunque lo logre de manera inhumana y cruel”, señala, “y Calderón tiene ese perfil extremista: es de los políticos más reaccionarios y autoritarios de México”. En otra parte del libro, añade que el expresidente panista “siempre ha sido un personaje menor, facho, malo de malolandia”.
López Obrador también se refiere al expresidente Peña Nieto, a quien en sus conferencias de La Mañanera había tratado anteriormente con deferencia. El mandatario asegura que el priista también fue impuesto en el Ejecutivo gracias a un fraude, ahora en 2012, y lo describe como “un subordinado más de la élite dominante, no perverso pero limitado y frívolo”. “Peña representaba al grupo más corrupto de México”, afirma. “No hizo nada para cambiar la política neoliberal y detener la corrupción; por el contrario, la profundizó”. Dice el presidente que, en comparación con el sexenio de Salinas, la corrupción en el periodo de Peña Nieto “fue menor, pero más ostentosa y descontrolada”, pues desde los cargos más altos de su Gobierno, donde estaban “los hombres y las mujeres de más bajo nivel moral”, “todos hacían lo que querían, había manga ancha”. López Obrador agrega que Peña Nieto es “otro gran traidor a la patria” por haber entregado los recursos naturales a particulares, nacionales y extranjeros.
Del panista Vicente Fox, el primer mandatario de la alternancia democrática (2000-2006), López Obrador dice: “Nunca en la historia de este país habíamos tenido un presidente tan irreverente e inepto como él. Los ha habido autoritarios, ladrones, entreguistas, frívolos e irresponsables, pero desde el primer presidente de México, Guadalupe Victoria, nunca habíamos tenido a uno tan mediocre y chiflado como Vicente Fox”. López Obrador sostiene que Fox gobernó el país desde el vacío y la ignorancia. Y, dado que el panista continuó la misma política neoliberal instaurada en el priismo, con el que supuestamente había roto, López Obrador lo tacha de “perverso” y de “traidor a la democracia”.