Cuando al anochecer del jueves, el presidente Vladímir Putin recibió a los ciudadanos rusos que formaban parte del mayor intercambio de presos con Occidente desde la Guerra Fría terminaba un complicadísimo recorrido negociador de meses y comenzaba una poderosa campaña de relaciones públicas en Rusia, donde se ha definido a los retornados como patriotas. El país euroasiático busca presentarse como una nación abierta al diálogo, aunque luego las cartas estén marcadas. “Quiero agradecerles por ser fieles a su juramento, al deber y a la patria, que no les ha olvidado”, dijo Putin al grupo, entre los que estaba el ruso-español Pablo González, acusado en Polonia de ser un agente de la inteligencia militar rusa, y el sicario-espía Vadim Krasikov, condenado a cadena perpetua en Alemania por asesinar a un exiliado checheno, y a quien el jefe del Kremlin recibió con un abrazo. El retorno a Rusia de Krasikov fue el principal objetivo de Moscú en el canje.
Con el intercambio, Rusia ha liberado y enviado no solo a estadounidenses, como el periodista de The Wall Street Journal (WSJ) Evan Gershkovich, sino también a un nutrido grupo de presos políticos y disidentes rusos —entre ellos los destacados Ilia Yashin y Vladímir Kara-Murza. Con este movimiento, el Kremlin trata de enviar varios mensajes. El primero es que no abandona a los suyos, como ha repetido el expresidente Dmitri Medvedev. “Claro que me gustaría que los traidores de Rusia se pudrieran en la cárcel… pero es más útil sacar a los nuestros, a los que han trabajado por nuestro país, por la patria, por todos nosotros”, ha dicho en su canal de Telegram.
Entre los llegados a Moscú, recibidos con un ramo de flores por el jefe del Kremlin, estaban Artem y Anna Dultsev, alias María y Luis, y sus dos hijos pequeños. La pareja, que estuvo durante años haciéndose pasar por argentina, fue condenada en Eslovenia por espionaje. Los Dultsev se habían labrado una cobertura intensa (del tipo de espías “ilegales” o no fichados), hablaban entre sí y con sus hijos en español, hasta el punto de que los niños solo se enteraron de que son rusos en el avión que les llevaba a Moscú, donde Putin se dirigió a ellos en español. “Buenas noches”, les dijo, según el relato del portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov.
Los detalles que empiezan a emerger sobre el canje muestran una arquitectura muy compleja, con la participación de varios países occidentales, como Polonia, donde estaba preso González, también llamado Pavel Rubtsov, o Eslovenia, donde fueron arrestados los Dultsev en 2022. Fuentes de inteligencia europeas hablan de un trabajo de muchos meses y de cómo Rusia aumentó su política de detenciones de ciudadanos occidentales para nutrir un posible intercambio.
Rusia practica desde hace años la política de tomar rehenes para luego intercambiarlos por sus propios activos, encarcelados en el extranjero. En el país euroasiático, el espionaje y las actividades de guerra híbrida (como los ciberataques) están dentro de la doctrina de defensa y son motivo de orgullo. Putin fue espía del servicio secreto soviético KGB y jefe de su agencia heredera, el FSB, y siempre ha loado como “patriotas” a quienes han servido de agentes, sobre todo en Occidente. Los canjeados serán condecorados, ha anunciado el jefe del Kremlin.
El envoltorio halagador con el que recibe Rusia a los presos retornados llega, además, en un momento en el que el Kremlin trata de reconstruir su red de espías en el extranjero, después del duro golpe sufrido por las expulsiones tras la invasión rusa a gran escala de Ucrania, en febrero de 2022.
Coordinación de EE UU
Estados Unidos, que trataba de recuperar a Gershkovich, detenido en marzo de 2023, acusado y condenado por espionaje, a la también periodista Alsu Kurmasheva, arrestada en octubre del año pasado, y al exmarine Paul Whelan, condenado en 2020, coordinó las conversaciones con los países europeos, y negoció con el Kremlin a través de los canales diplomáticos y reuniones secretas en varios países de Oriente Próximo.
Alemania, y en particular el canciller Olaf Scholz, ha desempeñado un papel sustancial en el acuerdo. Putin ha mostrado un enorme interés en recuperar al espía-sicario Krasikov, detenido en 2019 por asesinar en un parque de Berlín a un destacado refugiado checheno vinculado a la oposición. Tanto, que se ha especulado con que el jefe del Kremlin hubiera coincidido en su época de San Petersburgo con él.
En noviembre del año pasado, poco después del arresto de Kurmasheva, que trabaja para Radio Free Europe/Radio Liberty, Washington ofreció a Moscú cuatro nombres para un posible intercambio: los Dultsev, González y otro oficial de la inteligencia militar rusa (GRU) que se hacía pasar por brasileño (alias José) en Noruega, donde había sido detenido.
Al Kremlin no le sirvió el canje. Quería más y, sobre todo, quería a Krasikov. Mientras, el equipo del opositor ruso encarcelado Alexéi Navalni se estaba moviendo para que también pudiera formar parte del intercambio. El periodista búlgaro Christo Grozev, que lleva años embarcado en una cruzada para destapar a los espías rusos (fue él quien identificó a Krasikov) y muy cercano al disidente, empezó a presionar y a poner sobre la mesa otros nombres de rusos susceptibles de intercambio.
En el Kremlin, donde se habla del “Occidente colectivo”, eran receptivos a un canje combinado de varios países. Y más desde que en 2023 Irán intercambió a un danés, dos austriacos y un belga a cambio de un iraní encarcelado en Bélgica, señala una fuente de Moscú.
En Rusia, mientras, la situación de los encarcelados empeoraba. También la de Navalni. Y la madre de Gershkovich, que, como cuenta el WSJ, ha sido clave para mover la maquinaria burocrática occidental, empezó a empujar. Habló personalmente con Biden, que se comprometió a hablar con Scholz para añadir al paquete del canje al espía-sicario, pese a que dejarle ir en ese intercambio podía tener un importante precio político.
Scholz, a Biden: “Por ti lo haré”
La negociación política fue compleja. “Por ti lo haré”, le dijo finalmente el alemán al presidente estadounidense. Alemania recibiría también a dos de sus ciudadanos. Scholz, además, estaba profundamente concienciado en ayudar a liberar a Navalni, arrestado en Moscú en enero de 2021, a su vuelta desde Alemania, donde se recuperó de un envenenamiento casi mortal ejecutado por el Kremlin.
Pero el pasado febrero, cuando todo parecía en marcha, Navalni murió en extrañas circunstancias en el penal de máxima seguridad en el Ártico donde había sido enviado. Todo se congeló durante semanas. Hasta que se empezaron a añadir a la lista disidentes y activistas rusos, como Yashin, Kara-Murza, Andréi Pivovarov, que en realidad no querían salir de Rusia, sino luchar desde dentro. También otros, como la artista Sasha Skochilenko, detenida por cambiar las etiquetas de precios en los supermercados por mensajes contra la guerra en Ucrania y sentenciada a siete años de cárcel.
El grupo, al que Rusia considera traidores, que estaba en unas condiciones pésimas de detención en colonias penales sembradas por el país euroasiático, llegó el jueves por la noche a Alemania. “Estaba seguro de que moriría en prisión”, reconoció Kara-Murza tras ser liberado, durante una llamada con su familia, que estaba junto a Biden en la Casa Blanca. Había sido condenado a 25 años de prisión por alta traición y hablar sobre el ejército ruso por sus mensajes contra la guerra de Rusia en Ucrania.
El Kremlin sigue manteniendo presos occidentales y cientos de prisioneros políticos rusos. “No ha abandonado su política de rehenes, pero ahora le interesa mostrar cierta apertura”, dice una alta fuete europea.
El segundo mensaje enviado entre líneas por Moscú —del que desconfían profundamente las fuentes occidentales— es que hay espacio para la negociación. Este es un elemento especialmente importante de cara a Ucrania, donde la invasión a gran escala lanzada por Putin ha cumplido dos años y medio, y se dirige sobre todo hacia quienes (no solo en Europa y Estados Unidos, sino también en el denominado Sur Global) se muestran cansados de la guerra, del apoyo enviado a Kiev y reclaman un alto el fuego.
“Sembrar dudas en Occidente sobre la utilidad de seguir apoyando a Ucrania puede ser una victoria suficiente, aunque el Kremlin está asumiendo un riesgo”, señala en un análisis en las redes sociales Sam Greene, del Center for European Policy Analysis (CEPA).
El canje no significa que Rusia y el “Occidente colectivo” estén preparados para acuerdos más amplios, opina el politólogo ruso Andréi Koleshnikov. Pero la coreografía de cómo se ha producido y cuándo es muy reveladora sobre la trastienda del Kremlin y su forma de actuar. También sobre el temor y la incertidumbre ante los próximos meses de Occidente. La cercanía de las elecciones en Estados Unidos y el temor a que el republicano Donald Trump, a quien se percibe como cercano al Kremlin, vuelva a la Casa Blanca, precipitaron el acuerdo.
No solo por parte de EE UU. También de Alemania, señala la analista Tatiana Stanovaya. Scholz ha accedido por Biden —y porque ha ayudado a liberar a una decena de disidentes rusos—, pero no parece posible que lo hiciera por Trump, asegura la analista.